Aunque son cinco los candidatos, la crucial elección presidencial de hoy en Bolivia volverá a presentar un escenario polarizado entre los dos principales dirigentes, el del Movimiento Al Socialismo (MAS-IPSP) de Evo Morales y Luis Arce, y el candidato de la derecha unificada, Carlos Mesa (Comunidad Ciudadana), que seguía detrás en las encuestas pero con mayores posibilidades frente a un balotaje. Justamente es el mismo que enfrentó a Evo en 2019, tras lo cual se produjo el estallido dirigido y con acusaciones de fraude, que culminó con el golpe y la instauración de un gobierno de facto que en teoría iba a durar solo tres meses. Por esta y varias razones, entre ellas el contexto de pandemia, estas elecciones tienen relevancia histórica para el país y la región, y son miradas con mucha atención en todo el mundo. No es casual que numerosos organismos internacionales enviaran sus misiones de observación, entre ellos la Unión Interamericana de Organismos Electorales (Uniore), el Centro Carter, la UE, el Parlasur, la Organización de Estados Americanos y distintas comisiones independientes que piden, al igual que otras organizaciones, “respetar los resultados” y “evitar la violencia”.
El clima en Bolivia está enrarecido. Las sospechas -por cierto fundadas- de un posible fraude por parte del gobierno de Áñez, o la no aceptación de los resultados que anticipan algunas encuestas; con el posible montaje, incluso, de un escenario de violencia, agitan la tensión en un país donde la derecha intentará legitimarse en las urnas para llevar adelante su programa de gobierno, claramente expuesto durante el último año, pero con apoyo popular. Una victoria del MAS, en cambio, reivindicará la historia de transformaciones que propició la etapa de Evo, demostrando que no puede ser fácilmente erradicada de la memoria popular.
“Después del sangriento golpe de Estado hemos tenido una pesadilla. El pueblo ha tenido hambre, ha vuelto el racismo, la discriminación, la prepotencia. Pero pensaron que iban a matar al MAS y les decimos: aquí estamos y estamos vivos”, expresó Luis Arce en el cierre de campaña del jueves, en El Alto, acaso el distrito más evista del país.
«Que quede claro, que nadie se equivoque, porque somos los únicos que podemos derrotar definitivamente a Morales y a Arce, porque Arce no es otra cosa que Morales, y Morales ‘never in the life’ (nunca más en la vida)», dijo por su parte Mesa, haciendo acordar a aquel presidente boliviano, Gonzalo Sánchez de Lozada, que hablaba más inglés que castellano porque había vivido 20 años en los EE UU.
Mesa eligió la ciudad de Santa Cruz para el cierre, cabecera del departamento más rico de Bolivia y más contrario al MAS. De allí también es Luis Fernando Camacho, el tercer candidato en orden de intención de voto, aunque muy lejos de los punteros. Camacho fue quien ingresó al Palacio Quemado con una Biblia tras el golpe, y a pesar de haber sido uno de los principales agitadores de las revueltas, acabó rompiendo con el gobierno de facto. Eso lo dejó solo y sin posibilidades reales para hoy. En cambio, tras el retiro de candidaturas de Áñez primero y de Jorge “Tuto” Quiroga la semana pasada, la derecha aceptó, de hecho, que su candidato será Mesa. Evo lo había anticipado en diciembre cuando visitó la redacción de Tiempo, en los primeros días de su residencia en la Argentina en carácter de refugiado. “EE UU pidió que el candidato fuera de Carlos Mesa”, dijo entonces y lo repitió esta semana al conocerse la noticia de Quiroga. También aquella vez adelantó el resquemor que tienen sus representados. “Ahora sí puede haber fraude”, dijo. La realidad es que, al menos en el imaginario popular boliviano, es difícil de creer que la derecha aceptará ligeramente un triunfo del MAS, a pesar de haber estado un año en el gobierno con apoyo del poder internacional, campañas de persecución y lawfare, pero también con una gestión deficiente en materia sanitaria, precaria en lo económico y no exenta de graves hechos de corrupción.
No es menor que los custodios de los votos serán las FFAA nombradas por el gobierno de facto. Ante estas preocupaciones, el titular del Tribunal Supremo Electoral, Salvador Romero, prometió «seriedad técnica, imparcialidad política y transparencia» en el conteo. Romero fue nombrado en el TSE tras los comicios de octubre de 2019. El viernes, la representante de la Uniore, Pamela San Martín, pidió que quien resulte perdedor que “acepte su derrota”.
La otra preocupación es que los resultados disparen una ola de violencia, montada o espontánea, de uno u otro sector. Hasta el Secretario General de la ONU, António Guterres, llamó a los bolivianos «a comprometerse con la celebración de elecciones pacíficas» y a respetar «los resultados finales». Lo mismo hizo la alta comisionada de la ONU para los DDHH, Michelle Bachelet: dijo que los bolivianos deben votar «en paz, sin intimidaciones ni violencia».
La propia Áñez había afirmado ante la ONU que el MAS pergeñaba acciones violentas para el día de las elecciones. Sus voceros y la prensa antievista propagaron y amplificaron ese mensaje que, para militantes masistas, se trata de una maniobra para asustar a la población y preparar las condiciones para justificar un autogolpe ante una eventual derrota contundente. «
EN NÚMEROS
7,4 millones de votantes conforman el padrón en Bolivia. Otros 601,631 votantes están en el exterior (4,11% del padrón). Se eligen presidente y vice, 350 autoridades nacionales, 35 senadores, 130 diputados, 9 representantes supraestatales.