En el sistema constitucional alemán el presidente de la República desempeña un rol meramente moral. De él se esperan grandes discursos que den orientación de largo plazo, pero nada más. Esto es así en épocas normales, pero no en la actual. La elección parlamentaria del 24 de septiembre dispersó la representación y, después de casi dos meses de sondeos, fracasó la formación de una coalición entre la democracia cristiana (CDU) de la canciller Angela Merkel, los socialcristianos bávaros (CSU), los liberales (FDP) y los Verdes (B90/Die Grünen). Para evitar un largo período de inestabilidad, entonces, el jefe del Estado se metió de lleno en la política cotidiana y convocó este pasado viernes 24 a los representantes de la CDU, la CSU y el SPD (socialdemócratas) a una reunión el lunes o martes próximos, para tratar de reeditar la gran coalición que ya gobernó tres veces el país (1966-69, 2005-09 y 2013-17). Con esta iniciativa el mandatario quiere evitar tanto la formación de un gobierno de minoría tolerado desde el Parlamento como la repetición de la elección. El resto de la Unión Europea se lo agradece.
El 24 de septiembre a la noche el derrotado candidato del SPD Martin Schulz había descartado la repetición de la gran coalición. Todavía el pasado lunes 19, luego de que el domingo fracasaran las conversaciones para formar una coalición «Jamaica» (llamada así, porque la combinación de los colores de la CDU/CSU, el FDP y Los Verdes asemeja la bandera del país caribeño), el presidente socialdemócrata reiteró su negativa. Sin embargo, la alternativa de repetir la elección implicaría que los diputados ya ungidos deban competir nuevamente por sus bancas, lo que no gustó a nadie, y tolerar un gobierno de Merkel en minoría generaría una incertidumbre que repele a la cultura alemana. Por esta razón, en la madrugada del viernes la conducción del SPD decidió, en principio, acceder a conversaciones sobre la repetición de la gran coalición.
Mientras tanto, los jefes de Estado y de gobierno de los demás miembros de la UE acucian a Berlín, para que resuelva la crisis. Como si fuera el delegado de sus pares, el canciller austríaco Christian Kern declaró el viernes en una reunión de la UE en Bruselas que «Alemania es una de las naciones líderes de la Unión y todos deseamos que pronto se forme un gobierno estable».
Con la frase «mejor no gobernar que hacerlo mal», Christian Lindner, jefe del FDP, abandonó en la madrugada del domingo 18 no muy sorpresivamente las tratativas con la CDU, la CSU y Los Verdes, cuando un acuerdo ya estaba cercano. El SPD tuvo, entonces, que salir del nicho opositor y tomar una decisión.
De acuerdo a una encuesta de la consultora Emnid del viernes pasado, el 49% de los alemanes favorece la reedición de una gran coalición contra el 47% que se opone. Este relevamiento complementa otro, realizado por el instituto Forsa, sobre una eventual repetición de la elección. Según el mismo, el FDP, la neonazi Alternativa por Alemania (AfD) y Los Verdes aumentarían su votación, mientras que los demás partidos quedarían igual. Como el 45% de los encuestados prefiere volver a las urnas, analistas como el politólogo Oskar Niedermayer advierten sobre el riesgo de radicalización. Paradójicamente, casi el 50% previó correctamente que Angela Merkel volvería a presentarse como candidata.
La física del nordeste gobierna ya desde hace 12 años y está dispuesta a superar el récord de Helmut Kohl (1982-98), a pesar de que la mayoría de los medios quisiera verla retirada. La táctica que aplica ante cada crisis consiste en no definirse y dejar que los antagonistas se destruyan mutuamente para, finalmente, arbitrar una solución pragmática. De este modo ha anulado a todos sus socios e interlocutores y ocupado todo el espacio político. Por eso es que ahora no encuentra socios con ganas de formar gobierno con ella, aunque no hay alternativa a la gran coalición entre la CDU/CSU y el SPD bajo la conducción de Angela Merkel y todos deberán acomodarse a esta realidad.
Europa y Alemania están atravesando una gran transformación. La derrota del globalismo en las elecciones estadounidenses de 2016, la subsecuente retirada de EE UU de la política europea, el Brexit y el ascenso del poder ruso dan a Alemania un lugar central en la política mundial que los neoliberales y los neonazis (a veces, convergiendo) quieren sabotear. Para ello se aprovechan de los temores e incertidumbres incentivados por la llegada de más de dos millones de extranjeros desde 2015. Contra esta incertidumbre Angela Merkel es la mayor garantía de estabilidad. No tiene grandes visiones, pero su patriotismo, sentido del deber, su estilo maternal y su picardía mantienen unido y actualizado el sistema político.
La gran coalición es una mala solución para Alemania y Europa, pero es la única que, de momento, asegura la gobernabilidad del continente, aunque frene reformas indispensables que llegarán en tiempos más tranquilos, o cuando alguien dé un golpe de palacio, lo que no quiere decir que la situación mejore. «