El mandatario de Brasil, Jair Bolsonaro, con una carta enviada al flamante presidente Joe Biden, se puso al pie y al orden diciendo: «Sigo comprometido y listo para trabajar por la prosperidad de nuestros países y el bienestar de nuestros ciudadanos». Es más, en este inicio epistolar, le declaró su amor al nuevo jefe de la Casa Blanca, prediciendo: «Una visión de un excelente futuro para la relación Brasil-EE UU». Y concluyó: «Deseo a Vuestra Excelencia pleno éxito en el ejercicio de su mandato, espero que acepte, Señor Presidente, los votos de mi más alta estima y consideración».
La actitud de Bolsonaro muestra un pragmatismo a destiempo, porque fue el último mandatario latinoamericano en reconocer la victoria de Biden, poniéndose siempre hasta último momento como ladero del ahora expresidente Trump. Acompañándolo siempre, desde seguirlo en todos los lineamientos de política internacional, como el ataque a Venezuela, o imitar acciones de política interna, como el negacionismo de la pandemia, dejando a ambos países con un colapso sanitario por la enfermedad. Incluso, hace unos días sostuvo la idea de fraude en las elecciones norteamericanas.
Es más, ahora hasta parece replantear su posición sobre la Amazonia, un tema que había cruzado directamente a Bolsonaro contra Biden. Oportunamente, en plena campaña, el brasileño salió agresivamente contra la propuesta del entonces candidato demócrata, quien en un debate con Trump alertó sobre la destrucción del principal pulmón del planeta y propuso destinar 20 mil millones de dólares al gobierno brasileño para la preservación de la selva. Si bien en ese momento sostuvo que no aceptaba “sobornos” ni “amenazas”, ahora estaría dispuesto a recibir ayuda, poniéndose a disposición para colaborar en el ámbito del “desarrollo sostenible y de protección del medio ambiente, en especial de la Amazonia”. Por eso, con el mismo pragmatismo, es probable que Biden busque tender puentes con Bolsonaro, no solo porque el Amazonas es parte prioritaria de su agenda ambiental, sino también por el vínculo comercial que une a EE UU con Brasil, disputando el primer lugar con China. Así, la estrategia norteamericana buscará utilizar la relación para un alineamiento contra Venezuela en la región y la potencia asiática a nivel global.
Se espera incluso que sea más amable que el mismo Trump, que no devolvió la entrega de amor: Bolsonaro visitó cuatro veces EE UU y el expresidente no devolvió el gesto. Así, sin más espera, Itamaraty tiene como desafío propiciar el intercambio de visitas entre los presidentes, lo que definiría el tablero político en la región. Para eso, deberá domesticar a su hijo, Eduardo Bolsonaro, quien se quedó con la presidencia de Relaciones Exteriores de la Cámara Baja, algo que no será difícil porque los negocios que propicia la nueva política indicarían un rápido realineamiento.
Es más, también se avizora que este viraje puede ser perjudicial para los sectores progresistas de América Latina, porque el nuevo presidente de EE UU no manifestaría grandes cambios en la relación con países como México, Cuba, Bolivia y Venezuela, donde incluso seguirá reconociendo a Juan Guaidó como su presidente, a pesar de la predisposición de Nicolás Maduro de tender un diálogo. Parecería ser que la estrategia es fortalecer lazos con los gobiernos de Colombia, Uruguay, Chile y Brasil, donde se espera que Biden abra su corazón al garoto.