Lo que decenas de tratados y esfuerzos de líderes morales no lograron en décadas, lo está consiguiendo el Covid-19. Que la paz, aunque más no sea por la amenaza de un minúsculo microbio, sea en el mundo. No es exactamente como la cataloga Ignacio Ramonet, una Pax Coronavírica, sino apenas una tregua mientras el enemigo avanza sobre poblaciones civiles pero también sobre las tropas envueltas en conflictos bélicos. Un CessetIgnis Coronavírico, si vamos a los latinazgos. Pero algo es algo.
A medida de que la pandemia se fue extendiendo, el virus comenzó a mostrarse como una formidable excusa para pedir un cese el fuego, como hizo la coalición encabezada por Arabia Saudita en Yemen. Empantanada en un teatro de operaciones desde hace 5 años, y mientras el precio del petróleo golpea sus finanzas, la casa real de Riad propuso a los comandantes Hutíes una tregua parcial.
El secretario general de la ONU, el portugués Antonio Guterres, venía reclamando una mesa de negociaciones para terminar con una crisis humanitaria sin precedentes. Pero, se sabe, es difícil recular cuando los vientos vienen en contra. El Covid-19 sirvió para barnizar la tregua propuesta por el gobierno de Mohamed bin Salman de prudencia sanitaria. Esta semana el alto el fuego fue extendido por dos semanas más.
En Libia, una nación destruida tras el asesinato del legendario Muhammad al Khadafi, el comandante del Ejército Nacional, KhalifaHafter, había sufrido varias derrotas en su avance hacia Trípoli, la capital, donde se asienta el gobierno reconocido por la ONU. Haftar, un militar que vivió en EE UU durante 20 años hasta que volvió para ponerse el frente de la revuelta contra Khadafi, propuso tregua pero no por el virus, sino porque comenzó el mes sagrado de Ramadan.
En Siria, que sufre el acoso de tropas occidentales y de milicias yihadistas desde hace 9 años, la situación parecía encaminada a un triunfo del gobierno de Bashar al Assad con el apoyo clave de Rusia. Allí el tablero se complica porque Estados Unidos muestra intenciones de retirarse pero apela a la política de embarrar la cancha continuamente.
En ese clima caldeado, los kurdos pugnan por formar un estado propio. La promesa occidental de conseguirles un espacio a cambio de apoyo a los efectivos de la OTAN en la guerra civil siria, chocó con la realidad de que nadie va a ceder nada. Desde Washington, ya en tiempos de Barack Obama, la cosa de resolvió apoyando entre bambalinas a grupos yihadistas. Los turcos, en este juego, ocuparon una franja en el norte sirio para evitar que los kurdos se hagan fuertes. Por ahora hay un compás de espera hasta que aminore el peligro de virus.
Si hay dos frentes en los que Estados Unidos está empantanado a un nivel que asemeja al de Vietnam, hace 45 años, esos son Afganistán e Irak. Desde hace 10 años busca la ocasión para un retiro con cierta honra. Pero no resulta fácil ante las presiones de los lobbies armamentistas.
Según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI por sus siglas en inglés) el gasto en armamento de todos los países del mundo aumentó a 1 billón 917 mil millones de dólares en 2019, un 3.6 % más que el año anterior. A la cabeza de este presupuesto para la muerte figura Estados Unidos, y en el segundo pelotón están China, India, Rusia y Arabia Saudita. El dato es que para el Pentágono hubo un 5,3% de dinero que 365 días antes y que el total representa el 38% de lo que gasta el resto de las naciones en armas.
Donald Trump viene amenazando con pasar a una nueva fase en su embestida contra Venezuela. Pero el coronavirus juega en contra de sus aspiraciones imperiales. El anuncio de que el presidente Nicolás Maduro era declarado jefe de una banda de narcotraficantes y que se iniciaban operaciones en el mar Caribe para combatir la circulación de drogas hacia EE UU pasó como un intento de desviar la atención por la crisis sanitaria, fronteras adentro.
Pero el virus ya había tomado a los propios efectivos que tendrían que cumplir sus órdenes. Lo que generó un gran malestar entro los uniformados. Según datos del Pentágono de esta semana, había 5088 militares estadounidenses infectados, medio centenar solo en dos buques, uno, el portaaviones USS Theodore Roosevelt, en Asia; el otro, el destructor USS Kidd, estaba destinado a la operación en el Caribe.
De acuerdo a cifras de Military Times, una publicación para las fuerzas armadas de EE UU, entre los veteranos de todas las guerras los contagios son peores: en cinco días se agregaron 2.000 nuevos casos de coronavirus, con un total de 8798 casos hasta ahora entre ex soldados, y las muertes superaron los 500.
Con estos números se entiende la protesta del capitán Brett Crozier, al mando del portaaviones Roosevelt. En una carta que filtró a la prensa dijo a sus jefes que su deber era proteger a su tropa y reclamó urgentes medidas.
En su buque se registraron unos 450 contagiados sobre una tripulación total de 5.000. «No estamos en guerra. Los marinos no tienen que morir. Si no actuamos ahora, no estamos cuidando adecuadamente nuestro activo más confiable: nuestros marinos”, escribió. Lo trasladaron de inmediato, pero todo indica que tomaron en cuenta sus palabras.
Más malicioso que las guerras
El 2020 es pródigo en aniversarios bélicos. En enero pasado se cumplieron 100 años de la entrada en vigor del Tratado de Versalles, tras la I Guerra Mundial. El 9 de mayo, 75 años del fin del nazismo, tras la rendición incondicional de las fuerzas armadas alemanas a los comandantes soviéticos.
El 30 de abril, en tanto, se recordó la retirada de los últimos efectivos estadounidenses de Vietnam, lo que puso fin a la intervención de ese país en la península asiática, en 1975. Fue la gran derrota de la gran potencia militar contra un paisito empecinado en su independencia. En junio de 1950 había comenzado la de Corea, que terminó en un armisticio que cerró Donald Trump con Kim Jon un hace justo dos años.
El coronavirus ya se cobró más víctimas estadounidenses que Vietnam. Con más de 65 mil muertos, supera al sudeste asiático, donde cayeron 58.200 soldados. En la I Guerra se habían registrado 53.402 decesos; en Corea, 36.548; en Irak, 4431; y en Afganistán, 2445. No llega a los 400 mil de la II Guerra ni a los 600 mil de la Guerra Civil. Pero al ritmo que lleva muchos temen que sea la mayor tragedia en la vida de ese país. Y en tiempos de paz.