Luego de 39 años de lucha, la hija de un ex diplomático brasileño finalmente puede ver reivindicada la memoria de su padre, asesinado por la dictadura militar para evitar que publicara un libro con contundentes pruebas de corrupción en la construcción de la represa de Itaipú. Lygia Jobm por ahora se conforma con que en el certificado de defunción figure que Jose Jobim falleció el 24 de marzo de 1979 de “muerte violenta causada por el Estado brasileño en el contexto de la persecución sistemática y generalizada a la población identificada como opositora política al régimen dictatorial de 1964 a 1985”. Y no que diga que se suicidó o, como algo más tarde, que fue un homicidio con autores desconocidos.

En declaraciones radiales, la mujer dice que por ahora no avanzará hacia la justicia penal porque en el actual escenario de la justicia de su país, no confía en los magistrados para hacer una investigación seria y profunda. Pero que “mañana Dios dirá”. Esó si, irá a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a presentar su caso.

Jobim había nacido en 1909 en San Pablo en el seno de una familia acomodada y vinculada con la dirigencia política de aquel Brasil semifeudal. Su esposa, Lygia Maria Collor, era hermana de la madre del ex presidente Fernnado Collor de Mello, destituido en un impeachment en 1992. El mismo José llegó a trabajar en la empresa de caucho Rubber Army, que había prosperado durante la Segunda Guerra Mundial. Su hermano, Danton, fue presidente del diario Última Hora, el único opositor al golpe de Estado, luego de que el anterior titular, Samuel Wainer, tuvo que exiliarse.

José incursionó en la carrera diplomática y fue vicecónsul en Washington, ministro plenipotenciario en Helsinki, embajador en Asunción y luego en Quito entre 1944 y 1962. Pero tuvo un encargo que a la sazón le terminaría costando la vida de parte de Joao Goulart, un líder popular destituido en 1964, acusado por la derecha y especialmente por OGlobo de ser izquierdista, que murió
en circunstancias poco claras en diciembre de 1976 en Corrientes, donde se había refugiado de los militares de su país.

El caso es que el presidente Goulart le pidió a Jobim que fuera a Asunción para ultimar los detalles de la licitación de las turbinas para la mayor represa sudamericana, entre Paraguay y Brasil. En una entrevista a la emisora ABC Cardinal -perteneciente al multimedios ABC Color- Lygia Jobim, la hija, contó que la propuesta más ventajosa para ambos países era la de una empresa de la Unión Soviética. “Eso fue lo que recomendó mi padre- señaló la mujer, también diplomática- pero a poco de volver se produce el golpe y Goulart es obligado a dejar la presidencia”.


Finalmente las turbinas las construyó la alemana Siemens, según Lygia Jobim, a diez veces más el valor de las soviéticas. Como detalles anecdótico, las turbinas de la represa argentino uruguaya de Salta Grande fueron construidas en la URSS. También la oferta resultó la más conveniente. Y en ese momento, de este lado del río gobernaba el peronismo, mientras que del otro había una dictadura que le dio vueltas al asunto porque el proveedor era de la potencia comunista.

En cuanto a Jobim, luego del golpe siguió vinculado a su metier, por lo que entre enero de 1965 y septiembre de 1966 fue embajador en Colombia y luego fue trasladado a la sede diplomática de Brasil en Argel. De allí recaló en la Santa Sede. Siempre tuvo como tarea al margen, la recopilación de datos sobre la construcción de Itaipú. Le había picado el bicho sobre ese repentino cambio de condiciones que permitieron modificar de un modo tan drástico el presupuesto para la obra, que oficialmente se inició en 1966 y se comenzaría a poner en marcha en 1984.


La dictadura brasileña, con aires de prolijidad y desapego al poder que permitió una cierta institucionalidad de un modelo autocrático, le puso límite al mandato de cada jefe de gobierno. Así, el 15 de marzo de 1979, el general y hasta entonces jefe del servicio de Inteligencia, Joao Baptista de Figueiredo, tomó la banda presidencial de otro general, Ernesto Geisel.

Invitado a la fiesta que se hizo en honor al cambio de mando, José Jobim contó a algunos de los contertulios que estaba escribiendo sobre el escándalo de corrupción en Itaipú. Que tenía mucha documentación por sus contactos en el Paraguay, gobernado con puño de hierro por Alfredo Stroessner, y adonde había sido embajador y enviado por Goulart para algo así como auditar los contratos.

Pero Figueiredo había sido jefe de los espías y tenía oídos en todas partes. El 22, una semana después de la fiesta, Jobim desapareció al salir de su casa en Río de Janeiro. Horas más tarde una farmacéutica de Barra de Tijuca dijo que el hombre le entregó una nota en la que decía que había sido secuestrado en su propio auto y que lo iban a llevar al Puente de Joaotinga.

Dos días más tarde, el 24 de marzo, su cuerpo apareció algo más lejos de ese puente, colgado a la rama de un árbol de una cuerda de nylon, con las piernas dobladas pero los pies apoyados en el piso. El informe policial se apuró a decir que había sido un suicidio. La esposa de Jobim revolvió cuielo y tierra para demostrar que se trataba de un homicidio. Cuatro años más tarde las autoridades judiciales aceptaron que había sido un crimen, pero de autor desconocido. Treinta y nueve años deberían pasar para que la hija obtuviera el documento que certifica que hubo autores conocidos, y que pertenecían al régimen militar.

“Pudimos hacer que el caso se investigara en la Comisión de la Verdad creada en 2012–reveló Lygia- y en 2014 se determinó que la muerte estaba relacionada con el libro que mi padre iba a publicar”. ¿Qué pasó con esa información? La mujer cuenta que con su madre guardaron todos los documentos en una valija que escondieron en la casa que habitaban. Al año fueron a buscarla para ver qué hacían con ella y la valija estaba vacía. “Habían entrado a la vivienda sin que nos diéramos cuenta, sin tocar aparentemente nada, y se la llevaron”.