América Latina vive una reconfiguración política hacia la derecha y Brasil no escapa a ese proceso. Sin embargo, cabe señalar que no es un regreso del neoliberalismo del Consenso de Washington, centrado en la reducción del Estado y la proliferación del mercado, sino que es una reacción neoconservadora a los derechos alcanzados durante los gobiernos populares.
La neoderecha es la respuesta ante la imposibilidad del establishment de sostener un proyecto hegemónico como el neoliberalismo de los ’90 y la forma de frenar el avance sociodemocrático de la izquierda en América Latina. Así, los negocios financieros y económicos se acoplan a manifestaciones reaccionarias para frenar, a cualquier precio, expresiones populares.
En Brasil, Jair Bolsonaro es la caricatura más clara de esta nueva versión de la derecha, que propicia la libertad de mercado pero ataca toda expresión cívica progresista, especialmente si favorece a sectores populares, encubriendo con cierta argucia darwinista en un discurso liberal o libertario su rancio autoritarismo individualista, que solo acepta al Estado para que defienda sus mezquinos intereses. Y ya no interesan los tecnócratas para legitimar políticas neoclásicas, sino que alcanza con cualquier energúmeno que las defienda a capa y espada.
Para colmo de males, pareciera ser que Bolsonaro quiere liderar la neoderecha internacional tejiendo lazos con partidos y organizaciones de derecha y extrema derecha como Project Veritas de EE UU o Vox en España. Recientemente recibió a la nieta de un jerarca nazi y quien lidera un partido neonazi (Alternativa para Alemania), la diputada Beatrix Sven von Storch. Lo hizo junto con su hijo Eduardo, quien tiene buenas migas con el ahora diputado electo Javier Milei de Argentina.
No obstante, el establishment está buscando un candidato con cierto decoro, que garantice su esquema de negocios. Es así, que en las últimas semanas, las corporaciones multimediáticas están instalando la candidatura de Sergio Moro, el exjuez que manipuló el caso Lava Jato para proscribir la candidatura de Luiz Inácio Lula da Silva, y exministro de Justicia del actual presidente. Moro ya lanzó su candidatura a la presidencia por Podemos, un sello que paradójicamente viene del Partido Laborista Nacional reciclado en una propuesta supuestamente inspirada en Barack Obama.
Más paradójico es lo de Jair Bolsonaro, que ahora se afiliará al Partido Liberal para tener habilitación legal para competir en las elecciones presidenciales de 2022. Luego de ser electo por el Partido Social Liberal en 2018 y luego deambular por cinco partidos, el derechista brasileño pareciera tener chapa para presentarse en un sistema electoral caracterizado por partidos cártel o de alquiler. En definitiva, el programa ya no lo fijan los partidos sino los mesías, con el poder fáctico detrás. Incluso, las candidaturas emergentes son apoyadas por las redes de organizaciones no gubernamentales que se sostienen en las sombras, con un gran caudal de recursos que sería bueno transparentar, y que logran instalar a cualquier personaje como figura elegible.