Murió plácidamente en su casa de Kensington, California, el hombre que puso en jaque al aparato bélico político que había llevado a Estados Unidos a la guerra de Vietnam al publicar 7000 documentos que probaban las mentiras oficiales para sustentar esa aventura en el extremo oriente, en 1971. Daniel Ellsberg falleció a los 92 años víctima de un cáncer pancreático, sabiendo que estaba en sus últimos días y disfrutando de esos momentos mientras alertaba al mundo hasta el final sobre el peligro nuclear por la guerra en Ucrania y la escalada en China.
Llegó a escribir en marzo pasado que los médicos le habían detectado el tumor y que tenía los días contados, pero según recordó su familia en un texto de despedida en Facebook, “estaba encantado de poder renunciar a la dieta libre de sal que su médico le dio durante cinco años; chocolate caliente, medialunas, pastel, rosquillas de semilla de amapola y salmón le dieron un placer extra en estos últimos meses. También disfrutó de volver a ver sus películas favoritas, incluyendo su favorita de todos los tiempos, Butch Cassidy y Sundance Kid«.
Ellsberg fue un joven ambicioso y verdaderamente patriótico que en los años sesenta se sumó al equipo de analistas de la Rand Corporation, una institución ligada al Pentágono que aún hoy realiza estudios de campo y diseña estrategias de defensa para el gobierno de EE UU. Su tarea consistía en evaluar las fallas que se podrían estar cometiendo en Vietnam y cómo asegurar un éxito en esa guerra -presentada como contra el comunismo- que consumía gran parte de los recursos de la Nación. Y así fue al campo de batalla para ver lo que ocurría, arriesgando el pellejo.
Su informe decía que la guerra no se iba a poder ganar por varias razones, entre ellas, porque los soldados que eran llevados a rastras al frente no tenían ningún interés en esa pelea, mientras que los vietnamitas defendían su territorio. Pero lo que encontró en su camino fue documentos secretos de la Rand donde aparecían las mentiras, ocultamientos y tergiversaciones que justificaban la guerra ante la opinión pública y justificaban el flujo de presupuesto que se votaba en el Congreso.
Ante el rechazo de los jefes de la Rand y de las autoridades nacionales, fotocopió unos 7000 documentos probatorios y los llevó a la redacción de los diarios The New York Times y Washington Post, que con las reservas del caso los publicaron, llegando a enfrentar demandas del gobierno de Richard Nixon en la Corte Suprema. Esta parte de la historia se cuenta en The Post, la película de Steven Spielberg, con Meryl Streep y Tom Hanks en los protagónicos. Hay un documental, El hombre más peligroso de EE UU: Daniel Ellsberg y los Papeles del Pentágono.
Eran otros tiempos. Los medios eran capaces de jugarse con un asunto tan delicado como cuestionar la intervención del país en una guerra de poder en el otro extremo del mundo apelando a las mentiras más burdas. Ellsberg pudo haber terminado como Julian Assange, cuando enfrentó cargos de hasta 115 años de prisión en 1972, pero en eso también el sistema judicial estadounidense era otra cosa.
Desde entonces, Ellsberg se convirtió en el símbolo del whistleblower, el denunciante ético, el individuo que formando parte del aparato estatal del país o de alguna empresa privada de pronto se hastía de las prácticas inmorales que ve cada día y las denuncian públicamente. A riesgo de la propia salud y libertad.
Desde entonces Ellsberg fue un activo militante por la paz y se anotó en cuanta manifestación o actividad hubiera en contra de la guerra. De cualquier guerra. Su último libro, de 2017, The Doomsday Machine: Confessions of a Nuclear War Planner (La Máquina del Juicio Final: Confesiones de un Planificador de Guerra Nuclear), es la otra parte de su archivo sobre Vietnam, la que cuenta el proyecto nuclear de Estados Unidos en los años sesenta y que fue desclasificada poco antes. Tiene en estos momentos una relevancia especial por las amenazas de una hecatombe atómica en el centro de Europa y el mar de la China.
En una suerte de despedida escrita a punto de cumplir los 92 años, en abril pasado, escribió: Me siento afortunado y agradecido de haber tenido una vida maravillosa (…) Me siento de la misma manera por tener unos meses más para disfrutar de la vida con mi esposa y mi familia, y en los cuales continuar persiguiendo el objetivo urgente de trabajar con otros para evitar guerra nuclear en Ucrania o Taiwán (o en cualquier otro lugar). Cuando copié los Papeles del Pentágono en 1969, tenía todas las razones para pensar que pasaría el resto de mi vida tras las rejas. Era un destino que habría aceptado con gusto si significaba acelerar el final de la Guerra de Vietnam, por improbable que pareciera (y lo fuera). Sin embargo, al final, esa acción, en formas que no podría haber previsto, debido a las respuestas ilegales de Nixon, tuvo un impacto en la reducción de la guerra. Además, gracias a los crímenes de Nixon, me salvé del encarcelamiento que esperaba, y pude pasar los últimos cincuenta años con Patricia y mi familia, y con ustedes, mis amigos».