El gobierno de Bolsonaro quedó al desnudo con la renuncia de su ahora exministro de Justicia. La salida del magistrado hace caer como castillo de arena los pilares que le dieron la victoria presidencial. Porque la supuesta lucha contra la corrupción expresada en la Operación Lava Jato, que dirigió Moro y que puso como eje de persecución al PT y sus principales líderes políticos, no forma parte de la agenda del actual presidente brasileño, menos si la transparencia intenta controlarlo.
Además, ese abroquelamiento del establishment detrás de Bolsonaro, para bloquear el regreso de Lula a la presidencia, se resquebraja y le pone un reloj de arena a su mandato. Incluso lo posiciona casi sin aspiración a una reelección y lo deja al descubierto frente a un posible movimiento político que lo desplace del gobierno antes de tiempo, como un Impeachment, o a una sensata renuncia, como pide el expresidente y gurú del poder político brasileño, Fernando Henrique Cardoso.
De hecho, la diputada paulista Joice Hasselmann, titular del Partido Social Liberal -el mismo partido que habilitó a Jair Bolsonaro- , se manifestó a favor de impulsar el Impeachment. A lo que se suman varios bloques aliados junto a la oposición, siendo 24 los pedidos de juicio político. Todo esto profundiza el descontento social que se expresa en el crecimiento de los cacerolazos contra Jair Bolsonaro.
Lamentablemente, a la crisis misma que vive Brasil con récord de muertes por el COVID-19, se suma una hecatombe financiera que desploma el Bovespa -cayó 8% el viernes, se devaluó el real un 2,66 por ciento- , lo que instala fuertemente la idea de dimisión. La crisis no puede esperar los tiempos de un Impeachment. Muchos afirman que por el bien de Brasil y América Latina se pone como urgente un Fora Bolsonaro, quedando pendiente cómo sería esa salida.