La nueva condena al expresidente brasileño Lula da Silva cae como anillo al dedo en el momento político que viven los brasileños que, a 40 días de la asunción de Jair Bolsonaro ve cómo avanza la descomposición del régimen militar-religioso que lo llevó al gobierno y que necesitó esencialmente que el metalúrgico no pudiera presentarse a la elección.
En la segunda de las seis causas judiciales que le abrieron, fue sentenciado a 12 años y 11 meses de prisión por «haberse beneficiado de reformas en una hacienda del interior de San Pablo» que habrían pagado las constructoras Odebrecht y OAS. Al igual que la primera condena, por la que está entre rejas desde abril, las pruebas son bastante endebles y la finca en cuestión no sólo no está a su nombre sino que él nunca pasó una noche allí.
Mientras tanto, Bolsonaro sigue internado en la unidad de cuidados semi-intensivos del Hospital Israelita Alberto Einstein donde fue internado por la operación intestinal a que lo sometieron por una secuela del ataque sufrido durante la campaña electoral. Ahora, le encontraron un cuadro de neumonía.
Desde la cama del sanatorio intenta mantener la riendas del gobierno para no dejarle ocupar más lugares a su vice, el general Hamilton Mourao. Por otro lado, también debe enfrentar el embate mediático –algo menos judicial– sobre la trama de corrupción que envuelve a su hijo Flavio, senador federal con récord de votos en Río de Janeiro. Todo se inició cuando el Consejo de Control de Actividades Financieras halló transacciones sospechosas en la cuenta bancaria de Fabrício Queiroz, un policía retirado, amigo del mandatario y chofer de Flavio.
Con el presidente internado, Mourao abrió su propio juego y ahora otro hijo del presidente, Eduardo, diputado estadual, salió a la palestra para criticar el protagonismo que está teniendo el vice. Las diferencias de enfoque van desde temas mínimos hasta divergencias en cuanto al traslado de la embajada en Israel a Jerusalem, prometida por Bolsonaro ni bien asumió y puesta en duda por Mourao ante el embajador de Palestina en Brasilia.
Pero el general no es un «moderado» como lo intentan mostrar los medios concentrados, enfrentados con el mandatario. Y ni bien se conoció la nueva condena contra Lula se dio tiempo para deslizar un comentario burlón sobre la suerte del dos veces presidente brasileño. «Pobre Lula, desgraciadamente no supo distinguir lo público de lo privado», dijo al diario O’Globo.
Mientras, desde su celda de Curitiba, Lula insiste en su inocencia y en torno de él se va generando una ola de adhesiones a su postulación para el Premio Nobel de la Paz de este año. La movida fue iniciada por el argentino Adolfo Pérez Esquivel, quien declaró: «El Nobel de Lula ayudará a fortalecer la esperanza de continuar la construcción de un nuevo amanecer para dignificar el árbol de la vida».
Ya se juntaron más de 500 mil firmas en Change.org que se sumaron a las adhesiones del expresidente de Colombia Ernesto Samper, la activista Angela Davis, el actor Danny Glover y el lingüista y politólogo Noam Chomsky. Para ser considerado por la Fundación Nobel, necesita la firma de miembros de asambleas nacionales, de gabinetes o ministros de Estados soberanos, así como actuales jefes de Estado, miembros de la Corte Internacional de Justicia en La Haya, del Tribunal Permanente de Arbitraje en La Haya y de miembros del Instituto de Derecho Internacional; profesores universitarios, eméritos y asociados de Historia, Ciencias Sociales, Derecho, Filosofía, Teología y Religión; rectores universitarios y directores de universidades. «
Italia se puso un chaleco amarillo
El italiano Luigi Di Maio nació en Avellino hace 32 años. Político, diputado por el Movimiento 5 Estrellas, que se autodefine como una «libre asociación de ciudadanos» y no como un partido político. Se consagró vicepresidente de la Cámara desde el 21 de marzo de 2013, el más joven en la historia en ocupar ese cargo. En 2017 fue elegido en líder del M5E. Esta semana casi desencadena una crisis diplomática sin precedentes entre dos países fundadores de la UE.
Di Maio envió una carta a Le Monde, para justificar su inesperado encuentro en Francia con «chalecos amarillos». Aunque acusa a dirigentes franceses, de izquierda como de derecha, de aplicar «políticas ultraliberales» que «empobrecieron la vida de los ciudadanos y reducido drásticamente su poder adquisitivo». Apuntó: «Quise reunirme con representantes de los ‘chalecos amarillos’ (…) porque no creo que el futuro de la política europea esté entre los partidos de derecha o izquierda, o en esos partidos que se dicen ‘nuevos’ pero que son en realidad fruto de una tradición».
Fue el martes en París. Di Maio se reunió con un portavoz de los «chalecos», Christophe Chalençon, y miembros de la lista creada para las elecciones europeas de mayo. Francia lo consideró una provocación y llamó a su embajador en Roma «a consultas». La controvertida relación entre ambos países se agudizó luego de que, en marzo pasado, el M5E y la extrema derecha ganaran las elecciones italianas y formaran un gobierno de coalición. Emmanuel Macron esperaba ver emerger un gobierno que apoyara sus proyectos de reforma de la UE. No fue así y en junio, criticó que Italia impidiera el atraque de botes de rescate con migrantes. Habló de «cinismo e irresponsabilidad». Hace unos días, el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, lo tachó de «pésimo presidente» que «gobierna contra su pueblo».
Ayer, en la 13° marcha, algo más de 12.000 «chalecos» se manifestaron en toda Francia.