Como en 2007, cuando estuvieron a punto –48.000 votos de diferencia en casi tres millones de electores– de abortar un tratado de libre comercio con EE UU, los costarricenses volvieron a las calles para impedir un acuerdo por 1750 millones de dólares con el FMI. Esta vez, en sólo nueve días, la contundente movilización de campesinos, trabajadores fabriles, estudiantes, cuentapropistas, pequeños empresarios y desocupados forzó al presidente Carlos Alvarado a renunciar a la idea de pactar una deuda impagable para Costa Rica aunque casi 33 veces menor a lo que fue aquel catastrófico crédito dado en la primavera de 2018 al gobierno de Mauricio Macri. Quienes le doblaron el brazo al presidente y al FMI conforman el Movimiento de Rescate Nacional (MRN).
Los ticos sacaron a flote toda su vitalidad política para enfrentar a los poderes fácticos y defender al Estado. Salieron a la calle el 25 de setiembre, y el 4 de octubre tuvieron el primer festejo de una lucha que viene para largo y que, desde entonces, ya sumó varios hitos. El nuevo aumento de impuestos y tarifas, la rebaja de salarios, la pérdida del aguinaldo y la reducción del 15% de la plantilla de trabajadores estatales no correrán, en esta instancia al menos. Las privatizaciones exigidas por el FMI, que incluían el Banco Internacional (que opera desde Panamá) y la Fábrica Nacional de Licores (Fanal) donde se destila desde 1850 el célebre Cacique, el ron que les puso temperatura a las más recordadas aventuras de marineros y piratas, quedaron desactivadas. No habrá entrega por ahora.
El presidente retiró su propuesta, pero no por eso desiste de la entrega. Sigue maniobrando para avanzar en negociaciones con los manifestantes, pero se niega a hacerlo con el MRN. Oferta un pacto más digerible, pero empezó mal. Primero dijo que el plan rechazado en las calles sigue siendo imprescindible para paliar la crisis del coronavirus, con su secuela de desempleo (24%). Luego rechazó la idea de la Iglesia Católica para actuar como “amigable componedora”. Tercero, creyéndose dueño de un poder que no tiene condicionó un diálogo al cese de las protestas. Por último, instaló un foro al que invitó a 25 entidades, casi todas ligadas a los poderes fácticos, pero sólo 12 respondieron, y no todas positivamente. Todo lo hizo con un intimidante telón de fondo: una no agendada visita de inspección del jefe del Comando Sur de Estados Unidos, Craig Faller, a El Salvador, Guatemala y Honduras.
Así como políticamente ya no tiene el consenso que logró en 2018, cuando para derrotar al fundamentalismo pentecostal del predicador Fabricio Alvarado –igual apellido pero nada que ver– todos los partidos lo votaron en una segunda vuelta, económicamente la Costa Rica actual no es la de dos años atrás. En una Centroamérica pobre y violenta, el país aún desentona. La expectativa de vida es de 79,2 años. El PBI per cápita fue de 13.000 dólares en 2019 pero este año caerá entre un 3 y un 4% (es alto igual). Según el Banco Mundial hay desigualdad social y caída en el nivel de vida. La pobreza se situó en el 21% (el peor índice en 38 años) y la indigencia en 5,8%. Para este año, las proyecciones oficiales hablan de un déficit del 9% del PBI y una deuda pública acumulada del 75% del PBI.
Pero las cosas ya venían mal, cuando el país empezó a dar los últimos pasos para ingresar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el gran sueño de “democracias” como las del Chile de Augusto Pinochet y la Argentina de Macri. En mayo de este año Costa Rica se convirtió en el miembro número 38 de ese exclusivo club de los países más desarrollados –originariamente Estados Unidos y las potencias de Occidente– para “coordinar las políticas económicas y sociales”. Para ingresar al club, Costa Rica debió, primero, reformar doce leyes para adecuarse plenamente al status de las más grandes economías de mercado y aprobar un “combo fiscal” al que llamó Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas (impuesto al salario, entre otros).
Alvarado cumplió con uno de los sueños del pibe. Anunció con salvas de palabras vacías la incorporación a la OCDE. Era imposible para un ciudadano común –para los docentes y los estudiantes, los campesinos y los pequeños empresarios, los transportistas y las víctimas de la voracidad impositiva– advertir a tiempo que al pequeño país en alpargatas desflecadas lo estaban invitando a una fiesta de galeras de felpa, reservada para los dueños del 60% del comercio mundial, el 80% del PBI global y el 15% de la inversión extranjera directa. A ese reservorio fue a parar el pequeño país centroamericano de 51.100 kilómetros cuadrados y 5 millones de habitantes. En ese viscoso pedestal fue que encontró el pueblo a su país el día que le dijo no va más al presidente Carlos Alvarado.
Enemigo del neoliberalismo
No le gusta que lo llamen El Abuelo, y tiene razón, porque no es el nono de nadie y aunque nació con el otoño del 38, sus 82 años y su pelo blanco no habilitan a cualquiera a identificarlo con un su ilustre antecedente familiar que se asocia, sin embargo, con la vejez. José Miguel Corrales Bolaños es el líder primero del movimiento que desde hace cinco semanas tomó las calles de San José y las principales ciudades costarricenses para decirle “No” a cualquier intento de componenda con el FMI.
En estos días, como siempre con todos los partidos que fundó o ha ayudado a caminar, anda distanciado de quienes lideran la cosa en las calles, lo que no quiere decir que ande peleado con las consignas del Movimiento de Rescate Nacional. Se define como “socialdemócrata enfermizo y consecuente enemigo del neoliberalismo”. Desde una izquierda que muy poco le ha dado al país lo descalifican. “Es un viejo veleta que vive cambiando de partido”, dicen, porque ha sido diputado por dos partidos y presidenciable por otros tres.
En su currículum, recuerda con orgullo que en 2007 promovió un referéndum que estuvo a un 1% de abortar el nefasto Tratado de Libre Comercio que ató el destino de Costa Rica a la economía de Estados Unidos. Cita siempre que es hijo de la educación pública, desde la escuela hasta la universidad, y jamás olvida su vida deportiva. En 1954, los tiempos del 3-3-5, era un número ocho infernal, goleador y creador, que llevó a la selección juvenil a ganar la Copa Centroamericana, y fue ídolo del Deportivo Saprissa, el equipo nacional en el que atajó Keylor Navas, el actual arquero del PSG francés y la selección de Costa Rica.