Perú no tiene nada que envidiarle a la vertiginosa política argentina. De hecho, por estas horas, el país andino también atraviesa un sismo en su coalición de gobierno. Los últimos cambios en el Gabinete reafirman la autonomía relativa de Pedro Castillo y no hacen más que ensanchar su distancia con Perú Libre, el partido que lo llevó a la presidencia. Las diferencias no son nuevas, son constitutivas de esta alianza y ya se expresaron durante la campaña, solo que ahora toca procesarlas timón en mano. La tarea no es nada sencilla.
Allá por abril, camino a las elecciones presidenciales, Castillo necesitaba estructura partidaria y Perú Libre un candidato. Así se formó la sociedad que sorprendió en primera vuelta y que, luego, sellaría el triunfo en balotaje. Para equilibrar la balanza, Castillo se rodeó de los suyos desde el comienzo: viejos conocidos que comparten su origen cajamarquino, y figuras del magisterio, el espacio donde construyó trayectoria sindical. Hoy, la bancada oficialista en el Congreso es una síntesis de esos apoyos, allí conviven miembros del partido y nombres que provienen del gremio docente.
El armado inicial del Gabinete también exigió un juego de posiciones. Quizás las primeras alarmas se encendieron en agosto, cuando Héctor Béjar presentó su renuncia a poco de asumir la Cancillería. La Marina peruana intervino públicamente para forzar su renuncia, o más bien, le puso cara a todo un conjunto de fuerzas que han actuado a cielo abierto (y también desde las sombras, como ocurrió con el fujimorista Vladimiro Montesinos) para evitar que el gobierno asuma primero, y prospere después. Béjar se retiró advirtiendo que el último objetivo es el presidente Castillo.
En el nuevo equipo de Ministros parece haber ganado espacio la “caviarada”, como se denomina a los sectores de izquierda acomodada o reformista. El término es pariente cercano de lo que nosotros llamamos progresismo. El premier Guido Bellido era el reaseguro de Perú Libre en el Ejecutivo y su reciente desplazamiento envía señales bien claras. De hecho, la misma noche del anuncio, el Secretario General del partido, Vladimir Cerron, expuso sin sutilezas esta tensión: “Es momento que Perú Libre exija su cuota de poder, garantizando su presencia real o la bancada tomar posición firme. Nuevo Perú y Frente Amplio ya fueron servidos”.
Una de las incógnitas que deja el nuevo Gabinete es si estas variaciones se traducirán en un cambio de orientación. Hasta ahora, Castillo ha mostrado ciertos reflejos para contener las presiones de la derecha y, en simultáneo, avanzar con las propuestas que lo llevaron a la presidencia. La segunda reforma agraria que se lanzó el domingo va en ese sentido, junto a la iniciativa de montar una asamblea constituyente. Pero el fantasma de Ollanta Humala acecha, a lo lejos.
Y la pregunta de fondo, como suele ocurrir en estos casos, es si las concesiones son garantía real de gobernabilidad. La sospecha es pertinente, considerando el historial antidemocrático de la derecha peruana, que hace apenas cuatro meses se negaba a reconocer el triunfo de Castillo. Dividir la alianza de izquierda y marginar al sector más intransigente ha sido la estrategia opositora desde el día uno. La base social que apostó por transformaciones profundas observa paciente y vigilante, después de todo, la gestión aún transita sus primeros 100 días. La unidad fue el camino para ganar las elecciones y, aún desde las diferencias, puede ser decisiva para garantizar la continuidad de un gobierno acechado.