El 11 de julio de 2018 el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, mantuvo una tensa reunión con los líderes europeos en la cumbre de la OTAN que se celebró en Bruselas. Es interesante revisitar aquellos momentos en que el polémico exempresario inmobiliario maltrataba sobre todo a la canciller Angela Merkel, aunque tenía para darle a cada uno. «Alemania es prisionera de Rusia», dijo esa vez sin pelos en la lengua, como era Trump. Se refería, claro, a la construcción del gasoducto Nord Stream 2 pero básicamente a la dependencia del país germano del gas ruso. «Ciertamente no parece tener sentido que ellos paguen miles de millones de dólares a Rusia y nosotros los hemos defendido de Rusia», le espetó al secretario general de la alianza atlántica, Jens Stoltenberg.

Trump, que tenía buena relación con Vladimir Putin y hasta fue acusado de haber sido favorecido por Moscú para llegar a la presidencia, se reuniría un par de días más tarde en Helsinki con el mandatario ruso para hablar del estado del mundo. Pero antes, en una semana en que arreciaban las críticas por el supuesto envenenamiento de un doble espía en Londres, Trump reclamó, así a lo bestia, que los europeos destinaran mayores presupuestos para solventar a la OTAN. En sus palabras, “que los europeos paguen más por su defensa”. Incluso los amenazó con dejar de poner la cuota parte estadounidense o dejar a la organización.

El presidente republicano se fue de la Casa Blanca sin haber logrado ninguno de esos objetivos. Tenía que llegar Joe Biden y los demócratas, con sus promesas de una nueva era para el mundo -se habló del «regreso de EEUU»- para que aquellos sueños se hicieran realidad.

Es así que la invasión de Ucrania terminó siendo el acicate que necesitaban los dirigentes atlantistas para meter la mano en el bolsillo y aumentar el presupuesto militar. Si hace 4 años Trump pedía un 4% más de aportes militares y Stoltenberg “negociaba” conformarse con un 2%, ahora finalmente se están poniendo de acuerdo en destinar más dinero para la compra de armas, lo que hace prever que los fondos destinados para la recuperación pospandemia tendrán otro destino: el de los grandes proveedores de artefactos letales, que, oh casualidad, mayormente son conglomerados estadounidenses.

De paso, los propios alemanes decidieron bloquear el conducto que iría a proveerles de gas por varios años a bajo precio. Los productores de fracking norteamericanos que promovía Trump están de parabienes. Aunque también se frotan las manos en España, que podría convertirse en el paso del gas del norte de África, o los buques que podrían llevarlo de Argelia a través del Mediterráneo.

Mientras tanto, la “carrera armamentista”, una frase que desde la Guerra Fría no circulaba con tanta asiduidad, envuelve a las grandes potencias y hasta los países de medio pelo, ante el temor de que todo se desmadre desde las fronteras de Ucrania.

Así, Dinamarca no solo llevará a referéndum la propuesta de ingresar a la OTAN sino que según la primera ministra Mette Frederiksen, elevará gradualmente el gasto militar hasta llevarlo -vaya coincidencia- al 2% de su PBI. «Los tiempos históricos exigen decisiones históricas», dijo la dirigente socialdemócrata.

En esa cifra mágica también se anota Alemania, que además por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra rompió el compromiso de no enviar armamento a países en guerra y “colaborará” con Ucrania. Además, destinó 113.000 millones de dólares para reequipar a su Ejercito. Lituania también quiere pista en esa carrera y el Parlamento estudia un pedido de la primera ministra Ingrida Simonyte para incrementar los gastos en defensa en 250 millones de euros.

Fuera de ese escenario, el principal socio de Rusia, China, aumentará el presupuesto militar en 230 mil millones de dólares, un 7% más que el año pasado. El gigante asiático es el segundo país que más gasta en el mundo en armamento, detrás de Estados Unidos. La Casa Blanca ya se había preparado para esta contingencia en diciembre pasado, cuando Biden logró que le aprobaran un gasto total de 778.000 millones de dólares, un 4,4% más que en el ejercicio anterior.

Washington se pone con casi 4 de cada 10 dólares que se destinan en el mundo en gastos militares. Hasta el 2020 ese enorme monto se podría justificar en las ocupaciones de Irak, Afganistán y en los conflictos de Yemen, Siria, Etiopía, Myanmar, según detalla la ONG sueca SIPRI, que se ocupa de relevar el gasto militar global. A las puertas del 2022 quizás ya sobrevolaba la hipótesis de Ucrania.

Como sea, Estados Unidos, China, India, Rusia y el Reino Unido -en ese orden- lideran el presupuesto mundial en el área que genéricamente se llama “defensa” y que incluye artefactos bélicos, logística y personal. En 2020 la suma de gastos militares en todo el planeta fue de poquito menos de 2 billones de dólares. En 2021 todos los países dispusieron en total un 2,3% más de dinero para el rearme el año que pasó y se estima que para este período la suma se acercaría al 3% por sobre ese abultado total.

Un dato a tener en cuenta es que el sexto país que más gasta en armas en Arabia Saudita. Trump -cuándo no- justificó el apoyo a la dinastía y la negativa a castigar al príncipe Mohamed bin Salman por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en octubre de 2018 en que acababa de cerrar un acuerdo por la venta de 100 mil milones de dólares en armas y eso era trabajo para estadounidenses.

Este miércoles culmina en Riad la World Defense Show (Muestra Mundial de Defensa).

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Allí los grandes ganadores de la guerra en Ucrania exhiben sus mayores logros en esa industria tan especializada. Se presentan varias empresas saudíes pero no faltan las estadounidenses Colt y Winchester (si, las viejas fabricantes de revólveres y rifles), Morotola, General Electric, hasta los veraderos monstruos del negocio: Boeing, Raytheon, Lockeed Martin. Son 712 en total e incluyen servicios médicos, en nanotecnología y de “personal”. El Reino Unido colabora con 30 firmas y Brasil, más modesto, con 7, entre los cuales se ve el de la fabricante de aviones Embraer.

La Federación de Rusia, por su parte, presenta 13 productores, pero un stand representa a lo más destacado de la producción, el de Rosoboronexport, el holding exportador estatal, que llevó como oferta las aeronaves IL-76MD-90А, MI-28NE y Orion-E, la corbeta de misiles Karakurt-E y el submarino diésel eléctrico Amur 1650;  la versión de 155 mm del obús autopropulsado Msta-S; los blindados Typhoon y el sistema antidrones Kupol.

Allí, en Riad, convivieron sin problemas esos 424 expositores. Será porque como dice el refrán, “entre bueyes no hay cornadas”.