En la hoyada paceña se cuenta que en estos días hubo «fiesta» e infinita alegría en la Embajada de los Estados Unidos. No es para menos. Después de 11 años de haberse roto las relaciones diplomáticas entre los dos países, este martes la canciller Karen Longaric –quien viene anunciando un giro de 180 grados en la política exterior boliviana a partir de la autoproclamación de la presidenta de facto Jeanine Áñez- posesionó a Walter Oscar Serrate Cuellar como embajador en el país del norte. En un acto que no fue público, la Cancillería informó del nombramiento a través de la red social Twitter. El anuncio salteó al Senado, órgano que debe aprobar la designación.
La casa diplomática norteamericana erecta en la Avenida Arce, en el jailón –cheto- barrio de Sopocachi, tuvo su festejo anticipado hace algunas semanas, cuando el presidente Donald Trump elogió el accionar de los militares bolivianos durante el golpe, al poner “al Hemisferio Occidental un paso más cerca de ser completamente democrático, próspero y libre.” El fantasma de la injerencia gringa recorre una vez más el Altiplano, los valles y todo el Oriente de nuestro país.
“Sabe por qué nunca habrá un golpe de Estado en Estados Unidos. Porque en Washington no hay ninguna embajada de Estados Unidos.” El chiste, viejo como el imperialismo, era un clásico en los discursos de Evo. En 2008, el gobierno del MAS expulsó al entonces embajador estadounidense Philip Golberg, acusándolo de injerencia en asuntos internos. La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) había invertido millones de dólares en alimentar el separatismo de los comités cívicos y así desestabilizar al gobierno del MAS. En 2009, se abortó hasta un intento de magnicidio contra Evo. También se expulsó a la DEA en aquellos años. El país del norte, en reciprocidad, tomó similar medida con el embajador boliviano de ese entonces, Gustavo Guzmán. Durante el proceso de cambio encabezado por Morales nunca pudieron restablecerse las relaciones en pleno.
No sólo los diplomáticos están de fiesta. Las empresas norteamericanas afilan sus dientes para morder las generosas reservas de litio. Bolivia posee 21 millones de toneladas métricas de este nuevo metal alcalino del diablo usado para forjar baterías. Casi el 70% del las reservas mundiales del “oro blanco”.
El departamento de Potosí posee buena parte de esas reservas. El líder cívico potosino Marco Pumari empezó a coquetear en estos días con una posible candidatura presidencial de la mano del ultrarreligioso Luis Fernando “Macho” Camacho –Mesa y el pastor de origen coreano Chi también se suman al naciente “clima electoral”-. ¿Tendrán la bendición de la embajada norteamericana?
A finales de los años sesenta el escritor y dirigente político Marcelo Quiroga Santa Cruz -secuestrado y asesinado durante la narcodictadura de García Meza en 1980- denunció que los golpes en Bolivia tenían olor a petróleo. En el siglo XXI parece que tienen un insoportable hedor a litio.