La única hoja de ruta que Venezuela tiene disponible hacia una salida progresista (democrática y orientada hacia la justicia social) en un plazo mediato, es la vuelta al cauce constitucional. A hoy, el gobierno de Maduro y sus aliados en el Poder Judicial han optado por abandonar el camino institucional para procesar las diferencias que existen en la sociedad.

Desafiando a la oposición a adoptar el mismo «cuanto peor mejor» que orienta sus propias acciones desde que los venezolanos le negaron la mayoría parlamentaria en 2015, Maduro cumple la proeza de ayudar a que entre parte de sus adversarios siga viva una idea insurreccional y contribuye a fortalecer en la oposición a los sectores que hacen política en espejo con la acción del gobierno.

Mientras predomine esta actitud, se hace casi imposible, lamentablemente, imaginar cómo retornar al funcionamiento de la democracia y cómo recomponer el de la economía de modo tal que no siga siendo el motor de injusticia social y penuria.

La fiscal Luisa Ortega, desde el chavismo, y opositores como Henri Falcón, Henry Ramos o Julio Borges, han abrazado la Constitución vigente como el piso mínimo común para un consenso que permita frenar la violencia estatal y dejar de proveer oportunidades para la expresión de otras formas de violencia con el pretexto de la política. La expulsión de Ortega del campo oficialista hace abrigar poca esperanza de que Maduro, Diosdado Cabello y el caudillo militar Vladimir Padrino puedan reconsiderar, así sea, paulatinamente su posición. Un escenario deseable es que el núcleo constitucionalista de la oposición no se vea debilitado a causa de esto.

La condición para que una salida progresista no continúe alejándose es que crezcan los sectores que rechacen la lógica de la polarización en ambos campos, es decir quienes abracen con honestidad la idea de una solución que inevitablemente dejará insatisfechos (en ambos campos) y quienes desechen la noción impracticable de la eliminación del oponente. Por muy minoritario que sea el oficialismo, no dejará de representar una minoría que probablemente es más numerosa que las partes que componen la oposición consideradas individualmente.

Como vecinos y hermanos de los venezolanos, nos toca a los de afuera no competir con ellos ni en la vituperación ni en la defensa ciega de Maduro, sino en intervenir discreta y firmemente para ayudarlos a hacer pie en ese angosto terreno común en el que deberá pivotear la recuperación de la democracia y la justicia social en ese país. «

* Coordinador del Programa de Política Internacional del Laboratorio de Políticas Públicas