Los últimos directores del Fondo Monetario Internacional (FMI) no pueden ser presentados como un modelo de transparencia e integridad. La actual, Christine Lagarde, fue declarada culpable en diciembre de 2016 de negligencia en el marco de una causa por desvío de dinero público en el sospechoso pago de una indemnización a un empresario cuando era ministra de Economía de Francia. El anterior, Dominique Strauss Khan, cayó por un escándalo sexual y había sido condenado por proxenetismo en junio de ese mismo año. Ahora se confirmó en el tribunal de última instancia judicial la condena a cuatro años y medio de prisión contra Rodrigo Rato por apropiación indebida de bienes.
Rato fue director del FMI entre junio del 2004 y octubre del 2007. Fue el hombre que negoció con el gobierno de Néstor Kirchner la salida del default de 2001. La última vez que pisó Buenos Aires fue a hurtadillas, para evitar el rechazo popular, y por apenas 10 horas. Quería que Kirchner y el ministro Roberto Lavagna aceptaran una propuesta para un arreglo con los bonistas según sus términos. No tuvo suerte y en enero de 2006 el gobierno canceló toda la deuda con el FMI para iniciar un período de políticas económicas sin interferencias del organismo internacional.
Los caminos de Rato prosiguieron vinculados al Partido Popular, del que ya había sido vicepresidente de Gobierno y Ministro de Economía en tiempos de José María Aznar en el Palacio de La Moncloa. Dirigió en 2010, a pedido de Mariano Rajoy, el grupo financiero Bankia, que había caído en bancarrota durante la crisis del 2008. Una crisis, como indican sus críticos, se fue gestando mientras él era director del FMI y no fue capaz de ver.
Tampoco tuvo suerte en esta nueva actividad pública, o más bien, le ganó la tentación. Y terminó procesado por varios delitos económicos . El más escandaloso fue la utilización de tarjetas de crédito sin límite para uso personal, las llamadas «tarjetas black». El menos visible para el vulgo ocurrió durante su gestión en Bankia, que según los informes que presentó en 2011 tenía 309 millones de euros de beneficios, pero al retirarse, resultaron en 3000 millones de quebrantos. La revista económica Bloomberg lo puso en la lista de los peores CEOs del mundo en 2012. Ni siquiera entonces sobresalió, estaba en el quinto puesto.
En abril de 2015, Rato fue detenido por los delitos de fraude, ocultamiento de bienes y blanqueo de capitales. Salió a las pocas horas en libertad mientras se sustanciaba el proceso judicial. En 2017 fue sentenciado en la Audiencia Nacional de España a cuatro años y medio de prisión por el caso de las tarjetas black. Este miércoles, el Tribunal Supremo ratificó la condena y Rato tendrá diez días para presentarse espontáneamente para cumplir la sentencia, caso contrario la corte fijará la fecha para capturarlo.
Rato había sido el último director General del FMI en pisar suelo argentino hasta Christine Lagarde. La actual mandamás del organismo de crédito también fue ministro de Economía, en su caso en la Francia del conservador Nicolas Sarkozy, entre 2007 y 2011. Era el fatídico año de 2008 cuando en plena crisis internacional, designó un tribunal arbitral para laudar en un intrincado caso que le venía de rebote.
En 1993 Bernard Tapie era socio mayoritario de Adidas cuando el presidente socialista François Mitterrand lo convocó para formar parte del Gabinete como ministro de Ciudades. Su paso fue efímero y no trascendió sino porque para adherir tuvo que desprenderse de sus acciones en la empresa fabricante de ropa deportiva. El banco Crédit Lyonnais le compró su participación en 315,5 millones de euros, pero al año las vendió por 701 millones. A Tapie le saltó la térmica y denunció que había sido estafado.
No es que el hombre fuera un improvisado. En 1993, siendo propietario del Olimpique de Marsella, protagonizó otro escándalo cuando arregló un partido contra el Valenciennes en un encuentro previo a la final de la Champions Ligue que implicó una fuerte sanción: la pérdida del título de campeón francés, el inmediato descenso a la categoría B y la prohibición de jugar en competencias internacionales por un año.
Con el tema Adidas le fue mejor: el tribunal que nombró Lagarde le otorgó una indemnización de 404 millones de euros a pagar por el Estado. De allí la investigación contra la ministra por «negligencia», ya que no defendió como debía los intereses del ciudadano francés. En 2015 la justicia civil anuló la sentencia arbitral por considerarla fraudulenta y ordenó que Tapie devolviera el dinero.
«El riesgo de fraude se me escapó totalmente», se justificó la mujer que ahora comanda literalmente la Economía argentina y negoció los últimos créditos pedidos por el gobierno de Mauricio Macri. La condena de hace dos años -le hicieron precio, podría decirse- se conoció cuando hacía cinco años que era directora gerente del FMI. Una de las argumentaciones del tribunal para eximirla de pena -el epíteto de negligencia no representa sanción- fue precisamente la «reputación internacional» de Lagarde en ese momento y a que en cuando ocurrieron los hechos había una crisis financiera internacional.
Lagarde había sido elegida para su cargo en el FMI en noviembre de 2011, luego de un interregno de casi dos meses desde la renuncia obligada de su connacional Dominique Strauss-Kahn. En los organismos de crédito internacional es tradición que los directores sean nombrados por consenso entre Estados Unidos y la Unión Europea, que son los socios más fuertes y con derecho de veto, como quien dice. Y normalmente un estadounidense comanda el Banco Mundial y un europeo –preferentemente han sido franceses- el FMI.
También ministro de Economía, durante el gobierno de Mitterrand, este docente de la Universidad de Nancy y militante del Partido Socialista Francés fue en 2007 la opción que en el Fondo consideraron más adecuada para cambiarle la cara a una institución que venía desprestigiada luego del derrumbe de los tigres asiáticos de fines del siglo XX, la caída de Argentina en 2001 y la tremenda crisis del 2008 tras la quiebra del Lehman Brothers. Estallidos que le estallaron a Rodrigo Rato.
El francés, que aspiraba a la presidencia de su país, era alguien que desde la socialdemocracia prometía remover viejas estructuras del FMI anquilosadas en soluciones ortodoxas a problemas económicos que habían llevado regularmente al fracaso. De triunfar, esas mismas soluciones hubiesen servido para aplicar en la Europa. Y ya había tomado partido por el uso de Derechos Especiales de Giro (DEG) como moneda de cambio y reserva internacional en lugar del dólar.
La propuesta de DSK, como se lo conoció en los medios, era revolucionaria para lo que son esos organismos y lo enfrentaba fuertemente con Estados Unidos, que no quería perder la hegemonía de su moneda. Pero resultó víctima de sus instintos desenfrenados. Todo se desmoronó cuando el 14 de mayo de 2011 una mujer que trabajaba en un hotel de Nueva York denunció que había intentado violarla cuando fue a limpiar su habitación.
El 18, DSK renunció a su cargo y también a la posibilidad de presentarse en la interna del PSF. Después saldría a la luz que eran famosas sus participaciones en fiestas íntimas y donde incluso contrataban a prostitutas. Por esa razón fue condenado en junio de 2016 a pagar una multa en concepto de daños y perjuicios a una ONG de lucha contra la prostitución, bajo la figura de proxenetismo. Fue absuelto del mismo cargo en relación a las orgías de las que intervino durante su paso por el FMI porque para los jueces su comportamiento fue de cliente y no de facilitador.