El expresidente de Brasil, Inácio Lula Da Silva, fue condenado por el juez Sergio Moro acusado de haber recibido como soborno un departamento de lujo de la Constructora OAS, operación que no fue comprobada jurídicamente, por lo que deja el tema en un plano de análisis político, especialmente porque la sentencia se conoce un día después de la aprobación de la esclavizante normativa laboral y se expresa en el agrado del poder económico, que manifestó su alegría en el alza del índice bursátil Bovespa al día siguiente de la condena.
Si bien el fallo no inhabilita al dirigente petista a presentarse en las elecciones, la sanción muestra lo inescrupuloso del poder y pone en alerta para pensar escenarios remotos, que luego de la destitución de Dilma Rousseff se tornan posibles. Por eso, de precipitarse un fallo de segunda instancia, que inhabilita al exmandatario, generaría una suerte de proscripción de Lula.
Si bien el Tribunal Regional Federal del Sur, que deberá abordar la apelación que hará la defensa de Lula, se caracteriza por profundizar las penas que dispone Moro por temas de corrupción, también es cierto que hubo ocasiones en que dictó absoluciones por insuficiencia de pruebas, lo que deja esperanzas a los abogados de una cuota de imparcialidad.
Por lo pronto, Lula confirmó su postulación a la presidencia de la nación en una conferencia de prensa en la sede nacional del Partido dos Trabalhadores y sostuvo que: «Si alguien piensa que con esta sentencia me sacan del juego, ¡pueden saber que estoy en el juego!».
En ese marco, el presidente del Partido dos Trabalhadores en el Senado, Lindbergh Farías, comenzó la convocatoria a la movilización en defensa del exmandatario. Y en esa línea, organizaciones sindicales, como la Central Única de Trabajadores, y sociales, como el Movimiento de Trabajadores Sin Techo, están coordinando una agenda de manifestaciones contra la condena y en apoyo a Lula.
Si bien el escenario no es fácil para el exmandatario, tampoco lo es para el bloque de poder, porque no solo tiene altos costos por intentar sacar a Lula de escena, sino que no logra resolver la gobernabilidad de Michel Temer y especula entre armar una sucesión súbita, depositando el gobierno en Rodrigo Maia, o una agónica hasta las elecciones de 2018.
Además, los principales referentes del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, al que pertenece Michel Temer, y el Partido de la Social Democracia Brasileña, del expresidente Fernando Henrique Cardozo, están comprobadamente involucrados en casos de corrupción y no pueden generar un presidenciable.
A su vez, nombres como el de Marina Silva, del Partido Rede, o Jair Bolsonaro, del Partido Social Cristiano, no logran prefigurar una base aliada y serían derrotados por Lula. En tanto que, paradójicamente, solo un nombre se le pone a la par en las encuestas, el mismísimo Sergio Moro, que si bien negó la posibilidad de una postulación, aún no debería descartarse, lo que llevaría la contienda a un plano real, la política. «