El contundente triunfo de Luis Arce, que según números extraoficiales pero ya reconocidos, supera el 50% de los votos, es la clara demostración de que el plan de la derecha en Bolivia, apoyada con entusiasmo por importantes centros del poder internacional, era solo eso. Un plan. Sin representatividad mayoritaria ni clamor popular, como se intentó instalar desde el primer día del gobierno de facto de Jeanine Áñez. Tal como decíamos ayer en la edición de Tiempo, la historia de transformaciones que propició la etapa de Evo Morales no pudo ser fácilmente erradicada de la memoria popular. Con el expresidente fuera de su país, refugiado en la Argentina luego de correr riesgo su vida, proscripto para participar como candidato a senador, acusado de las causas más diversas, forzado a organizarse y hacer campaña a distancia y por redes sociales, e incluso con la dificultad agregada de la pandemia del Covid-19, aun así, el MAS-IPSP consiguió ganar en primera vuelta, limpiamente y sin lugar a discusión. El “never in the life” que prometía el candidato de la derecha, Carlos Mesa, quedará al menos por un tiempo solo en sus deseos íntimos.
El triunfo abre también el debate acerca de la naturaleza del golpe que comenzó a gestarse el 21 de octubre de 2019, un día después de las elecciones, días en que Evo se proclamaba ganador en primera vuelta. Las acusaciones de fraude instaladas por la entonces oposición y apoyadas por diversos espacios más allá de las fronteras, llevaron incluso a que el presidente ofreciera ir a la segunda vuelta con el hoy reincidente en la derrota, Mesa. No pudo ser. La revuelta popular dirigida, la complicidad de las fuerzas policiales y el acoso internacional lo impidieron. En ese marco fue crucial la jugada del secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, quien hoy se muestra entusiasmado por el acto democrático y felicita a la dupla vencedora Arce-Choquehuanca. “Estoy seguro que desde la democracia sabrán forjar un futuro brillante para su país. Un reconocimiento al pueblo boliviano”, tuiteó. Pero casi un año atrás, en la sesión extraordinaria del Consejo Permanente de la OEA, afirmaba “sí, hubo un golpe de estado en Bolivia, ocurrió el día 20 de octubre cuando se cometió el fraude electoral que tenía como resultado el triunfo del expresidente Evo Morales en primera vuelta” y presentaba un informe que avalaba esa afirmación. Informe largamente cuestionado por inexacto y poco concluyente.
La lógica de barrio lleva a preguntarse si es posible creer fraudulento aquel más de 45% de votos de entonces cuando hoy, con todo el escenario desfavorable, se alcanza un porcentaje aún mayor. Tal vez llegue la respuesta. También se puede evaluar que la gestión de facto de Áñez contribuyó a abroquelar el voto contra la derecha. Deficiente, tanto en lo económico, imponiendo una agenda impopular, como en lo sanitario. Con casos graves de corrupción y con un discurso prepotente y rayano en el racismo, en un país mayormente castigado por la persecución y la discriminación. Contribuyó también al triunfo la elección del candidato del MAS, no exenta de fuertes discusiones internas que por momentos parecieron hacer peligrar la unidad de todos los sectores que lo conforman. Luis Arce no solo es un cuadro técnico y político de proporciones. Es, evidentemente, una de las caras visibles de aquellas transformaciones. Fue el ministro de Economía autor del llamado “milagro” de la recuperación boliviana. Esa que devolvió dignidad a millones y que hoy demuestra seguir latente en la memoria popular.