Las palabras de Hassan Nasrallah, el líder del grupo chiíta Hezbollah, eran esperadas con atención en todo el mundo, a casi un mes de la incursión de integrantes de Hamas y la Yihad Islámica en la operación llamada Tormenta de Al Aqsa y tras la feroz respuesta del gobierno de Benjamin Netayahu, que despierta críticas desde todos los rincones del planeta. Pero el hombre fue escueto y al grano: la ofensiva del 7 de octubre «fue 100% palestina, no tenemos nada que ver nosotros ni tampoco Irán», dijo, aunque lo celebró en el marco de una resistencia de 75 años.
En un discurso grabado, se dio tiempo para acusar a EE UU por la masacre en Gaza, que ya se cobró cerca de 10.000 muertos y más de 20.000 heridos, prácticamente la mitad de ellos, niños. Luego, agregó que «todas las opciones están sobre la mesa» en una explícita llamada de atención sobre la posibilidad de que tropas israelíes lancen un ataque preventivo en contra de El Líbano, donde los milicianos están apostados.
En la Franja mientras tanto, continuaba la minuciosa tarea de destrucción y las imágenes que circulan por las redes y cada vez más medios occidentales son terroríficas. Hubo nuevos ataques a edificios que alojan a menores, como la escuela Al Fakhoura –con un saldo de una veintena de muertos y unos 70 heridos– campos de refugiados y centros sanitarios. Este viernes se informó de un ataque a un convoy de ambulancias que transportaba heridos del hospital Al Shifa, al sur de Gaza. Otros 15 muertos fue el resultado, según el ministerio de Salud palestino. La agencia de la ONU para los refugiados denunció el bombardeo de otras tres escuelas, reporta Europapress.
El ejército israelí, por su parte, informó que tienen completamente cercada a la ciudad de Gaza y agregó que «el cuerpo de ingenieros de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) está trabajando para localizar y neutralizar infraestructuras subterráneas, explosivos y otras amenazas para que las tropas puedan moverse libremente». Como réplica a los crecientes reclamos de un alto el fuego, el contraalmirante Daniel Hagari señaló que esa cuestión «ni siquiera está sobre la mesa ahora mismo». Lo que confirma los peores presagios de no pocos líderes occidentales: que el objetivo es la expulsión de toda la población y si no fuera posible, el liso y llano exterminio.
Ante la escalada que las fuerzas israelíes desataron desde principios de octubre, hasta el propio gobierno de Joe Biden tuvo que salir a –por lo menos en lo discursivo– hablar de un cese el fuego y pedirle a Netanyahu bajar un cambio con el nivel de brutalidad con que se lleva a cabo la ofensiva. El secretario de Estado, Antony Blinken, viajó a las apuradas a Medio Oriente, a medida que legisladores oficialistas vinculados a la comunidad árabe salían a cuestionar públicamente el rol que lleva adelante la administración central.
Blinken se entrevistó con Netanyahu, que no mostró ninguna señal de apaciguarse y en cambio aseguró que recién podría cambiar de posición si Hamas devuelve a los rehenes que tiene en su poder. El canciller de EE UU repitió el apoyo de la Casa Blanca a Israel, pero deslizó que «es muy importante, cuando se trata de proteger a los civiles atrapados en el fuego cruzado de Hamas, que se haga todo lo posible para protegerlos y llevar asistencia a quienes la necesitan tan desesperadamente, que no son de ninguna manera responsables por lo que pasó el 7 de octubre».
Luego, Blinken viajó a Jordania, donde logró armar una minicumbre en Ammán con los titulares de Relaciones Exteriores de Egipto, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Qatar para buscar el modo de «parar la guerra en Gaza», según la cancillería jordana. Ayman Safadi, el jefe de esa cartera, acusó a Israel de estar cometiendo crímenes de guerra. Su par estadounidense hace esfuerzos denodados por volver a tejer alianzas en esa región, donde ya varios países ven como grandes actores a China y Rusia e incluso le rechazaron encuentros a Biden en la visita que hizo a mediados de octubre.
Pero el compromiso de Estados Unidos y sus más fuertes y permanentes aliados, los países británicos, es muy firme a favor de Israel, lo que dificulta cualquier intento de que Washington vuelva a ser el casi exclusivo jugador que fue hasta no hace tanto. Por lo pronto, se conoció que desde Australia, a través de una base de vigilancia en Pine Gap, en las afueras de Alice Springs, la agencia de Seguridad Nacional (NSA) le brinda a Israel información obtenida de los satélites que sobrevuelan la región. El Reino Unido hace lo propio en intercepciones de las comunicaciones de la resistencia palestina desde su base de Monte Troodos, Chipre, la más antigua de la RAF, que data de 1878, aunque el equipamiento es de última generación.
Tropas israelíes, en tanto, atacaron el sur del Líbano contra dos células de Hezbollah, según una gacetilla de las FDI. El ministro de Defensa, Yoav Gallant, advirtió a Nasrallah que no deben cometer errores que puedan derivar en una respuesta como la que, dijo, se desató contras Hamas. Las últimas informaciones daban cuenta de bombardeos de Hezbollah con cohetes contra posiciones israelíes en Al Jardah, Hadab al-Bustan, Al-Malikiyah y Metula. Si el temor de Blinken es a una escalada regional, como dijo, va a necesitar mucha más capacidad de presión.
Las dos versiones del laborismo
El ingeniero Jeremy Corbyn fue el líder de Partido Laborista británico más inclinado a la izquierda que se podía conseguir en la oposición británica en las últimas décadas. Hijo de padres pacifistas que se conocieron durante la guerra civil española que luego militaron contra la de Vietnam, sigue siendo él mismo un luchador por la paz y en contra del colonialismo. Se hizo conocido en estas regiones allá por 2017 cuando, al frente de su partido, se expresó en favor de mantener negociaciones serias con Argentina para resolver la vieja disputa por las Malvinas. Habla perfecto español: estuvo casado primero con una chilena y luego con una mexicana.
Pero no llegó al gobierno, como parecía, porque tras perder escaños en una elección en 2019 fue derrotado en la interna laborista por Keir Starmer, un abogado con expertise en Derechos Humanos. Algo había cambiado tanto dentro del partido como en la sociedad británica como para que hubiera sido expulsado de las filas bajo el cargo de haber permitido actitudes antisemitas cuando dirigía a la agrupación.
Recuerdan los archivos que todo comenzó con una investigación por un posteo de una diputada de origen paquistaní –puso un mapa de Israel dentro del de EE UU y dijo que esa sería la solución al conflicto– y otro de un concejal que cuestionó a la banca Rothschild. Por esa vertiente «antisemita» dentro del laborismo, Corbyn quedó fuera del grupo parlamentario en noviembre de 2020, y en marzo pasado Starmer le dio el empujón final del partido.
Esta semana, el actual líder del laborismo habló en la sede del Chatham House, una ONG centenaria que analiza las relaciones internacionales y causó revuelo. «Si bien comprendo que se desee un alto el fuego, en este momento pienso que no es la posición correcta por dos razones: porque congelaría el conflicto en estado actual. Y porque mientras hablamos, eso dejaría a Hamas con la infraestructura y la capacidad para llevar a cabo el tipo de ataque que vimos el 7 de octubre», dijo Starmer.
Desde su cuenta en X, Corbyn escribió: «¡Basta!, es sólo horror tras horror tras horror. Recuerda estas hermosas vidas. Son seres humanos con nombres y rostros y están siendo masacrados indiscriminadamente. ¡Qué inhumanidad tan desmedida! Necesitamos un alto el fuego ahora».