Es politólogo e investigador, profesor de Ciencia Política de la Universidad de la República (Uruguay); especialista en relaciones entre los poderes Ejecutivo y el Legislativo, partidos y sistemas electorales. Autor de libros y otras publicaciones sobre análisis político y electoral, Daniel Chasquetti, es además profundo conocedor de las entrañas del poder real de un ambiente como el oriental, que convive sin las estridencias enloquecedoras de este lado del charco. Justamente, sin disonancias pero con precisión, describe la actualidad política a una semana de las elecciones que otra vez le cambiarían ideológicamente la cara a su país.

–¿Cómo está llegando Uruguay a estas elecciones?

–Digamos que, tras la pandemia donde todos los países sufrieron mucho, Uruguay se recuperó: tenemos la mayoría de los indicadores macroeconómicos y sociales en los mismos niveles que en 2019. Es un logro del gobierno, aunque no pueda transformarlo en votos. La gente se sigue quejando, es la tónica. Luego hay algunos problemas que se agravaron, como la seguridad, el principal asunto de la agenda. Cuando las encuestadoras preguntan por problemas, aparece siempre primero. La novedad es que se está generando la idea colectiva de que es un problema muy profundo y que no lo puede resolver un partido solo, ni en un período de gobierno. Con nuevos actores como el narcotráfico internacional y el lugar asignado a Uruguay en procesos de tránsito y distribución de droga en el mundo.

–¿Cómo repercute a nivel local?

–En una tasa de homicidios altísima, similar a la que tiene Rosario. Es una guerra de bandas. La policía encarcela a los jefes que se disputan los liderazgos pero en territorio hay muchos homicidios. En las cárceles, los jefes que se reorganizan, están hacinados pero no hay motines. Ahí está el control de las bandas, allí reclutan a los que caen. Luego hay un montón de gente joven que sale de las cárceles y que, o se enrola en las bandas o ya están muy deteriorados y terminan en la calle.

–Sorprende cómo se reprodujo la cantidad de gente que vive en las calles de Montevideo.

–Se multiplicó por tres en este periodo. No es un problema que se centra en Montevideo y los suburbios sino en las ciudades donde hay cárceles próximas. El Estado carece de programas eficientes de recuperación. Se requiere una inversión fuerte, pero se tiende a usar el gasto público en obras que puedan percibir los votantes.

–Esto a pesar de la LUC. En su un momento se adujo que esa ley resultaría clave.

–Es cierto. La LUC le dio más potestades a la policía y endureció algunas penas pero los resultados no se vieron. En realidad hubo un cambio en la estructura de delitos: menos hurtos pero más homicidios. El gobierno dice que es un logro, la oposición dice que ya nadie roba porque prefiere plegarse como soldadito a las bandas. En Montevideo, hay zonas rojas y otras en las que la vida es normal.

–Decís que la economía funciona aún sin crecimiento espectacular. Es significativo que el electorado no priorice el tema económico.

–Sí, ya había ocurrido en el 2019. Una de las tres o cuatro razones por las cuales el Frente Amplio perdió el gobierno fue la inseguridad. La población percibía que había fracasado, y la campaña de del actual gobierno fue en base a eso. No quiere decir que todo el mundo esté bien económicamente. Hay amplios sectores que la pasan muy mal. Pero dada la pandemia y que estamos súper expuestos a las noticias de Argentina… no estamos tan mal en eso.

–¿El Frente recuperó terreno sólo por el tema seguridad o también por la corrupción y las cuestiones sociales?

–La corrupción es el segundo gran problema del gobierno. Aunque no alcanzó al presidente, que logró descalzarse y sigue con evaluación altísima, el 50%. Los escándalos de corrupción empezaron en el segundo semestre del 2022. Una serie de episodios, causas por las que debieron cambiar los ministros; y el principal senador resultó ser un pedófilo y terminó preso. Esos escándalos le hicieron mucho daño al gobierno y es parte del castigo cuando mirás las encuestas. Hay un cambio drástico en 2022: el FA dio un salto de cinco o seis puntos y no bajó de ahí. Los partidos del gobierno cayeron unos 10 puntos que no recuperan. En el 2019 llegaron al 56%; hoy no llegan al 42%.

–El Frente sufrió una renovación. ¿Qué le puede dar a Uruguay si gana?

–Mirá, no va a haber grandes cambios en materia de política económica. Así como (Luis) Lacalle Pou no modificó mucho respecto a cómo dejó el país Tabaré (Vázquez). El cambio se va a dar en la microeconomía, en el frente externo, las exportaciones. Ciertos sectores productivos que reclaman apoyo. También en ciertas reglas que este gobierno modificó: por ejemplo, en 2019, si llevaba más de  U$S 5000 a un banco, debías explicar de dónde lo habías sacado. La LUC llevó esa barrera a U$S 100 mil. Lo argumentaron pero significa un pobre contralor. Acá existe un organismo, la Junta de Transparencia y Ética Pública que controla declaraciones juradas, ingresos, patrimonios, que está absolutamente pasiva y nunca hizo observaciones. Todo eso se va a fortalecer y darle seriedad.

–¿La mirada en cuanto a las políticas sociales es tan diferente como se supone?

-Se espera un gran salto de calidad en ese sentido. No es que Lacalle haya desmontado las políticas sociales, más bien las continuó. Cuando llegó, intentó hacerlas de otro modo, liberalizarlas, y rápidamente se dieron cuenta que no funcionaba. Terminaron haciendo algunas políticas como las hacía el Frente. Pero les faltó ese compromiso, esa aplicación sustantiva. Hay problemas muy graves como la infantilización de la pobreza, que siempre existió pero ahora se llegó a un punto que es obsceno. Es un tema que Uruguay tiene que abordar y que no resuelve sólo una política. En eso el Frente Amplio va a generar un cambio. Creo que se va a mover todo un poquito a la izquierda, pero no mucho. No mucho porque, en realidad, no es el espíritu de época. No es que la gente pida grandes cambios. Hay una encuesta fantástica en la que la mayoría decía que hay que cambiar, pero gradualmente. Pide cambios moderados.

–Ya no estamos en el 2004.

–En 2004, cuando ganó el Frente, se requerían cambios bastante profundos: en sistema de salud, una reforma tributaria, se creó el Ministerio de Desarrollo, se implementaron transferencias a los sectores más postergados. Hubo ese tipo de giros. No creo que se den en el próximo periodo.

–Es inevitable una comparación con Argentina. Algo que arroja tu explicación es que en el Uruguay están muy consolidados los partidos, más allá de las distancias ideológicas.

–Tenemos esa discusión con nuestros colegas. En el mundo, los partidos están viviendo una crisis dramática y en Uruguay siguen sobreviviendo y dan pruebas de tener raíces profundas. Los partidos están fuertes y eso ayuda: no da espacio a que aparezcan figuras que desborden, que vengan de afuera.

–Como en Argentina.

–Creo que lo que pasó en Argentina fue que en un tiempo muy corto fracasaron dos gobiernos de ideologías opuestas y se abrió el espacio para que apareciera un offsider. En Brasil pasó lo mismo con Bolsonaro, aunque con el impeachment a Dilma y luego con el fracaso de las reformas de la derecha. En Uruguay estamos lejos de eso. Fijate que si el Frente gana, será por muy poco: la coalición no saldrá dañada ni muy golpeada.

–Tampoco Lacalle Pou y su intención de ser reelecto en 2029. Tiene una buena perspectiva más allá de lo que ocurra con el futuro gobierno.

–Está muy claramente enfocado para volver en el 2029. Es muy joven, muy buen político: la capacidad que tuvo para separarse de los problemas de corrupción fue formidable. No parece preocuparle mucho que gane el FA. De hecho él era diputado del departamento de Canelones y (Yamandú) Orsi era el intendente. Se conocen. La relación es muy buena. Además en Uruguay ser electro presidente dos veces no es para cualquiera. Sólo hubo tres: José Batlle y Ordóñez y Julió María Sanguinetti (ambos colorados) y Tabaré (del Frente). Ningún blanco lo logró y Lacalle lo ve como su oportunidad. Los políticos siempre están pensando en cómo pasar a la historia.

–¿Cómo se desarrolla esta campaña comparada con las anteriores?

–Una campaña muy fría. El nivel de indecisos es bajo y los partidos los buscan pero no hubo grandes movilizaciones. Los candidatos son nuevos y no despiertan grandes pasiones. En los equipos de campaña hay muchos asesores extranjeros y traen técnicas nuevas, segmentación del electorado, trabajo por redes. Están más preocupados por llegar al público que por hacer demostraciones de masas, actos públicos. Los candidatos hacen giras, recorren el país pero en reuniones más bien chicas. Después tengo la percepción de que se está instalando la idea de que «puede cambiar el gobierno pero en definitiva el cambio no nos va a generar graves consecuencias». En el mediano plazo, esto puede ser un problema. La gente comienza a percibir que pese a toda la estridencia, en general en los temas más relevantes no hay tanta distancia, lo que también genera desmovilización. Sí, hubo episodios como el de Javier Negre (ver aparte), un verdadero provocador. Pero no creo que la gente del Frente pise el palito. No le conviene.

–¿Cómo sería la relación entre un futuro gobierno del Frente y Milei?

–Va a ser complicada. Si ya es complicada con Lacalle Pou… Está bien que Lacalle lo cruzó incluso en Argentina cuando salió a defender al Estado y las políticas públicas. La relación actual es bastante fría. Y si gana Orsi, será más fría. Es un problema: nunca terminamos de cerrar los problemas. No te olvides que llegamos a que con Tabaré Vázquez y Néstor Kirchner ambos se decían de izquierda, hasta tuvimos cerrados los puentes… Como que estamos condenados a que las cosas no funcionen muy bien. Pero no creo que las definiciones de políticas económicas del Frente vayan a molestar tanto a Milei. Incluso en temas como el libre mercado lo empezó Tabaré y fue bloqueado sucesivamente por el propio Lula. Lacalle lo agarró y lo llevó a un extremo en foros internacionales. Desde esa perspectiva, Milei no tiene mucho para quejarse.