«El mito llegó», cantan en Brasil. Pero Jair Bolsonaro no cayó del cielo, su presencia es más bien un síntoma social. Expresa un malestar, una angustia frente a la crisis económica –desplome de más de 7 puntos del PBI entre 2014 y 2017–, la crítica a las coaliciones partidarias y denuncias por corrupción que equipararon al establishment político, y las fallidas respuestas frente a la inseguridad –175 muertos por día en 2017 según el Foro Brasileño de Seguridad Pública–.En la liturgia electoral, la prédica del Mesías anunciaba una promesa de cambio. ¿Cuál es su propuesta para amainar el malestar? No hay deseos ocultos y el programa fue explícito y consciente. Pero la represión a veces llega de parte de quienes lo exculpan: «No es tan así».
La torta debe crecer y luego ser distribuida, sostenían los liberales de la dictadura. Y Paulo Guedes, el principal funcionario de los 22 ministros del Gabinete, promete ajustar las cuentas. Acaparará funciones en Economía para declararle la guerra a su «principal enemigo»: el déficit. Prometió apertura, devaluación, privatizaciones y reforma jubilatoria. El «Chicago boy» podrá coincidir con Ernesto Araújo, designado canciller, en que «el cielo es el límite de las relaciones entre Brasil y EE UU» pero deberá evitar que sus críticas a China nublen la relación con el principal socio comercial. Políticas conocidas que igualmente generan una creencia en el cambio. Pero las creencias individuales no operan únicamente en el fuero íntimo de las personas, sino que se materializan socialmente, juegan en la realidad.
La principal economía de América Latina debe combatir la corrupción y Sergio Moro, el juez de primera instancia que condenó al expresidente Luis Inácio «Lula» da Silva, es funcional. Parecía «un universitario recibiendo un diploma», dijo Bolsonaro cuando le ofreció el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública que también tendrá bajo su égida funciones de la cartera de Trabajo (disuelta). Con Moro se quiere compensar el quiebre de la promesa de un gabinete sin causas judiciales como las de Onyx Lorenzoni, ministro de la Casa Civil –jefe de Gabinete– y Luiz Enrique Mandetta, en Salud.
Desestiman sus componentes castrenses y marciales, otras veces los subliman con gestos o merchandising del excapitán del Ejército que dijo que aspira a gobernar como»50 años atrás», período de plomo, y que nombró al exjefe del Estado Mayor del Ejército Fernando Azevedo e Silva como primer militar en ocupar el Ministerio de Defensa desde su creación en 1999.
Creer que Bolsonaro es el enviado no terminó en una oración individual sino que llevó al acto a más de 57 millones de almas a votar por él. Pero el elegido, igual que el hijo de Dios hecho hombre, «es uno de nosotros». Se lo exculpa aun de sus palabras: «No va a llevar a cabo eso que dice» o «son mentiras de los medios». Expresa «lo que la población quiere escuchar». Si confunde el camino, llegará el perdón y la redención porque «no es perfecto”, “se puede arrepentir y cambiar». María, Leonardo, Kelly, Montero y Débora no desconocen el programa, lo asumen. Están dispuestos a perdonarlo si lo confunde como si lo aplica. Lo que importa es creer en un cambio. «