La agudización de la guerra entre Israel y el bloque regional denominado de la resistencia, nos muestra una escena brutal, de lo que el Papa Francisco denominó como «Tercera Guerra Mundial en cuotas».
La brutalidad informática va dejando en segundo plano el horror de un genocidio en marcha en Gaza, para mostrarnos en tiempo real un escenario bélico con diferentes frentes de combate y diversos mecanismos de disuasión o agresión.
Luego de la espectacularidad del operativo de inteligencia israelí que hizo explotar dispositivos electrónicos en todo el Líbano, tropas terrestres con el emblema de la estrella de David comienzan a avanzar sobre Beirut en la tesis de dar un golpe final a Hezbollah, luego de haber descabezado con fuego de artillería a una parte importante de la cúpula de dicha organización.
En simultaneo el cielo de Yemen se ilumina por bombas israelíes en represalia por un ataque de los huties al aeropuerto Ben Gurion.
En contrapartida al imponente poderío militar de Israel, la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán lanzó en lasultimas horas una lluvia de misiles balísticos sobre Israel
Un misil balístico tiene una trayectoria determinada, no cuenta con un sistema de propulsión durante algunas fases de su vuelo y puede viajar a velocidades superiores a cinco veces la velocidad del sonido, lo que los hace extremadamente difíciles de interceptar con las tecnologías actuales de defensa antimisiles. Además, tiene un alcance de unos 2.000 kilómetros y puede transportar cargas de 1.800 kilogramos.
Un dato no menor de estos misiles es que cualquiera de los que explotó en estás últimas horas podría haber contenido una cabeza nuclear.
Mientras las Naciones Unidas no logran un relato civilizatorio unificado que ponga límites al horror, el «Dios de nuestros padres» aparece como argumentación al belicismo feroz que sustenta en retóricas teológicas la brutalidad humana que vemos en tiempo real en nuestras pantallas.
Las bombas van acompañadas de artillería retórica en todos los mecanismos de comunicación, como si fuera una reversión del Antiguo Testamento, las batallas más brutales se hacen en nombre de Dios, celebrando con fervor religioso la muerte del otro.
La Tercera Guerra mundial en cuotas, con su potencia tecnológica, bélica y comunicacional, nos impuso una crisis conceptual. Urge una geopolítica de lo humano, que pueda devolverle el peso que merece a palabras como vida, paz, niñez.