La balacera de Dallas, Texas, que costó la vida a cinco policías blancos y un civil negro y dejó al menos a otras once personas con heridas graves, puede ser la gota que rebase el vaso y desate finalmente otra guerra racial como las que han atravesado la historia estadounidense en las últimas décadas. Con el agregado de que como hace mucho no pasaba, una organización política encabeza las protestas de los negros, Black Lives Matter (BLM, las vidas negras importan) y aparecen voceros del establishment blanco que los comienzan a caratular como bandas terroristas. Una reminiscencia de los Black Panthers (Panteras Negras), que en los ’60 se armaron en defensa de los derechos de los negros y terminaron envueltos en acusaciones de violencia armada en un país que hace gala de su puntillosa libertad para portar armas de fuego.
La semana que pasó fue especialmente dramática incluso para una sociedad como la estadounidense, habituales matanzas indiscriminadas en sitios públicos. Esta vez la cuota fue de dos sucesos extremos: el martes, Alton Sterling fue baleado en Baton Rouge, Louisiana, luego de ser reducido contra el piso por dos agentes blancos; el miércoles, un policía de Minnesota vació el cargador de su pistola contra Philando Castile cuando el joven de 32 años metió la mano en su pantalón para mostrarle el documento durante una requisa callejera. La ira popular se desató desde que la novia de Castile iba transmitiendo lo que ocurría mediante su celular a Facebook.
El jueves a la noche, una manifestación organizada a través de las redes sociales por BLM en la ciudad donde hace 52 años fue asesinado el presidente John F. Kennedy, terminó en un tiroteo protagonizado por francotiradores, según el informe policial. Unas horas más tarde, fue interceptado Micah Xavier Johnson, de 25 años, presunto autor de los disparos. Siempre a decir de los relatos oficiales, el joven negro dijo que quería matar a todos los policías blancos para vengar la cadena de muertes que se venía registrando en el país. Johnson cayó abatido por el estallido de explosivos colocados en un robot policial. Un moderno artilugio del que se enorgullecen las fuerzas de seguridad de Texas que impidió tener mejor relato de lo que había ocurrido porque convenientemente el presunto responsable de la balacera fue eliminado.
Cuando todavía no se habían acallado las voces de estupor ante lo ocurrido, los dos candidatos presidenciales, Hillary Clinton y Donald Trump, enviaron mensajes de condolencias y preocupación y suspendieron sus respectivas campañas en solidaridad con las víctimas. El presidente Barack Obama insistió en un discurso en favor de mayores controles del uso de armas en manos de civiles.
Poco a poco fueron saliendo a la luz algunos detalles de los implicados en este caso puntual de Dallas. Johnson, por ejemplo, estuvo en Afganistán como soldado aunque por lo que parece allí ejercía de albañil y carpintero. En su casa encontraron fusiles, chalecos antibalas y material como para la fabricación de bombas. Alguien de la familia en su página de FB lo consideró «definitivamente fuerte como el ejército, divertido, comprensivo, amoroso». Entre los policías muertos está Brent Thompson, de 43 años, que venía de la actividad privada como mercenario, primero en la Dyn Corp International, una de las contratistas del Pentágono, en Irak. De allí recaló en una agencia privada, DART, y desde hace siete años viste uniforme policial. Patrick Zamarripa, otro de los fallecidos, estuvo por tres períodos -también en Irak- como marine.
En toda esta historia hay un personaje mediático que viene alertando a su público, mayoritariamente inclinado a la derecha y con tintes racistas, sobre lo que significa la incursión de BLM en la actividad política estadounidense. Se trata de Tomi Lahren, una presentadora de televisión de apenas 24 años, rubia platinada para más datos, que disfruta de la provocación política. En un tuit que ante los escandaloso de su afirmación tuvo que borrar presurosamente, dijo: «Conoce el nuevo KKK (Ku Klux Klan), ellos se llaman ‘Black Lives Matter’, pero no se confundan, sus objetivos están lejos de la igualdad.»
Otros comentaristas políticos de esa derecha fanática que alimenta los argumentos del Tea Party y los republicanos más acérrimos hicieron aseveraciones del mismo tono y que hacen temer una nueva escalada contra BLM similar a la que en los ’60 debió sufrir el partido de los Panteras Negras.
BLM fue fundado en 2013 luego de la seguidilla de matanzas de policías blancos contra afroestadounidenses desarmados. Hay una escalada, pero además en estos últimos años la tecnología disponible permite que esos casos sean filmados y una vez puestos en la Web desatan tempestades. Y en el verano de aquel año Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Toneti lanzaron BLM desde las redes sociales ante la indignación que provocó la liberación del policía George Zimmerman, el asesino del joven Trayvon Martin.
Cullors es oriunda de Los Ángeles, Toneti viene de Nueva York, aunque es de origen nigeriano. Garza, en cambio, es de Oakland, California. Es la misma ciudad donde en 1966 nacieron los Panteras Negras como una hermandad que juntó voluntades para auxiliar a la comunidad negra ante la brutalidad de la policía blanca y de los grupos violentos de blancos supremacistas. El legendario Edgar Hoover, temerario y polémico director del FBI por décadas mediante al recurso del «carpetazo», se tomó especial cuidado en infiltrar y socavar a los Panthers hasta que finalmente lo logró al precio, incluso, de promover a las mas brutales bandas de narcotraficantes para que los eliminaran.
Ahora, y cuando llega a su fin la gestión de Barack Obama -el primer presidente de sangre negra en llegar a la Casa Blanca-, la grieta histórica en Estados Unidos se potencia y nada bueno esperan muchos si prosperan voces como las de Lahren o incluso de Trump, que si bien esta vez lanzó un mensaje conciliador y amplio, es en gran medida responsable de haber iniciado su carrera hacia Washington mediante controvertidas declaraciones xenófobas.  «

El tiempo en que recrudece el miedo de ser negro

Eric Guster es un prestigioso abogado de Birmingham, Alabama, que suele ser convocado a dar su opinión en la cadena Fox. Allí, en las últimas horas, destacó sus temores, a pesar de ser bastante conocido públicamente, ante la presencia policial.
«Hace dos meses fui detenido por una infracción de tránsito. Me detuve y temía por mi vida. Sinceramente, me pasó lo que a muchos afroestadounidenses les pasa», aseguró en primer término, para luego permitirse reflexionar: «Algunos policías simplemente no deberían haber sido contratados».
Las afirmaciones de Guster son sustentadas por una serie de estadísticas, que no están precisamente del lado de los negros en ese país. Justamente los números dicen que hay dos veces más probabilidades de ser baleado por la policía cuando uno es negro que cuando es blanco. Y en el mismo sentido que cada 28 horas un negro es asesinado extrajudicialmente.
Es que en promedio, las mujeres y los hombres de raza negra junto con los hispanos representan mas del 60% de los detenidos que se encuentran en las cárceles norteamericanas. Y es más: en algunos penales esas cifras se abultan hasta llegar a asegurar que casi el 90% de la población carcelaria es negra.
Entre las recomendaciones que algunas organizaciones no gubernamentales hacen a los civiles en caso de resultar detenidos por la policía figura «no correr, avisar si uno está con armas y presentar los documentos requeridos sin chistar».
Era precisamente lo que había hecho Philando Castile, pero igual lo asesinaron.

ARMAS PARA TODOS, MUERTE PARA TODOS

Columna de opinión de Gabriel Puricelli, Vicepresidente, Laboratorio de Políticas Públicas

Todos pierden. Los muertos, por supuesto. Y todos los estadounidenses. Esa es la admonición que emerge de los asesinatos cometidos por el francotirador de Dallas. La protesta por la muerte de otros dos ciudadanos afroamericanos fue la ocasión para otras seis ejecuciones: un círculo vicioso del que EE UU no puede salir. Que las víctimas, en este caso, sean oficiales de un cuerpo de policía que es visto como un modelo de reforma para minimizar el uso de fuerza letal y para evitar la discriminación racial en su accionar, no hace sino subrayar cuán extremadamente vicioso es.
La combinación de acceso casi sin regulaciones a armas de fuego y sociopatía u otro problema de salud mental volvió a tener un costo en vidas humanas, en la misma semana en que fue ejecutado Phil Castile en Minnesota. Esa muerte resultó del pánico con que reaccionó un policía a la portación legal de un arma por su víctima, a quien disparó apenas esta le informó, como se sugiere a los civiles que lo hagan si tienen un arma consigo, cuando son sometidos a algún chequeo de rutina.
Castile y los policías de Dallas no hacían más que lo que se espera que hagan cuando fueron asesinados. Víctimas de atacantes con nombre y apellido, también lo fueron de un estado de cosas que el Congreso se niega necia y obstinadamente a cambiar. El derecho a armarse a piacere no sólo pone juguetes letales en manos de millones de personas que así se transforman en células dormidas de un terrorismo hágalo-usted-mismo que estalla al azar, sangriento y casi rutinario: al hacerlo, crea la presunción de que todos pueden estar armados, empujando cada vez más a la policía a disparar primero y preguntar después.
De la mano de estos hechos viene un envenenamiento en dosis bajas pero sostenidas de la vida política del país: el movimiento Black Lives Matter, que organizó la marcha en Dallas que el francotirador eligió para matar, suma desde el jueves miles de calificaciones de “terrorista” en esa cloaca que son los foros de comentarios de los diarios online. Podemos contar con una mano las horas que han de pasar hasta que ese adjetivo esté en boca de algún comentarista de TV.