Europa se enfrenta a una ola de calor inédita desde que existen registros. Los meteorólogos explican que el fenómeno se originó en el desierto del Sahara, en el norte de África, y que fue ascendiendo hasta traspasar el continente. Pero las temperaturas extremas evidencian el alcance del calentamiento global, a pesar de la insistencia de los negacionistas climáticos, y la impotencia de las autoridades para mitigar un escenario para el que no estaban preparadas.
Tal es la crisis que sólo en España, donde la temperatura máxima llegó a los 47° durante la semana pasada, se registraron hasta el momento más de mil muertos, según registros suministrados por el Instituto de Salud Carlos III.
Por su parte, en el Reino Unido también se alcanzó un pico histórico el martes pasado, con una temperatura de 40,3°, por lo que el gobierno debió elevar la alerta al nivel 4. Buena parte de la infraestructura del país fue construida durante la época victoriana, por lo que no está adaptada para afrontar una ola semejante. Por ejemplo, los aeropuertos de Luton y Oxford tuvieron que suspender los vuelos después de que, literalmente, se derritieran las pistas de aterrizaje. Las vías férreas corrieron el mismo riesgo. Por otra parte, los incendios se propagaron en distintas zonas de Londres y el fuego devoró áreas residenciales en cuestión de minutos.
También en París se sintió la ola de calor. La máxima trepó a los 41° el martes último y los incendios forestales calcinaron unas 20 mil hectáreas de bosque en la región de Gironda, al sudoeste de Francia. Casi 40 mil personas tuvieron que ser evacuadas.
Un escenario idéntico se repite en el norte de Portugal y en regiones de España, como son Galicia, Castilla y León, Aragón y Castilla-La Mancha. Las llamas consumieron más de 70 mil hectáreas en territorio español luego de una semana con temperaturas que superaron los 40° en distintos puntos del país. La situación es verdaderamente grave, ya que en lo que va del año, suman 193 mil hectáreas perdidas.
Las imágenes apocalípticas se sucedieron en todo el continente. La ola de calor también llegó a Alemania, Bélgica y Europa del Este. Por esa razón Petteri Taalas, secretario general de la Organización Meteorológica Mundial -un organismo dependiente de las Naciones Unidas-, advirtió que los efectos del calentamiento global “continuarán al menos hasta 2060” y avisó que las víctimas fatales serán una constante en los próximos años.
Proyecciones y urgencias
“Ese tipo de mensaje es algo peligroso, más allá de que el sistema climático global tiene su inercia, y no porque mañana reduzcas las causas, que son las emisiones de gases de efecto invernadero, va a cambiar todo. Las proyecciones van a seguir un tiempo más. Si bien el mensaje tiene algo de cierto, también hay que reducir las causas de manera urgente para que la curva de calentamiento que va ascendiendo se pueda revertir”, asegura Gabriel Blanco, quien integró el equipo de negociación argentino en la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático.
Blanco, que se desempeñó como director nacional de Cambio Climático entre 2019 y 2020, destaca además que el panorama actual “se conoce que va a ocurrir desde hace no menos de 25 años”.
“Cada informe ha ido mostrando esto, cada vez con más precisión. Estos eventos climáticos extremos se repiten con más intensidad en todo el mundo. La situación es muy seria. Hay cuestiones que son aceleradores del fenómeno, como el derretimiento de los hielos en el Ártico y del permafrost en la Siberia. La velocidad es más rápida de la que se preveía”, dice.
En el caso de Europa, el impulso a las energías renovables como alternativa a los combustibles fósiles, una forma de contrarrestar el calentamiento global, se detuvo con la invasión a Ucrania y las sanciones al petróleo proveniente de Rusia. Con la amenaza del corte total a la provisión del gas ruso, los europeos están reabriendo las centrales de carbón y el Parlamento Europeo acaba de apoyar la propuesta de considerar al gas natural y la nuclear como energías “verdes” o sostenibles, en medio de fuertes discrepancias entre los países de la Unión Europea.
El problema es que si bien Europa “estaba empezando a transformar su matriz energética, para paliar estas olas de calor necesitan refrigeración y esa energía la vuelven a buscar en los combustibles fósiles”, explica el investigador en temas de energías renovables y sustentabilidad de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN). “Eso tracciona al resto del mundo a la inacción. Si Europa declara que la nuclear y el gas son energías ‘verdes’, los otros países se preguntan por qué van a hacer un esfuerzo diferencial”, apunta.
“El sistema científico-tecnológico se muestra incapaz de enfrentar este problema. Las emisiones de efecto invernadero son parte del problema. El calentamiento global es el síntoma. Continuar en el sendero de los fósiles y crear nuevas infraestructuras para su exploración implican proyectos de cara a un siglo. Es el fenómeno de lock in, es decir, quedar atrapado en decisiones apresuradas”, sostiene Blanco. Los fenómenos climáticos extremos se hacen más frecuentes y la desesperación alienta a los gobiernos a recurrir a energías convencionales. La trampa sigue alimentado el calentamiento global.
La demanda está haciendo colapsar los sistemas energéticos en Europa, las altas temperaturas matan y prácticamente la mitad del territorio de la UE padece sequías en estos momentos. La cuestión ambiental pone en el centro del debate la vida misma en el planeta y problemas urgentes como la producción de alimentos y el resurgimiento de enfermedades ya erradicadas.
“Para dar una nota esperanzadora, estas transformaciones que hacen falta en la producción de energía y de alimentos abren grandes oportunidades para otro modelo de desarrollo. Lo que pone en evidencia el cambio climático es un sistema agotado, un modelo de desarrollo sostenido por los combustibles fósiles, donde el costo-beneficio lo dominado todo. Primero lo tiene que aceptar la sociedad en su conjunto. Si no hay una demanda genuina, es difícil que ocurra una transformación. Los intereses económicos y políticos asociados son muy fuertes”, considera Blanco.
“La mirada tiene que ser más integrada. El para qué y el cómo son preguntas fundamentales. Cómo producimos energía y alimentos, pero los líderes mundiales están muy lejos de debatir esta cuestión”, concluye.