Hoy, como una moneda en el aire, el destino de Brasil se juega entre la cara de Lula o la ceca de un Bolsonaro, que va por una segunda chance o, en su defecto, por el desconocimiento del resultado, o sea un nuevo Golpe de Estado en Brasil.
El punto es importantísimo, porque si bien Luiz Inácio Lula da Silva logró perforar el techo de 45% de intención de votos y se acerca a alcanzar la victoria con más de la mitad del caudal de votos válidos emitidos, aun lo haría con un leve margen para alcanzarlo y seguro tendrá el cuestionamiento de Jair Bolsonaro.
El espectro internacional está atento al reconocimiento inmediato de los resultados. Incluso, tanto Estados Unidos como la OEA (Organización de Estados Americanos) manifestaron su predisposición a efectuarlo inmediatamente, contrario a lo que hicieron en Bolivia. Vale recordar que Evo Morales había ganado las elecciones de 2019, pero que por unos votos en impugnación quedó a pocos sufragios de evitar la segunda vuelta, lo que sirvió de argucia a la oposición para fomentar el golpe que lo destituyó.
No obstante, aunque Bolsonaro reconozca los resultados de la primera vuelta, el escenario de cara al ballotage se modificará sustancialmente, especialmente porque en muchos Estados la contienda no estará acompañada por disputas parroquiales. Es que este 2 de octubre se votan conjuntamente Gobernadores, senadores y diputados nacionales y estaduales. Sin embargo, de haber nueva contienda el 30 de octubre, la presidencial solo estará acompañada de elecciones en los distritos donde se dispute la gobernación en nueva instancia de los distritos sin ganadores.
En ese marco, la disputa es cara a cara entre Lula y Bolsonaro, y será decisivo sostener el caudal electoral del primer comicio, además de seducir al acervo de votos de los contrincantes eliminados, especialmente a los votantes de Ciro Gomes, quien no claudica a su candidatura, a pesar de los pedidos del espectro político progresista del país y del continente. No obstante, una renuncia de Gomes no implica una fuga directa de votos a Lula, porque podría prevalecer el antilulismo de entre sus votantes y favorecer a Bolsonaro.
Que la moneda caiga del lado de Lula es uno de los cambios más esperados en la región, esencialmente por el giro de la política exterior que provocará. Es que Brasil pase del fracasado alineamiento a los Estados Unidos a un latinoamericanismo cooperativo con lógica multilateralista, es el viraje más claro que se espera.
Porque un Brasil con Lula a la cabeza propiciará una alianza continental que va desde el México de Andrés López Obrador hasta la Argentina de Alberto Fernández, articulando con los gobiernos de Luis Arce Catacora en Bolivia; Gabriel Boric de Chile; o el más reciente de Gustavo Petro de Colombia. Incluso sumaría a la Venezuela de Nicolás Maduro y mismo a la Cuba de Miguel Díaz Canel.
Ese realineamiento potenciará a Brasil en el escenario internacional, tal como había ocurrido durante las gestiones de Lula y Dilma Rousseff, tanto en vínculos con otras potencias mundiales, como China y Rusia, así como el posicionamiento en organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, marcando una línea que propone el desarrollo frente al mero ajuste fiscal como respuesta económica.
Misma filosofía se espera en la política interna, donde se priorice nuevamente el bienestar de la ciudadanía frente a las ganancias del poder económico. La recuperación de los derechos arrebatados durante la gestión del golpista Michel Temer y el desgobierno de Bolsonaro es el punto nodal de la concepción de desarrollo.
Ese cambio lo esperan esencialmente los sectores marginados del nordeste brasileño, donde Lula marca la diferencia para instalarse en la presidencia. Allí, las encuestas lo colocan como claro ganador con el 66% de intención; porque mientras que ganaría 45 a 38 % en las regiones Norte y Sudeste (la más populosa de Brasil); y perdería inversamente en el Centro-oeste y Sudeste.
En definitiva, los excluidos apuestan a que la moneda caiga con la cara de Lula. «