El peor temor de muchos liberales del siglo XX era que gobiernos inescrupulosos utilizaran los medios de comunicación para imponer sus ideas o censurar las ajenas. George Orwell, en el célebre 1984, fue uno de los que llevó esa preocupación a la literatura con mayor éxito. Era sencillo, entonces, acusar a quienes pretendieran monitorear o legislar sobre el alcance de las libertades de prensa de totalitarios (la palabra de moda entonces).
Mucho de ese bagaje sirvió para crear basamento político en contra no solo del bloque soviético, sino de las naciones que surgieron desde entonces. Ni qué decir sobre gobiernos latinoamericanos que intentaron regular los medios. No hace falta abundar en ejemplos.
Trump no es una carmelita descalza. Es el heredero caprichoso de una fortuna a la que, a pesar de sus históricos errores de administración, logró acrecentar gracias a leyes de mercado que favorecen a los que más tienen en cualquier circunstancia.
Dicho esto, la guerra del aún presidente de EE UU contra los gigantes de Internet no es nueva. Tampoco el proyecto de regulación que en su momento inició la senadora demócrata Elizabeth Warren, que participó de las primaras para la presidencia en 2020 y se bajó en favor de Biden con la promesa de que sería una de sus propuestas al Capitolio.
Trump facilitó desde 2018 investigaciones del Departamento de Justicia sobre vulneración a la ley antimonopolios contra Google y los otros pesos pesados de Silicon Valley. Se los conoce con la sigla GAFAT, por el buscador más conocido, Apple, Facebook, Amazon y Twitter. La incursión de trumpistas en el Capitolio fue la excusa que necesitaban los popes de GAFAT para censurar al díscolo inquilino de la Casa Blanca. Bloquearon sus cuentas en las redes sociales y, ya que estaban, sacaron de las tiendas de aplicaciones a plataformas donde se expresan sus partidarios, como Parler.
A los demócratas, circunstancialmente, este bloqueo les conviene. Va en la línea de un nuevo impeachment para impedir que Trump pueda ejercer cualquier cargo público en el futuro. Eso se llama proscripción y los latinoamericanos sabemos de qué se trata. Es una jugada peligrosa ya que, ahora, los dueños de Silicon Valley fueron por un personaje que se compró todos los boletos para ser tildado de neofascista. Pero ya están afilando los dientes para ir por más.
No es casual que millones de personas se estén pasando a Telegram, para que Mark Zuckerberg no cruce sus datos de WhatsApp con los de Facebook. Sobre certezas como esa fue que crecieron las redes trumpistas, por donde pululan las teorías conspirativas más extremas. Pero, ¿quién puede negar que las conspiraciones existen?