Camillo Robertini, doctor en Historia por las universidades de Florencia y Siena e investigador en nuestra Universidad de General Sarmiento, piensa que el recientemente fallecido Silvio Berlusconi «de alguna manera fue la representación plástica de un deseo reprimido de los italianos».
«El llamado bunga-bunga, esas cenas elegantes como él mismo las definía, verdaderas orgías de las cuales participaban también sus colaboradores más cercanos con mujeres muy jóvenes y hasta menores de edad, eran parte de una masculinidad tóxica, una centralidad del varón, del latin lover, el amante italiano. Nadie decía que lo votaba, pero él ganaba las elecciones», dice Robertini, para añadir: «Se presentaba como un político católico y conservador, pero su vida privada, atravesada por el descontrol y una cosificación del cuerpo de la mujer, se volvía fuertemente atractiva para el público italiano».
–¿Cómo se explica la emergencia de Berlusconi en su momento?
–A finales de la década del ’80, gracias a su cercanía con el gobierno de Bettino Craxi, (del Partido Socialista Italiano) obtuvo una serie de facilidades para que su canal de televisión privada se desarrollara. Surge entonces como play boy, empresario exitoso, dueño de una gran inmobiliaria y del Milan, que gana como nunca lo había hecho antes ni lo volverá a hacer. Pero con el Mani Pulite, una investigación que desnudó la corrupción de la dirigencia política de la Democracia Cristiana y PSI, que gobernaban desde el 48, y frente a la perspectiva de que llegara al poder el PDS (Partido Democrático de Izquierda), fundado por miembros del exPC, Berlusconi se muestra como el que va a «salvar al país del peligro de los comunistas». Fue un éxito, porque conocía perfectamente los medios de comunicación y el sentido común de los italianos y prometía una revolución liberal en el país.
-De alguna manera lo consiguió.
-Sus gobiernos se caracterizaron por una serie de leyes cuyo objetivo era la flexibilización del mercado laboral y el otorgamiento a empresarios privados de grandes beneficios fiscales y de poder político. Vino a desmantelar un estado social que había surgido de la centroizquierda en los años ’60, dándole un giro de tuerca a un sistema que no crecía. Pero eso no funcionó, Italia no creció, aunque sí la deuda pública, con niveles de desempleo juvenil y femenino muy altos.
–Lo curioso es que sus escándalos privados nunca hicieron mella en su carrera y ahora lo despiden como si fuera un prócer.
–Es sintomático de una mentalidad colectiva que durante mucho tiempo padeció una narración mediática que ha transformado a Berlusconi en una víctima de las investigaciones judiciales. Yo creo que la sociedad italiana y la dirigencia política de centro derecha también hicieron de Berlusconi una víctima de la persecución. Es una narrativa de la realidad en la cual, en los ’90 italianos, que son como los ’90 globales –miremos nomás a la Argentina de (Carlos) Menem– él aparece como atacado por ser un empresario exitoso. Por otro lado, hay una especie de devoción, admiración, por un político muy rico, muy exitoso con las mujeres, con grandes amistades internacionales, como con (Vladimir) Putin, con (George) Bush hijo, que contribuyeron a fortalecer esa imagen. Frente a todos estos escándalos, muchos prefirieron taparse los ojos y simplemente verlo como una especie de divo de la escena pública italiana.
–¿Qué descendencia política deja Berlusconi?
–En los últimos diez años Berlusconi había sido marginado de la política. Fue condenado, sufrió una inhabilitación para cargos públicos, le quitaron el título de Cavaliere. Luego pudo volver a ser elegido senador. El partido de Berlusconi es el más débil en la actual coalición de gobierno, pero su muerte deja un vacío político importante. Quizás alguno de sus hijos podría seguirlo, pero siempre han preferido mantenerse alejados de la política y se quedaron a dirigir las empresas de su padre. Mediaset, la editorial Mondadori. Su muerte marca un antes y un después, sin dudas, porque se termina la última opción de una derecha dentro de todo moderada, vinculada al Partido Popular europeo, y se abre una perspectiva en la cual los líderes de la hegemonía en el campo popular sean Giorgia Meloni y Mateo Salvin. En vista de las elecciones europeas del año que viene, esto podría mover el equilibrio del PPE hacia esos nuevos espacios autoritarios de Europa oriental por sobre esa derecha católica europea que junto con los socialistas había guiado la difícil evolución de la Unión hasta ahora. «