La muerte del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio en Quito tiene realidades duras y se está llenando de relatos líquidos. Las realidades duras son el fracaso absoluto de un gobierno de derecha del banquero Guillermo Lasso, incapaz de proveer seguridad y empleo, componentes de una misma ecuación para los ciudadanos de cualquier país.

Enseguida la utilización de la muerte cruzada, esperpento jurídico-político de la Constitución del 2008, cuyo padre político es el expresidente Rafael Correa, para que Lasso impidiera la consumación de un juicio político que lo habría destituido y provocado su reemplazo por el vicepresidente en funciones.

Después la transformación de Ecuador en un narco-estado y estado fallido, haciendo del XXI un siglo perdido, como lo fue la década de 1980 a causa de la deuda externa en América Latina. Además de la incapacidad estructural del sistema institucional para combatir con eficacia la corrupción y la impunidad, como lo señaló en su momento el Secretario Anticorrupción de Lasso, el renunciado Luis Verdesoto.

Finalmente, las declaraciones que hoy 10 de agosto debía ofrecer Fernando Villavicencio, en las que, además de ratificar sus antiguas denuncias contra Correa y Jorge Glass iba a denunciar en la Fiscalía el manejo corrupto del gobierno de Lasso en el tema de FLOPEC y las empresas públicas.

Los relatos líquidos llenan las redes sociales en función de intereses electorales. Circulan profusamente un twiter y un tik tok supuestamente amenazantes de Correa dirigidos al difunto Villavicencio y a los adversarios de la candidata de su partido Luisa Gonzáles. Ya es parte de las redes el mismo twiter borrando la frase amenazante. Los partidarios de Gonzales, la candidata del correismo, circulan en las redes informaciones de que el candidato asesinado iba a señalar a un narcotraficante “alias Fito” y que esto causó el magnicidio.

También tratan de alejar cualquier sospecha de su autoría diciendo que su candidata Gonzales está primera en todas las encuestas y que quienes podrían tener interés electoral en la desaparición física de Villavicencio eran los candidatos que disputan el segundo lugar para pasar a segunda vuelta.

Los familiares cercanos a Villavicencio, su viuda, tío y hermana, coinciden en señalar que el asesinato es un crimen de Estado por la mala gestión de la seguridad estatal en los instantes supremos del magnicidio.

Vale la pena destacar la vida del candidato asesinado, caso único en la historia del Ecuador. Fernando Villavicencio tenía 59 años. Era periodista de profesión. Fue inicialmente miembro de Pachakutik el brazo político del Movimiento Indígena. Trabajó en Petroecuador y asesoró a su sindicato de trabajadores.

A partir del año 2000 se dedicó al ´periodismo digital en portales como Vanguardia, Plan V, Periodismo de Investigación. Realizó, según sus propias declaraciones alrededor de 260 investigaciones sobre corrupción. En 2014 saltó a la fama nacional porque junto al legislador de Pachakutik Clever Jimenez fue sentenciado a 18 meses por ofensas al entonces Presidente Rafael Correa, relacionadas con sus denuncias de  equivocados manejos de los negocios de Petroecuador que habrían perjudicado al Ecuador en más de 2000 millones de dólares.

El difunto excandidato se asiló en Perú y vivió  clandestino tres  años. En 2020 fue candidato a Asambleísta yganó un curul por el movimiento Honestidad. Su candidatura presidencial la presentó en 2023 por el movimiento Construye. Tras su asesinato se anuncia su sustitución en la papeleta electoral por el oficial retirado de la Armada Edwin Ortega. Pero allí no puede concluir este suceso luctuoso y sin precedentes. El Estado ecuatoriano está en deuda con la familia de Villavicencio, con el pueblo ecuatoriano y con el mundo que mira azorado la transformación de un jardín pacífico en el siglo XX en una selva de bayonetas en el siglo XXI.

Que el candidato sustituto del fallecido atesore las mejores tradiciones de una fuerza armada que nunca se ha caracterizado, como en otros países de Centro y Sudamérica, por perseguir y masacrar al pueblo ecuatoriano.