Cuatro siglos después de haber humillado a la Humanidad con el tráfico de seres humanos, valiéndose de la Compañía de los Mares del Sur, la Iglesia Anglicana decidió indemnizar a los descendientes de aquellos esclavos africanos que, bajo un régimen de terror, desde las llamadas “13 colonias británicas” iniciaron en el apogeo del siglo XVI la dominación que hizo rica a lo que hoy es, todavía, la mayor potencia mundial, Estados Unidos. Desde su casa matriz en Canterbury, y sobre la base de una documentación que hace 200 años dormía en los archivos de Lambeth, la residencia londinense del arzobispo Justin Welby, los anglicanos admitieron, al fin, su participación en los años del coloniaje. Eso sí, no pidieron disculpas, se limitaron a decir que expiarán sus culpas pagando 1315 millones de dólares.
Se ignora a quiénes se indemnizará, si a personas o a instituciones, en cuáles de los 50 Estados norteamericanos, aunque debería ser en el sur esclavista. La jerarquía anglicana está dividida entre los de la ultraderecha afín al nazi fascismo que se emborracha en Europa con bocanadas de gigante, y que sostiene que “esa cosa es innecesaria”, porque tal decisión implica “reconocer que el blanco es culpable y el negro una víctima”. Y entre quienes ven en ello “un gesto de liderazgo moral” del que puede salir algo bueno. Lo dicen saltando en un solo brinco del idealismo al economicismo más burdo: “Puede servir para pagar el bono de ingreso a una vivienda, para emprender algún negocio deseado o acceder a un servicio de salud más humano, para becar a jóvenes notables o ayudar a saldar la matrícula escolar”.
La decisión de indemnizar a los descendientes de las víctimas de la esclavitud no llegó por convicción ni como un gesto de liderazgo espiritual, sino como resultado de un informe recibido por el obispado en 2016, que advertía sobre eventuales daños a la reputación de la iglesia más puritana de Occidente por su participación en la trata de personas. Ese informe aconsejaba hacer una insultante contribución –no decía a quién– de 110.000 dólares. Sus autores entendían que era una penitencia adecuada, algo así como saldar con tres padrenuestros y un avemaría la deuda humanitaria contraída por el tráfico de miles de seres humanos y las matanzas consecuentes. De allí, y ante la ola de críticas recibidas, surgió una nueva comisión que es la que fijó esta indemnización de 1315 millones.
La Iglesia, más allá de haber precisado sólo el monto indemnizatorio, no será la que disponga de esa cifra. Eso equivale más o menos a sus ingresos anuales por donativos, réditos y recaudaciones, pero “pasamos por un momento difícil”, repite el arzobispo Welby. Los anglicanos, sin embargo, tienen recursos de sobra como para hacerse cargo de esa y otras deudas morales. Su clero encabeza el ranking de los abusadores. Bastaría que acudieran al 10% de los intereses anuales recibidos por sus colocaciones financieras de 11.000 millones de dólares. Pero buscarán asociarse con grandes empresarios y acaudaladas familias que antaño se enriquecieron con la esclavitud y ahora pretendan expiar sus culpas. Hacerlo con los mismos tiempos de la Iglesia Anglicana hasta sería un honor.
La mayoría de los países europeos fueron imperialistas. Su historia está ligada a matanzas y expoliación. El Reino Unido fue de los peores entre los de su calaña. El diario catalán La Vanguardia recordó casos que implican a emblemáticas empresas privadas. Una, la editora del The Guardian, un diario nacido en 1821 y en estos días erigido, per se, en guardián del puritanismo inglés. Se auto investigó y concluyó que su pasado de traficante era saldable con una reparación de 13 millones de dólares sobre la que daría detalles “en el futuro”, un tiempo que nunca llegó. La otra, la aseguradora Lloyd’s, que ofreció 71 millones para financiar iniciativas en pro de la igualdad racial y un plan para contratar más trabajadores negros. Pese a las presiones recibidas, la monarquía no reconoce su nefasto pasado. Una vez, en Kenia, el rey Carlos III expresó su “pena” por el sufrimiento causado. Y nada más.
Aunque en Estados Unidos hubo algunos miserables gestos de reparación, a la hora del por ahora ilusorio reparto la Iglesia de Inglaterra no los toma como ejemplo. California, Nueva York y otros Estados decidieron compensar a los descendientes de esclavos. Illinois censó a sus 12000 afro y les entrega unos cupones aplicables al pago del alquiler de la vivienda. Y Rhode Island dispuso de 14 millones para algo que llamó, genéricamente, indemnizaciones. Muchos pensaron ahora que los 1315 millones de los anglicanos llegarían a la población negra de los diez estados sureños –Texas, Alabama, Tennessee, Carolina Norte y del Sur, Missouri, Kansas, Mississippi, Oklahoma y Kentucky– que integran el llamado Cinturón Bíblico, una región dominada por Donald Trump en alianza con la Iglesia Bautista, la escisión esclavista (1845) del anglicanismo. Pero se niegan a recibir ese dinero
Cuando concluyó la Guerra de Secesión (1861-1865) y la iglesia esclavista Bautista ya era una realidad irreversible, el gobierno abolicionista de Abraham Lincoln compensó a los antiguos esclavos con parcelas de 40 acres (16,1 hectáreas) y una mula, pero una vez más los negros fueron estafados. Referenciándose quizás en aquellas antiguas dádivas, es que sin muchas explicaciones la comisión de notables del anglicanismo fijó la antojadiza cifra indemnizatoria que hay que ver, además, si no termina como los cuentos del The Guardian y el Lloyd’s. Con la expectativa de no estar ante un nuevo fraude, y con la certeza de que, de llegar, ese monto es irrisorio, los descendientes de aquellos esclavos que enriquecieron a tantos ilustres europeos y norteamericanos de la historia, podrían citar a Mario Benedetti para decir que “un torturador no se redime suicidándose. Pero algo es algo”.
La barbarie colonial no es sólo inglesa
Todo fue por pura casualidad. Porque en México asumía la presidenta Claudia Sheinbaum, y porque ese mismo día la Iglesia Anglicana reconoció que había ganado buena plata con el tráfico de seres humanos. Para el acontecimiento que viviría México el 1° de octubre, el gobierno invitó a delegaciones de todo el mundo, y en el caso de España sólo a su jefe de Estado, porque burlándose de los buenos usos diplomáticos el rey no respondía al pedido de que la corona reconociera el desgraciado y homicida papel jugado después de la llegada de Cristóbal Colón a estas tierras. O el desgraciado papel, al menos. Fue entonces que el borbón y la ultraderecha se desbocaron. Y que Sheinbaum respondió con la dignidad propia de un gobierno soberano. Así, la ocupación colonial de América quedó en el primer plano.
Los ingleses no están solos en eso de reconocer la barbarie colonial. Llegaron a la verdad a la cola de toda Europa, es cierto, pero aún con sus peros no pudieron seguir ignorando la realidad histórica. En este nuevo contexto, el nazi fascismo español se quedó solo y aun así se supera día tras día. De aquella frustrada ley de 2021 con la que Vox hacía de la conquista algo bucólico, diciendo que “la monarquía española sacó a los pueblos precolombinos de la antropofagia, la esclavitud, los sacrificios humanos y la prehistoria tecnológica”, pasó ahora a definir el 12 de octubre como “el día que recuerda la mayor obra de hermanamiento de pueblos en la historia”. Según Santiago Abascal, el führer de Vox, como evitaron que los unos y los otros siguiéramos comiéndonos, “no hay nada por lo cual pedir perdón”.
En su involución histórica, la ultraderecha española sigue apoderándose de un territorio que hasta no hace mucho estaba reservado a los seres irracionales. Parecería que sus raíces nazi fascistas le quedan chicas, ingresó a una región política que aún no tiene una categorización precisa. En un momento de auge de las posiciones extremas en Europa, los dos partidos que la representan –Vox y el PP de Alberto Núñez Feijóo– han opacado al fascismo puro de la francesa Marine le Pen y la italiana Giorgia Meloni. La última: idolatran al carnicero Hernán Cortés y, en homenaje a él y a los suyos, llenaron las marquesinas del país con la frase “Ni genocidas ni esclavistas. Fueron héroes y santos”. Sheinbaum retrucó: “La llegada de los españoles representó el sometimiento y el genocidio de los pueblos originarios”.