Cuenta la leyenda, y acreditan numerosos estudios científicos que explican por qué sucedió lo que sucedió, que el rock & roll fue el producto de un conjunto de factores que confluyeron en un momento histórico dado en una geografía más o menos precisa. El momento era la segunda mitad de los 50; el territorio, los Estados Unidos. Allí, los nacidos al cabo de la Segunda Guerra querían decir lo suyo y hacerlo a su manera. Fenómenos similares se rastrean en distintas partes de Occidente. Y la Argentina, orgullosa de ser la tierra que dio origen y forma al llamado rock en español, fue el terreno en el que esa música foránea conquistó, hacia mediados de los 60, corazón y cabeza de una parte de la juventud. Rosario, con la trova encabezada por Litto Nebbia, pero también el Conurbano bonaerense fueron entonces las cabeceras de playa del desembarco del rock en el país, que atravesó con cierto éxito los 70 hasta llegar a los explosivos 80, cuando un decreto de la dictadura militar, que prohibió la emisión de música en inglés en las radios en pleno conflicto de Malvinas, provocó la aparición en catarata de voces desconocidas para el gran público, un momento fundacional del predominio del rock nacional entre los jóvenes,
Hacia los 90, sin embargo, nuevos actores, en particular los más golpeados por las políticas neoliberales de la década menemista, iban a modificar las pautas estéticas de la música popular. En un mismo movimiento, los suburbios de la metrópoli alumbrarían dos subgéneros en apariencia distantes, pero con muchos elementos en común. El rock barrial, rock chabón, explotó entonces desde los márgenes, en paralelo con la avasallante irrupción de la cumbia villera. Dos emergentes de una misma matriz sociocultural, con lenguajes disímiles pero igualmente provocadores, se adueñaban del centro de la escena musical.
En las bases del rock chabón está ese interés que surgió en los sectores populares por el rock, que es el mismo interés que condujo, por ejemplo, a formular la 98.3, explica el antropólogo y sociólogo Pablo Semán, profesor del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Los tipos hicieron una encuesta preguntando cuál es la música que falta, y el público de los sectores populares dice: rock. ¿Y qué es rock?, preguntan. Sandra Mihanovich, JAF, artistas que para el público de clase media no eran exactamente rock. De ahí nacieron los 200 temas que pasó esa radio en sus primeros dos años. Ese público que a inicios de los 90 buscaba esa música, es el mismo que después estará disponible para lo que termina constituyéndose como rock chabón, que es una confluencia entre públicos y bandas muy diferentes desde el punto de vista del estilo musical, pero unificadas por la lectura de una situación histórica. El rock chabón tiene al menos dos generaciones: el que escuchaba a Divididos y Los Redondos, y el que se da ya en este siglo, que es una especie de réplica suburbana de los Stones.
Las respuestas sociales que acompañarían la crisis de 2001 se pueden anticipar en esas vertientes musicales confluyentes de fines de siglo. Hay una generación que llegó tanto al rock como a la cumbia en el contexto de una crisis socioeconómica y quiso narrar esa experiencia, quiso escandalizar desde ese lugar puntualiza Semán. No me refiero a una convocatoria desde lo político, sino a suerte de protesta en un sentido simbólico. Ese momento anudó todo lo que sucedía a nivel musical con lo que la propia situación social le permitía a esos jóvenes construir una identidad, ya metidos en la cumbia y en el rock. Esa coyuntura fue la que generó, tanto en cantidad como en calidad de los temas y las letras-, el auge de la cumbia villera y el rock barrial.
No hubo ni hay, como sucede también en términos sociales en el Conurbano, territorio de fuertes contrastes, formas puras en estos géneros. Los públicos entre la cumbia y el rock se comparten a veces y otras no señala Semán. No es que vino primero el rock y después la cumbia: convivieron, tuvieron intersecciones y estuvieron atravesados por las mismas circunstancias. Hubo momentos de mucha proximidad, por ejemplo entre 2 Minutos, la banda de Valentín Alsina, y la cumbia villera, y dinámicas muy particulares, como Los Redondos, que sin serlo formaron parte del régimen de escucha del rock chabón.
Suelen ser, precisamente, más las formas de escucha que la intención de los artistas lo que termina definiendo a una música como constitutiva de determinados sectores sociales. No se trata de una propiedad de la música en sí misma, sino de los desarrollos históricos que tienen esos géneros en tal o cual coyuntura histórica. Los mismos argumentos valen para explicar por qué ahora es el hip hop el que ocupa ese lugar.
Toda generación nueva tiene una voluntad de ruptura con la anterior, y lo hace con lo que encuentra. Y los medios disponibles para reproducir música básicamente pasan por internet. Es el primer elemento que vuelca a los más jóvenes de los sectores populares a dejarse influir por la cultura rap explica Semán. Segundo, en el hip hop hay una lectura crítica de todo: de los sujetos, las instituciones y las relaciones sociales. Algo que le viene bien a una generación que emerge en medio de una crisis socioeconómica. Esta generación, además de querer romper con el menú musical de la anterior porque sí, se encuentra con una situación de insatisfacción tal vez más marcada. Y algo más, íntimamente relacionado con los cambios recientes en la escucha y la producción de música: el rap es muy sintónico con esa transformación de los medios de producción y reproducción; con lo mismo que escuchás, producís música, que es el teléfono, y también musicalizás. Con una base rítmica y una melodía, ya tenés un rap.
Productos del Conurbano, el rock chabón y la cumbia villera se amasaron con el mismo barro. El hip hop y, cada vez con más fuerza, el trap (contestaria mezcla de hip hop y reggaetón) que hoy fermenta en ese territorio apretado por la realidad, se macera en las plazas y llega hasta la ciudad arriba de los trenes y los bondis. Una música improvisada para vidas vividas en pleno tránsito entre un sueño y el siguiente, todos, siempre, acorralados por la próxima crisis.