El proceso revolucionario bolivariano hace esfuerzos por sobrevivir bajo el azote imperialista. A la frustrada amenaza de invasión le siguió el “apagón eléctrico” de todo el país durante tres días, con efectos desastrosos en la vida económica y familiar.
Este acto terrorista fue autodelatado en el propio gobierno norteamericano a los 12 minutos de iniciado. Elliot Abrams se refirió al hecho con un sospechoso conocimiento técnico. Duró casi cuatro días y afectó a la población pobre y media (la burguesía tiene generadores propios y fue avisada 48 horas antes del atentado). Hubo pocas muertes en algunas salas de cirugía de algunos hospitales. No fue peor porque el gobierno instaló generadores eléctricos de emergencia en los salones de neonatología.
La investigación identificó un ataque cibernético desde una IP matriz en territorio estadounidense contra todo el sistema de la presa del Guri y una explosión provocada en la central distribuidora de Altamira que abastece la Capital. Este saboteo fue favorecido por la ausencia del 48% de los técnicos que atendían la seguridad y el mantenimiento del sistema eléctrico, en su mayoría emigrados a otros países o al sector privado.
El gobierno de Maduro salió airoso de la prueba de enero y febrero y resolvió rápido el “apagón” terrorista. Demostró suficiente inteligencia táctica para sobrevivir a un temporal de asedios múltiples: diplomático, político, de calle, periodístico, de redes sociales, eléctrico, financiero, económico y una seria amenaza militar en dos fronteras.
El resultado de estas batallas no se puede medir igual que en los seis escenarios de violencia callejera previa conocida como “las guarimbas”: 2005, 2013, 2014, 2015, 2016 y 2017. El resultado en cada caso fue de aplastante derrota para la oposición. Esta vez el choque de fuerzas fue excepcional. Sólo se cuentan dos. La del 22 de enero cuando un grupo del partido de Guaidó tomó dos cuarteles, mataron a varios soldados y fueron derrotados y capturados. Un mes más tarde, hubo otro enfrentamiento en el pueblito fronterizo de La Mulata: más de 300 paramilitares de Colombia atacaron con fusiles pero un pequeño destacamento militar bolivariano de 22 milicianos equipado con kalashnikov y una moral de combate superior los espantó.
El largo mes de tensión y asedio iniciado en enero, se define por una mayor gravedad y peligro: Venezuela estuvo a horas de ser invadida por fuerzas combinadas de Estados Unidos, Colombia, Brasil e Israel, con participación menor de grupos mercenarios del paramilitarismo residual financiado por Uribe Vélez, decenas de jóvenes venezolanos de Voluntad Popular (el partido de Leopoldo López y Juan Guaidó), y de algunos sicarios expertos traídos de las guerras del Medio Oriente, más una representación individual de los marines de las Fuerzas Armadas de EE UU, capturados por cámaras filmadoras.
No hubo un enfrentamiento militar de escala. El resultado hay que definirlo como un fracaso de la operación enemiga: en este caso, fracaso es lo más parecido a derrota, pero no es lo mismo. Eso explica que de la invasión frustrada hayan pasado al acto terrorista en el sistema eléctrico. Seguirán medidas más extremas porque se trata de una guerra jurada de exterminio contra el gobierno chavista. La salida del país de todos los funcionarios diplomáticos yanquis es una mala señal.
El tiempo marcha contra el gobierno bolivariano, a pesar de sus avances defensivos. Debatiéndose desesperadamente entre la victoria relativa y el riesgo de derrota, a Maduro se le agotan las opciones: Avanza o retrocede. Eso late después del apagón. «