Guido de Ruggiero escribió la entrada «liberalismo» en la Encyclopaedia of the Social Sciences de Seligman y Johnson en 1933. Allí, define al liberalismo como la libertad espiritual de la humanidad, que postula la libre conciencia individual, lejos de todo determinismo; donde no existe violencia para imponer reglas a la expresión de las ideas propias.
De allí que toda limitación por parte de autoridades constituidas al derecho de la libre expresión del individuo es injustificable, mutila a la persona y cercena toda iniciativa. Sostiene que el liberalismo debe unirse y combatir cualquier interferencia en el pensamiento individual en materia moral, religiosa, intelectual, social, económica o política.
Con la enciclopedia del lunes, constatamos que los liberales realmente existentes, tanto en los siglos XIX, XX y XXI adoptan comportamientos conservadores al llegar al poder. Defienden el conservadurismo que ejercen en nombre de los principios liberales que proclaman.
De las múltiples actividades que ejerció, Julian Assange parece haber sobresalido en el rubro periodístico. Es que un oficial de la inteligencia norteamericana, Brad, luego Chelsea Manning, le pasó información secreta –pues la opacidad es la marca de los poderosos- sobre las acciones cometidas por el ejército estadounidense en Irak y en Afganistán.
Hasta aquí tenemos un periodista que tiene una fuente acerca de crímenes perpetrados por un ejército de ocupación colonial. Ningún periodista está obligado a revelar sus fuentes. Sucedió en el Watergate, que terminó con Nixon. Ninguna persona puede ceder sus opiniones ante el poder. Ah, pero Estados Unidos.
El asesinato de civiles, y de periodistas, las exacciones cometidas contra la población, así en Afganistán como en Irak y en el centro clandestino de detención de Guantánamo, sin olvidar los modos imperiales de la diplomacia norteamericana, constituyen un testimonio comparable sólo con la denuncia que realizó Emile Zola con el caso Dreyfus, en Francia a fines del siglo XIX. El artículo se llamaba «Yo acuso».
Como en ese caso, la administración de la justicia reacciona del mismo modo. Así, según el Departamento de Justicia de Estados Unidos, Assange es acusado por poner en riesgo la seguridad de los Estados Unidos, aunque sea a 10.000 km de Washington. Develó secretos de la defensa nacional. Pudo develar nombres de personas que colaboraban con el ejército de ocupación, lo que puso en riesgo la libertad y la vida de esas personas. Eso dicen. Si la seguridad de un país depende de lo que pasa al otro lado del mundo, pues ese país está en problemas.
Aunque ninguno de esos cargos esté probado de antemano, para occidente Assange no es un comunicador, sino un enemigo, que ayuda a terroristas, países hostiles y contrincantes militares. Es un conspirador, por lo que su castigo debe ser ejemplar, en lo posible doloroso.
Es una parte más de la censura con la que clausuran cualquier canal de información crítico de la OTAN. Algunos imaginaron una «Junta de gestión de la desinformación» del gobierno norteamericano, que debía seleccionar las noticias sanas de las enfermas. ¿Para qué? Si están las corporaciones de la internet para esa tarea.
Si Guido de Ruggiero resucitase –pues era demócrata cristiano- constataría que su definición de liberalismo encarna en Assange y no en sus perseguidores, que en el fondo parecen construir un mundo libre… de periodismo crítico. «