Desde mediados de los años `50 y hasta el día de su muerte, Ernesto Guevara cultivó una profunda amistad con Fidel Castro. Se conocieron en México, después de que el Che pasara por Guatemala para apoyar al gobierno revolucionario del entonces presidente Jacobo Arbenz. Allí, en 1954, estrechó lazos con un grupo de exiliados cubanos que habían participado en la toma del Cuartel Moncada, entre los que se encontraba Antonio Ñico López. Ambos entablaron una gran amistad y fue justamente Ñico quien le puso a Guevara el mote de «Che».
Junto con Ñico, el argentino viajó a México, donde primero hizo buenas migas con Raúl Castro. Fidel llegó al país recién en 1955, escapando de los fusiles de la dictadura de Fulgencio Batista. Montó un cuartel general en casa de una cubana llamada María Antonia González y rápidamente sumó al Che como uno de sus colaboradores más cercanos.
En una de las primeras charlas que tuvieron, hablaron durante más de diez horas seguidas. Charlé con Fidel toda una noche. Y al amanecer ya era el médico de la futura expedición, contó Guevara en una carta a sus padres. Allí también se mostró impresionado porque vio en Castro a un hombre extraordinario. Las cosas más imposibles decía- eran las que encaraba y resolvía. Tenía una fe excepcional en que una vez que saliese hacia Cuba, iba a llegar. Que una vez llegado iba a pelear. Y que peleando, iba a ganar. Compartí su optimismo. Había que hacer, que luchar, que concretar. Que dejar de llorar, y pelear.
Fidel también dio sus impresiones sobre ese primer encuentro: El Che era de aquellos por quienes todo el mundo sentía inmediatamente afecto, a causa de su sencillez, su carácter, su naturalidad, su espíritu de camaradería, su personalidad. Mientras permanecieron en México, se veían al menos tres veces por semana.
El 2 de diciembre de 1956, Fidel, el Che y otros 80 expedicionarios llegaron a Cuba en el Granma. Allí comenzó el largo derrotero que llevaría, tras una compleja lucha, a la revolución cubana. Guevara fue designado rápidamente ministro de Industria, pero no estaba hecho para permanecer tras los escritorios y entre papeles.
El 14 de marzo de 1965 fue su última aparición pública. Sin embargo, antes de abandonar Cuba para ir a luchar al Congo, se despidió de Fidel con una emotiva carta, en la que le dijo: Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti desde los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente celeridad tus cualidades de conductor y de revolucionario.
El Che hizo un repaso por los magníficos días vividos al lado de Fidel y lo consideró el más alto estadista. Me enorgullezco de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios, escribió. En una muestra de lo que significó Fidel Castro en su vida, sobre el final de la carta sentenció con fervor revolucionario: Si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti.
La muerte lo alcanzó en Bolivia, el 9 de octubre de 1967.