Las señales que envió Javier Milei de su preferencia por Donald Trump por momentos parecieron obscenas. Entre otras cosas porque el empresario inmobiliario todavía tiene que ganar para que se cumpla el sueño húmedo del paleolibertario argentino. Que encabeza un gobierno de gentes tan enamoradas de todo lo que viene de aquellos lados que copiaron sin el menor pudor la estética de la Casa Blanca y del Capitolio para sus íconos de fondo y el atril donde se hizo la versión local de la asunción presidencial y el discurso del Estado de la Unión vernáculo.

Milei tuvo ocasión de hablar con el expresidente y candidato republicano. Fue durante la visita de Milei al encuentro de la ultraderecha internacional organizado por la CPAC en Washington, en febrero pasado. Se cruzaron en un pasillo del National Harbor donde se realizó el encuentro, se miraron, se abrazaron a media luz, se desearon suerte y de ahí no pasó la cosa.

Habrían de pasar cuatro meses para que el argentino se viera con Joe Biden. Fue en la cumbre del G7 en Borgo Egnazia, en la Apulia. Milei había sido invitado especialmente por Giorgia Meloni, la primera ministra italiana. Fue un encuentro más formal, a plena luz, y en una entidad que tiene algo más de peso para la marcha del mundo. Todavía.

Los dos encuentros fueron algo distantes, hay que decirlo. Protocolares. En Washington, Trump medio que le habló a las apuradas porque entre ultraderechosos no hay cornadas. Pero no se le vio un entusiasmo desbordante. En Italia fue un favor de colegas de su espacio extremo como Meloni: Argentina no forma parte de ese club de los países occidentales mas industrializados. Y las políticas de Milei no hacen prever que se produzca eso de Hacer Grande a Argentina otra Vez le deseó Trump, jugando con su eslogan de campaña. NI que sea industrializado a este paso.

Como sea, es natural que Milei se sienta más cómodo con Trump. Comparten visiones retrógradas del mundo, nada que ver con esos “wokies” demócratas, con sus agendas de género y medio ambiente. Para colmo, ahora Kamala Harris anduvo diciendo que pretende terminar con “la guerra en Gaza” y luchar por la autodeterminación de los palestinos. Que no es la solución de dos estados, pero seguramente lo más cerca que pueda para ver si puede seducir a los sectores de izquierda o los musulmanes. El caso es que Trump dice que va a terminar con la guerra en Ucrania y trata con un desprecio mayúsculo a Volodimir Zelenski.

Por el bien de la humanidad, si se cumplen las promesas de terminar con las guerras -cosa difícil de creer- sería una buena señal para la continuidad de la especie. Contradictoriamente, cuando los imperios están ocupados en otros conflictos, quedan resquicios para la autonomía de estas regiones. El radicalismo fue gobierno en 1916, Primera Guerra; el peronismo en 1945, Segunda Guerra. El No al ALCA de 2005 fue con un presidente republicano que estaba enfrascado en Irak y Afganistán.

Más allá de estas disquisiciones, no importa qué le conviene a Milei, sino qué le conviene a los argentinos. Y tanto para Harris como para Trump, la Argentina de hoy día es un país insignificante, mal que nos pese. No así para la generala Laura Richardson, que asiduamente vuelve a recordarnos sus ansias de llevarse todo el litio y los minerales que le dejen.

Quizás para Trump recordar aquellas correrías de tiempos idos con el joven Mauricio Macri –que pretendía hacer negocios para el grupo empresario familiar, allá por los ‘80- le hubiera ablandado el corazón como para presionar al FMI con un crédito fabuloso a su “amigote”. Pero los tiempos son otros: en el número 700 de la calle 19, en Washington no andan con ganas de otra aventura como la de 2018, cuando esos 45 mil millones de dólares se fueron por la canaleta de la fuga.

En cuanto a Harris, si la administración Biden hubiese tenido onda, Milei no se tendría que haber tapado la nariz para ir golpearle la puerta a Xi Jinping. Porque vamos, China es tan enemiga para Trump como para BIden. Y encima, son comunistas, y al menos para su excanciller, todos iguales.

¿Qué le conviene entonces a los argentinos? La respuesta más razonable es que más allá de diferencias sobre política interior, como sugería Eric Calcagno en su columna del domingo, del Río Bravo para el sur, demócratas y republicanos son todos iguales. O sea, como convenir no conviene nadie.