Los suburbios de París, los de Buenos Aires, los de Minnesota, o los de cualquier ciudad del planeta sometidos a un cóctel explosivo: aumento de la precarización y la pobreza; la discriminación y el racismo; autoritarismo y gatillo fácil; mano dura y discurso reaccionario.
Esta vez vemos imágenes de fuego, represión, violencia y muerte en distintas ciudades de Francia. Imágenes que irritan. Imágenes que atan un lazo reflexivo sobre las posturas de un manojo grande de los políticos más cercanos. Los alegatos y las acciones de Emmanuel Macrón incluso parecen más apocados, más cautos de unos cuántos irresponsables de la Argentina (Patricia Bullrich, Javier Milei, sí, aunque no sólo ellos sino casi toda la derecha y más aún la ultra) que juega con cosas que no tienen remedio. Como la vida.
Así como Macron (o Sarkozy no hace tanto) recibe, felicita y agita a los responsables de la mano dura. Así como el siniestro Trump, habitante de la Casa Blanca, o fuera de ella, es el adalid de los mismos métodos y en su país, la muerte de George Floyd a manos de la policía es un símbolo y también un hecho recurrente. Así como un vasto sector político de la Argentina propicia el apoyo estatal a esos asesinos con uniforme y vindica la «doctrina Chocobar», mientras que subyacen frases estúpidas como »el que mata tiene que morir» de gentes que no miden las consecuencias de sus palabras, de sus actos, de su estupidez.
Así como es el pibe Nahel en Nanterre. Así como es el pibe Lucas González en Barracas. Cada pibe muerto duele en el alma.
No son errores. La tentación es la de afirmar que tampoco son excesos. Sino una cultura siniestra de la que las fuerzas de seguridad (y sus sempiternos cómplices civiles) no se pueden escindir. «