Días después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el presidente George W. Bush le declaraba la guerra al terrorismo. “Los países que no estén con nosotros en esta cruzada estarán contra nosotros”, dijo.
Esa política fue retomada con mayor agresividad por Donald Trump a partir de enero de 2017. El día que asumió anunció que iría a desactivar los acuerdos de libre comercio TTIP, el TPP y el NAFTA, Trans Pacífico, Trans Atlántico y el firmado con Canadá y México respectivamente, además que bregaría por reducir el déficit comercial con la República Popular China, y si esto “no diera los resultados esperados, cuando finalice mi gestión todos los productos chinos que ingresen al país tendrán un arancel del 45 por ciento”.
En ese momento Trump delineaba uno de los ejes fundamentales de su política: frenar el crecimiento y protagonismo chino para recuperar el debilitado liderazgo hegemónico de su país.
En esa línea avanzó en la llamada guerra comercial, aplicando aranceles, sancionando empresas y a funcionarios. Trump desplegó una política proteccionista y nacionalista debilitando y retirándose de varios organismos internacionales como la UNESCO, el Acuerdo de París, los Acuerdos misilísticos, OMS, Corte Penal Internacional. La ruta estaba trazada y en ella el principal obstáculo era China.
El país asiático no sólo no “obedece las imposiciones” sino que colabora con gobiernos a los que Washington decidió bloquear y sancionar, como Irán, Cuba y la República Bolivariana de Venezuela. Esa política llevó a amenazar a adversarios, someter a “amigos” y presionar a aliados, como es el caso de Angela Merkel, Recep Tayyip Erdogan, el príncipe Bin Al Salman.
Esta semana Mike Pompeo desde Copenhague llamó al mundo occidental a unirse contra el peligro chino y hablando en la biblioteca Richard Nixon arengó al pueblo chino para que exija modificaciones al Partido Comunista tildando a ese gobierno de tiranía.
Así las cosas, con portaviones en el Mar Meridional de China, amenazas de invasión a Venezuela y destrucción de Irán, el gobierno estadounidense despliega su impotencia. Cuando un Imperio tiene que recurrir a la fuerza militar como último recurso es porque a perdido su poder de dominación en áreas como la cultural, económica, financiera, tecnológica, etcétera.
En ese marco, el martes el gobierno de Trump ordenó el cierre del Consulado chino en Houston, Texas, uno de los cinco en ese país. La acusación: espionaje, robo de propiedad intelectual y de información privada. Pruebas… por ahora ninguna.
Como respuesta, este viernes el Ministerio de Relaciones Exteriores de China revocó la autorización para continuar funcionando al consulado de EE UU en Chengdu, también uno de los cinco que el país asiático. Esa sede, que cuenta con 200 funcionarios, es una de las más importantes ya que atiende las provincias de Sichuan, Yunnan, Guizhou, la región autónoma del Tibet y Chongqing, de gran interés para los objetivos geopolíticos de Estados Unidos.
Algunas claves
1) El Covid-19 puso en evidencia el fracaso sanitario, económico y social de un sistema basado en el absolutismo del mercado.
2) La impotencia de un Imperio que tiene que desconocer las propias reglas de juego, impuestas por su voluntad tras la segunda guerra mundial.
3) China lleva la delantera en la evolución de las nuevas tecnologías y sobre todo en la innovación productiva, lo que le permite ser protagonista en la reformulación de las nuevas reglas de juego en el futuro.
4) El presidente Trump corre serio riesgo de perder la reelección del 4 de noviembre. Varias crisis simultaneas se manifiestan en el escenario local: fuerte disputa en la superestructura del poder, crisis económica y ocupacional, violencia policial y rebrote racista – divisionista, numerosas movilizaciones contra las autoridades y como telón de fondo una catástrofe ecuménica del sistema sanitario.
5) Trump apela a inocular miedo en una sociedad altamente manipulable y consumista, buscando un enemigo externo que justifique su continuidad. “El virus del terrorismo muto en comunismo” sin que medien murciélagos ni pangolines.
6) La arrogancia del presidente, que esta semana llego a decir en rueda de prensa que duda si va a reconocer los resultados de la próxima elección, no le permite admitir un mundo multipolar y democrático.
En definitiva, la reacción del gobierno de Donald Trump es la “natural” respuesta de un poder hegemónico en decadencia que se enoja cuando tiene competencia, una palabra tan elogiada por los admiradores del sistema que hoy estalla.