Con el fin de la Convención Nacional Republicana, el partido de Donald Trump ya tendría que estar enfocado en las elecciones generales de noviembre. No obstante, si bien el proceso de primarias está terminado, las internas siguen consumiendo las energías de una fuerza política dividida. Entre los escándalos que dejó el congreso partidario, se pudo ver que el revoltoso frente anti-Trump no se resigna, y que el segundo en la carrera por la representación, Ted Cruz, se negó a darle su apoyo a su rival. El anuncio de Mike Pence como compañero de fórmula responde a la necesidad de unir al sector conservador al proyecto, pero las ofensas personales que dejó la campaña alcanzaron un punto sin retorno, como ocurre, por ejemplo, con la familia Bush.
En la otra vereda, la realidad del Gran Viejo Partido quedará más expuesta con la Convención que realicen los demócratas la semana próxima, en la que ostentarán la ausencia de fisuras. Después del apoyo de Bernie Sanders a Hillary Clinton, que se suma al de Barack Obama, al del vice Joe Biden y al de la abanderada progresista, Elisabeth Warren, no queda un sector del partido que no esté con ella. La candidata tiene el respaldo de las minorías, de las mujeres, del establishment y de buena parte de la izquierda, mientras que la pequeña base de Trump se centra en los blancos pobres conservadores. Sin embargo, lo más extraño de esta elección es que, a pesar del escenario que imponen los diferentes sectores sociales, nada está definido.
El rechazo que siente por la ex primera dama una gran parte de los estadounidenses alcanza para hacerla una de las opciones más impopulares a la presidencia en la historia del país. Se pueden evaluar propuestas y contenidos discursivos, pero da la sensación de que se difuminan en un plano cuyo eje es su derrota electoral. Lo mismo ocurre con Trump, pero los motivos son más conocidos. A Hillary se le critica la ambigüedad ideológica marcada por el oportunismo, su oposición a una regulación más estricta del sector financiero a cambio de donaciones, el apoyo a la guerra contra Irak, los errores en el ataque en Bengasi al consulado de EE UU y la exposición de secretos de Estado tratados en una cuenta personal de correo electrónico.
Por otro lado, no está de más explicar cómo las posibilidades de un candidato xenófobo como Trump, están lejos de descartarse. En primer lugar, la xenofobia subyace en un partido republicano que apenas logra solaparla con fines electorales. El magnate, lo que hizo, fue sincerarla. A su vez, detrás de frases rimbombantes, se le reconoce la independencia de sus correligionarios al criticar los tratados de libre comercio, promover la regulación financiera, apoyar una disminución en el presupuesto de defensa, y pretender inyectar dinero en la economía contrastando con la voluntad de ajustarla. Esto, sumado a su enemistad con el establishment político y sus críticas al sistema, llevaron al 20% de los seguidores de Sanders a asegurar que votarán por él.
En suma, el enfrentamiento que determinará el destino del mundo, sobrepasa las etiquetas ideológicas y la contraposición de cosmovisiones tradicionales. No es la izquierda contra la derecha, es Hillary contra Trump. «