La editorial Manantial de Buenos Aires reprodujo en un pequeño libro charlas y artículos de Regis Debray, quien saltara a la fama en el siglo XX como juvenil académico-guerrillero francés en las huestes que el Che Guevara comandara en Bolivia.
En el libro hay una reflexión filosófica publicada en Les Temps Modernes bajo el título de “El arcaísmo post moderno”. Lo más interesante de esas reflexiones es que enriquece una visión ya aceptada en el mundo intelectual de que lo arcaico y lo post moderno coexisten en el siglo XXI.
Debray lo ejemplifica en una frase “en el mundo árabe musulmán todos los militantes islámicos salen de las facultades de ciencias o de los escalafones técnicos y manejan muy bien la internet y las realidades virtuales. Por otra parte es en el Silicon Valley donde los delirios ocultistas, panteístas y espiritistas mejor se desarrollan”. Esa pulsión entre lo sagrado y lo laico, lo primitivo y lo ilustrado, está agudizada en la realidad social del continente americano en la era Covid.
Desde Canadá hasta la Argentina existen grupos de fanáticos religiosos o no, incluyendo médicos, que militan en el oscurantismo antivacunas , que es en esta coyuntura sanitaria la más alta expresión de arcaísmo post moderno que nos amenaza.
Fuera del campo de la pandemia existen pulsiones en la vida social y política que son manifestaciones de irracionalidad o conflictos que se expresan como contradicciones sobre temas que han aparecido en la Historia como prueba del avance civilizatorio de la humanidad.
Estados Unidos es una de las democracias económica, social e institucionalmente, más desarrolladas del mundo. Sin embargo las hordas trumpistas hace más de un año recordaron que la pulsión entre lo democrático y lo autoritario sobrevive en esa sociedad.
Fue en la ONU, cuya sede principal está en Nueva York, donde se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y el respeto a la vigencia de los derechos humanos es la piedra angular de la sociedad norteamericana. Pero en la cárcel norteamericana de Guantánamo hay 40 personas que cumplen 20 años de prisión sin juicio ni sentencia propias del estado de derecho, supuestamente cómplices de los ataques a las Torres Gemelas.
La fortaleza económica de EEUU y las disposiciones del gobierno demócrata para ayudar a los habitantes de ese país víctimas de las consecuencias de la pandemia han aumentado las ventajas del estado de bienestar norteamericano. Y acrecentado las condiciones económicas y psicosociales para que amplios grupos de habitantes, en especial jóvenes entre 18 y 40 años, reconsideren las prioridades de su vida y estimen que el trabajo presencial clásico no es una de ellas.
Esto ha generado el fenómeno que el académico Anthony Klotz ha bautizado como la “Gran Renuncia” nuevo tema en el devenir de la sociedad norteamericana. Ocurre mientras miles de centroamericanos diariamente engrosan las multitudes de migrantes que pugnan por entrar a EEUU detrás del “sueño americano”, dispuestos a trabajar presencialmente en aquellas labores que los estadounidenses hace décadas que no ejercen.
En Brasil, el extremista Jair Bolsonaro ha revisado regresivamente las normas jurídicas de la protección al trabajo en nombre del libertinaje empresarial. Ahora Lula, líder opositor al bolsonarismo, incluye en su programa para las elecciones presidenciales la recuperación de los derechos sociales de trabajadores y subempleados, inspirado en las políticas del presidente Sánchez en España, con el realismo moderado que las situación económicas del Brasil , el mundo y el parecer de su potencial compañero de fórmula, le demandan.
En Argentina la lideresa social Milagro Sala tiene 6 años presa por orden judicial inspirada por un gobernador provincial racista. Lo llamativo es que de esos 6 años 4 son del período macrista y dos del ciclo peronista, cuyos líderes rechazan diariamente esa prisión ilegal.
El gobierno de México ofrece asilo humanitario a Julián Assange, preso en Londres, personaje que EEUU, aliado estratégico de México, considera un enemigo de la seguridad nacional.
En Ecuador el presidente nacional de la confederación de nacionalidades indígenas (CONAIE) amenaza diariamente al gobierno de Guillermo Lasso con rayos y centellas, en nombre de todo el pueblo ecuatoriano, aunque en el país, demográficamente, los indígenas representan menos del 10% de la población.
Y el cuadro desconcertante y contradictorio se completa con el hecho de que la lista auspiciada por el Leonidas Izza (líder de la CONAIE) pierde las elecciones en su provincia de origen, Cotopaxi. Los indígenas paisanos provinciales de Izza no parecen respaldar al quien ejerce la jefatura de una organización nacional, en la cual el apoyo territorial siempre ha sido central requisito del liderazgo.
En Colombia, país asiento de violencias políticas y delincuenciales diversas de origen interno, que ocurren hace más de un siglo, el gobierno acusa a Venezuela de los recientes hechos de violencia. Incluyen el asesinato aún misterioso de un niño de 14 años, colombiano indígena y militante ambientalista.
En Venezuela, uno de los países más ricos en comodities del continente, la ralentización del crecimiento económico y la aceleración del deterioro social no cesan. En medio de ello, la política, que fue el origen de la crisis general venezolana, parece ser un arroyo esperanzador en 2022, en medio del desierto que constituye la imagen internacional de Venezuela.
Son ejemplos tomados al desgaire para ilustrar como la irracionalidad y la incoherencia recorren el continente en la era Covid, como expresión del arcaísmo post moderno en la era de la globalización debilitada y la revolución digital fortalecida.