Una característica de los Bolsonaro, la familia del presidente de Brasil, es su apego a las armas. Y sobre ese oscuro deseo construyeron una ideología, calcada de la idiosincrasia estadounidense. Es así que ni bien Jair Bolsonaro llegó al gobierno firmó el primero de una serie de decretos para liberalizar el uso de armas. Un sector de la población se sumó ostensiblemente a la propuesta, de tal modo que según datos del Ministerio de Economía, Comercio Exterior y Servicios, la venta de armas importadas aumentó un 1473%. En 2016, cita el informe, se vendieron en ese país 2390 armas importadas. Este año ya se comercializaron 37589, y aún faltan unos días para comenzar 2020.
La fiebre armamentística llegó a tal punto que cuando los Bolsonaro entraron con conflicto con el Partido Social Liberal, la agrupación política que le había permitido al excapitán del Ejército competir por la presidencia, a fines de noviembre decidió armar la Alianza para Brasil.
El acta fundacional de ese nuevo partido dice que tiene como objetivo “el respeto a Dios y a la religión, a la identidad, la memoria y cultura del pueblo, la vida, y la legítima defensa y de la familia”. En esa misma línea, eligió como número electoral el 38, por el calibre del arma de mayor circulación en ese país. Y se conocieron entonces imágenes de “creativos” que habían elaborado una placa identificadora construida con casquillos de ese calibre sobre un marco metálico.
Como cuadra a semejante postura frente a la vida, el ministro de Justicia, el exjuez Sergio Moro –el mismo que manipuló al sistema judicial para procesar y detener a Lula da Silva en la causa Lava Jato, según revelan las filtraciones de The Intercept– envió un proyecto para aumentar las penas a determinados delitos.
En términos generales, se incrementan penas y se establecen modificaciones en el proceso en relación al crimen organizado y el tráfico de drogas. El exmagistrado se quedó con las ganas, en cambio, de imponer un artículo que dejaba sin castigo a los agentes policiales que maten en una situación de «miedo justificado, sorpresa o emoción violenta». Esto es, la doctrina Chocobar a la brasileña no pasó el tamiz del Congreso.
El texto había pasado por la Cámara Baja y luego de la aprobación en el Senado está a la firma de Bolsonaro, quien podría llegar a vetar parcialmente algunos de los capítulos. Se descuenta que no rechazará los aspectos más ásperos de la normativa.
Los cultores de la violencia institucional, sin embargo, no cejan en su empeño y este jueves Moro recibió como regalo una obra del artista plástico Rodrigo Camacho que da que hablar. Se trata de un busto del ministro realizado con casquillos de bala, a la manera del símbolo del partido de Bolsonaro.
Por más que la imagen pública de Moro quedó muy cuestionada luego de que se difundieran conversaciones del equipo de fiscales y el juez en las que quedan al descubierto las maniobras contra Lula, para una gran mayoría de la sociedad el Lava Jato desnudó un sistema irregular de financiación política y de corrupción que irrita a la ciudadanía.
Es así que, más allá de la vinculación dudosa de Lula con este esquema oscuro en el manejo de fondos públicos, para el 81% de los brasileños la investigación debería continuar ya que no llegó a su fin. El estudio fue realizado por la consultora Datafolha, habitualmente reputada de seria, entre los días 5 y 6 de diciembre.
El sondeo indica que el 47% de los consultados piensa que a pesar de las condenas por esta causa, la corrupción en Brasil seguirá como si nada, mientras que el 41% cree que disminuirá. Al mismo tiempo, para Datafolha, Moro tiene un 53% de imagen positiva.