El debate presidencial del pasado lunes, que enfrentó a Donald Trump y a Hillary Clinton frente a 81 millones de televidentes, demostró que las predicciones son meras especulaciones en una elección que carece de dueño. Los analistas, las encuestadoras y los formadores de opinión terminaron siendo actores de reparto en una obra tragicómica que no logran interpretar. La victoria de la demócrata en la primera de las tres confrontaciones que los candidatos mantendrán hasta el final fue el primer impulso de su campaña después de ver cómo se deilapidaba una ventaja de entre 8 y 10 puntos.
Hace apenas un mes, Clinton jugaba con su ventaja, abandonando la exposición pública y esperando que su rival se autodestruyera; sin embargo, terminó siendo al revés. La candidata se desvaneció, junto con la ventaja que ostentaba, en la conmemoración del ataque a las Torres Gemelas, por una neumonía que decidió no respetar. De esta manera, les dio contenido a los rumores sobre la fragilidad de su estado de salud que hace tiempo la venían acosando. Días más tarde, los sondeos los volvían a empatar y, a dos meses de la definición, se marcaba un nuevo comienzo. Fue en este marco que tuvo lugar el debate más visto de la historia.
De todos modos, Trump falló. Su temperamento lo terminó traicionando y lo sacó de un libreto cuidadosamente estudiado para verse espontáneo. Cuando se habló de su negativa a publicar su declaración de impuestos, el magnate reconoció que trata de sacar ventaja de las leyes impositivas del país y que es inteligente al intentar evitar la menor cantidad posible de contribuciones. Por último, cuando se lo señaló por apostar a la crisis financiera, replicó diciendo que así se hacen los negocios. El momento de sinceridad fue fatal para el republicano, aunque en este proceso nada parece ser definitivo.
Una encuesta de NBC News aseguró que el reconocimiento al desempeño de Trump quedó en tercer lugar con un 21%, detrás del 50% de Hillary y del 26% de quienes no vieron ningún ganador. A su vez, la CNN publicó sus números: 62% a 27% a favor de la ex primera dama. No obstante, los dos candidatos tienen una base fuerte, un electorado con cosmovisiones muy diferentes, por lo que es difícil que el que tenía una opinión formada inviertiera su postura. De cualquier manera, el caudal de indecisos, que no es menor, puede haber inclinado nuevamente las expectativas.
¿Pero qué es lo que hace que las encuestadoras insistan con que millones de personas cambian de parecer semana tras semana? En primer lugar, es probable que lo que falle sea la generalización de las consultas; pero por otro lado, nadie está conforme con los dos candidatos más impopulares de la historia.
Cualquier actor puede terminar encaminando la elección en una correlación de fuerzas que no deja margen para el error: los editoriales del New York Times, del Washington Post o del USA Today, que buscan boicotear las posibilidades de Trump; la tensión racial latente que favorece a Clinton; el miedo que generan los ataques terroristas que revitalizan al republicano. Por lo pronto, habrá que ver qué sucede en Missouri el próximo domingo, o en Las Vegas el 19, cuando los abanderados de los polos ideológicos más alejados del país se vean las caras una vez más. «