Entre lo previsible y lo extraordinario, las elecciones presidenciales de ayer en Chile dejaron a los candidatos que representan dos históricos polos antagónicos en condiciones de disputar el balotaje del 19 de diciembre. La jornada del domingo dejó varias sorpresas, algunos aciertos y un horizonte incierto que lleva, sobre todo a las fuerzas de izquierda y centroizquierda, a poner en marcha un proceso que permita que el próximo Chile esté más a tono con las demandas populares de los últimos tiempos y el camino iniciado por la Constituyente que pondrá fin a una Carta Magna ajena a las necesidades del pueblo, que con la vuelta al pasado pinochetista y la efervescencia de una derecha neofascista que crece en el mundo captando la indignación prefabricada de sectores de la juventud y de clase media.
A diferencia de otros exponentes de esa derecha ultra con disfraz de defensores de la libertad, José Antonio Kast no ocultó muchas de sus cualidades como represente de un sector que añora la dictadura y odia los cambios que implican la ampliación de derechos y el derrumbe de paradigmas vetustos. Así y todo, el “Bolsonaro chileno” obtuvo una mayoría de casi 28 puntos. Segundo y con casi dos puntos de diferencia quedó el diputado Gabriel Boric, joven representante de una coalición popular que expresa mayoritariamente la renovación reclamada por la juventud y muchas de las banderas tradicionales de la izquierda.
En esas dos posiciones acertaron las encuestas. También en la baja convocatoria, que incluso midió por debajo de lo esperado: apenas llegando al 48%. No, en cambio, en quien llegó en tercer lugar. El empresario liberal Franco Parisi, que hizo su campaña por zoom porque vive en los Estados Unidos desde 2020 y ni siquiera estuvo presente para los comicios -por una demanda de su exesposa por deuda de alimentos y un contagio de Covid- logró que lo votara el 13% del electorado, a pesar de que lo consideraban último.
Con un discurso antipolítica, contra la corrupción pero sin programa concreto, hablando en nombre de la meritocracia y sin participar de un solo debate presencial, Parisi demuestra haber cosechado el voto de aquellos que se sienten fuera del sistema político tradicional y son resultado de una evidente crisis de representatividad por la que atraviesan los partidos a escala mundial. Esa porción del electorado que lo eligió será crucial para determinar el triunfo que quien sea el próximo presidente de Chile.
Si bien nadie es dueño de los votos, una rápida revisión sobre los resultados permite anticipar un posible escenario de cara a diciembre. A los 28 puntos de Kast se pueden sumar, por afinidad ideológica y sobre todo por fobia a las fuerzas populares, los votantes de Sebastián Sichel, el candidado del presidente conservador Sebastián Piñera, que quedó en cuarto lugar con 12,8%. Los votos de Yasna Provoste (11,6%) deberían naturalmente decantar en Boric. También fue una sorpresa el resultado de la candidata del Nuevo Pacto Social (ex Concertación de Michelle Bachelet y otros), que figuraba en un cómodo tercer lugar. Claramente hubo una migración de votos hacia una propuesta de izquierda menos moderada que la que vino proponiendo la Concertación.
Lo mismo debería ocurrir con los electores del dirigente del Grupo de Puebla, Marco Enríquez-Ominami (7,6%), y posiblemente parte de los votos de Eduardo Artés (1,5%), viejo dirigente de una escición del Partido Comunista. Si se tomaran los resultados de cada fuerza de izquierda y centroizquierda como una gran PASO, el total obtenido supera el 46%, contra el casi 41 de la derecha y la ultraderecha. Ahí jugarán dos elementos: la participación de quienes no lo hicieron este domingo y la dispersión del voto de Parisi. Además, es muy probable que el nuevo escenario exija a estos partidos a cerrar una nueva alianza de un futuro gobierno, quizá similar a la experiencia del Frente de Todos en la Argentina, para garantizar la concentración de votos. Algunos candidatos parecían inclinarse a este tipo de acuerdos previo a la elección, como Enríquez-Ominami.
Una análisis de Auxiliadora Honorato del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) explicaba en días previos a la elección que una encuesta del mismo organismo de marzo de 2021 indicaba que “había un 67,4 % de la población que se identificaba con la necesidad de cambio o mucho cambio en el país, lo que de alguna manera se reflejó en las elecciones (constituyentes) de mayo, tan solo dos meses después, unas elecciones en las que los partidos tradicionales fueron los grandes perdedores, siendo la Lista del Pueblo, u otros independientes la gran sorpresa de las elecciones a la Convención Constitucional”. Por otro lado, “la derecha radical chilena cuenta con un suelo del 21,73 % que fue el resultado del NO APRUEBO en el Plebiscito de octubre del 2020, y un techo, 44.01 %, el plebiscito del 88”.
Sin duda, el proceso constituyente iniciado deberá trazar el rumbo de la preferencia electoral. Ir hacia la profundización de ese camino, de la mano de un gobierno que promete promover cambios estructurales en materia de garantías y derechos; o dejarlo sepultado por un sector que, a pesar de algunos maquillajes, se sabe que si de sus exponentes dependiera, lo cancelaría.