Julian Assange, el periodista que se atrevió a democratizar la información sobre los horrores criminales de varios gobiernos de Estados Unidos en algunos países, está a pocos días de ser extraditado a EE.UU. Allí, sus tribunales ordenarán su ejecución inmediata. Eso ya no sorprende en la historia criminal de invasiones, guerras y asesinatos de líderes populares en medio planeta de este imperio.
John Edgard Hoover, ex director del FBI, declaró el 25 de agosto de 1967 que su objetivo era: “exponer, infiltrar, desorganizar, manipular, descreditar, neutralizar y, si necesario, eliminar las organizaciones y grupos nacionalistas negros basados en el odio, sus líderes, puerta-voces, miembros y simpatizantes”. Suficiente.
El propio gobierno norteamericano tuvo que confesar muchos de esos delitos en 1976 mediante la Comisión Church del Senado. Esta comisión revisó más de 110 mil documentos y entrevistó a más de 800 testigos. Concluyó que sus gobiernos habían perpetrado asesinatos, golpes militares y conspiraciones para eliminar enemigos dentro y fuera del país entre 1945 y 1971. Esta “lavada de cara” duró muy poco. Desde 1980 renovaron los crímenes en Nicaragua, Palestina, Irán y El Salvador.
Como haría cualquier periodista, de izquierda o de derecha, Assange y su equipo accedieron a fuentes de información y publicaron lo que revestía interés para la comunidad mundial. Su tarea y su objetivo fueron periodísticos y no estaban limitados por alguna cláusula de confidencialidad, porque no eran empleados del gobierno de EE.UU. sino al contrario, sus críticos. Aún así casi seguro será extraditado y quizás condenado a muerte por un tribunal de EE.UU.
Nada de eso es sorpresa, excepto para incautos/as. La cuestión es qué hacen los periodistas del mundo, sus gremios, entidades y sindicatos (salvo excepciones como FATPREN y Sipreba), sus figuras de radio y televisión, para denunciar este nuevo crimen y tratar de impedirlo.
Hasta hoy nada, salvo comentarios fugaces y ocasionales en algunos programas y diarios, a ningún medio o figura periodística se le ocurrió promover una campaña mundial por su libertad. Tampoco los organismos de derechos humanos.
Los periodistas del diario argentino Clarín soportan que sus editores titulen a favor de la Corte británica y de la extradición de Assange.
“La fiscalía estadounidense acusó a Assange de 17 casos de espionaje y uno de uso indebido de computadoras por la publicación de miles de documentos militares y diplomáticos filtrados a través de WikiLeaks” (Clarín 10/12/2021).
Actúan como si el efecto de este crimen no les afectará el oficio, a pesar de que sentará un precedente jurídico contra cualquier periodista que use documentación oficial norteamericana contra Norteamérica, como advirtió la ex diputada Alicia Castro en el programa de Cintya García.
En los años 30 del siglo pasado se creó el modelo humano de complicidad anticipada con el genocidio nazi-fascista. Fueron aquellos y aquellas que cerraban los ojos, volteaban la mirada, o justificaban con argumentos pueriles, lo que hacían los nazis. La misma conducta tuvieron algunos Estados como el británico, el estadounidense, el noruego, el belga, el francés y el ruso de Stalin. “Es un payaso inútil”, le dijo Stalin a Beria, según Svetlana Alíluyeva.
Sin aquella conducta de complicidad no tiene explicación el empoderamiento nazi a final de aquella década trágica.
La ejecución de Assange en EE.UU. también se apoyará en la actual conducta pasiva de los periodistas del mundo, sus medios y figuras rutilantes. El tribunal que lo condene lo hará en medio de un silencio mortal. Y no será el silencio de los inocentes.
El siglo XX mostró que la presión popular o una campaña mundial pueden liberar a un condenado. Basta recordar dos casos emblema, el del sudafricano Nelson Mandela y el del peruano Hugo Blanco. Pero el siglo XXI también tiene ejemplos de recuperación de líderes y figuras populares rescatadas de cárceles enemigas.
El más reciente es el de Lula, liberado bajo la presión popular en Brasil y por la acción diplomática de unos 15 gobiernos de América, África y norte de Europa. De otra manera y en otro contexto, el rescate y vuelta de Hugo Chávez el 13 de abril de 2002 también fue el efecto de una acción popular en 47 horas, como con Perón 57 años antes. ¿Dónde estaría hundida la jujeña Milagro Salas si no hubiera una campaña a su favor? Esa campaña logró, por ejemplo, la asistencia de dos comisiones internacionales de DD.HH.?
Assange puede ser salvado. Tiene a su favor tres recursos: que su figura periodística es global, que su información benefició a medios poderosos y que contamos con medios de penetración global inexistentes antes.
O puede ser condenado y asesinado. Si los periodistas del mundo y los interesados/das en la democracia de derechos sociales, prefieren el silencio de los cómplices y la decrepitud de sus oficios y su ética.