Al leer estas líneas, Brasil estará en trance de elección, que no terminará hasta que sea contabilizado el último voto de la última urna. No conocemos el resultado. Sin embargo, esa ecuación electoral de suma cero está preñada de futuro, que quizás no signifique ni orden ni progreso, a la inversa del lema positivista que ostenta su bandera.
Lula representa la modernidad política, aquella cuestión que hace más de dos siglos supuso representación popular, Derechos Humanos, amistad social. Dentro de los límites de lo posible, por supuesto, aunque con muñeca son muchos los posibles, como sacar de la pobreza a cuarenta millones de brasileños en los gobiernos del PT.
Ahora que la posmodernidad volvió al basurero de las banalidades, queda Bolsonaro, que significa la antimodernidad. ¿Qué es eso? Es la monetización de lo real, entendido como que todo aquello que no tenga un precio de mercado será destruido o desaparecerá. La Amazonia, por ejemplo. También quiere decir que la relación de los conceptos con los objetos que intentan explicar es imaginaria. Lo vemos con la amenaza acerca del peligro comunista si gana Lula. Además, es imponer dogmas allí donde existen dudas razonables, propias de la argumentación política y no tanto de los sermones. ¡Ah, los evangelistas! ¡Sonríe, Dios te ama! Pero… ¿para votar a quién? Aprendé, Argentina.
La escena brasileña nos presenta la proscripción de Lula en las anteriores elecciones, producto de una administración de justicia –que es una función- confundida con la Justicia –que es un valor-. No importa que todo haya sido falso, funcionó. Como también funcionan las redes, esos dispositivos (ahora digitales) que sirven para convertir seres vivos en pescados. Ahí la regla es que nada está prohibido, todo está permitido. La mano que mece el algoritmo hará que primen ciertas cosas sobre otras, lo que además también es monetizable. Bolsonaro pulveriza a Lula en internet. ¿A quién le vas a creer, a tus ojos o al smartphone? Esta elección encierra muchas lecciones. Aprendé, Argentina.
Si Bolsonaro gana las elecciones, no habrá dudas ni discusiones. Y si las hay, pues no serán comunicadas. Tendrá algo parecido a la suma del poder público para privatizar a gusto y placer las empresas públicas brasileñas como Petrobras –que ya ha sufrido bastante- o entregar los recursos naturales al mejor postor local o internacional, en la habitual visión que tienen los liberales de la inserción en el mundo. En política interior, será la violencia quien dirima los debates o las contiendas.
Si Lula resulta vencedor, sólo tendrá obstáculos desde el anuncio de los resultados. ¿Será reconocido por un Bolsonaro que exigió exorcizarlo? ¿Cómo podrá gobernar con un parlamento díscolo? ¿Prevalecerán los industrialistas o los extractivistas? Qué lejano parece ese momento en 2005 en que Lula, Chávez y Néstor rechazaron el Área de Libre Comercio de las Américas que quería imponer Bush hijo. Qué lejano ese 2010 –nuestro Bicentenario- donde pensamos que la primavera de los pueblos era irreversible. Ahora estamos contentos si a nuestros líderes no los encarcelan, proscriben o asesinan.
Por cierto, el viernes 28 de Octubre fue el centenario de la llegada al poder en Italia de un grupo minoritario y violento, de clase media y alta, financiado por grandes empresarios, banqueros y latifundistas. Odiaban a los partidos políticos populares y a los sindicatos obreros. Se los conoce como fascistas. Aprenda quien pueda. «