La consumación del golpe blando en Brasil contra el gobierno legítimo de Dilma impone, a partir de la información disponible pero sin dar excesivas vueltas sobre ella, sacar las primeras conclusiones sobre la naturaleza y el alcance del proceso restaurador del dominio imperial en América latina y adoptar una conducta política que comienza con el más absoluto repudio a toda forma de golpismo y de atropello de los intereses populares pero que debe avanzar mucho más allá.
El mundo está siendo reconfigurado por el capital financiero y por las nuevas fuerzas de sofisticada producción globalizada (esencialmente deslocalizadas) vinculadas a las tecnologías de punta super virtualizadas, la nueva santa alianza productivo-financiera, única con proyecto propio de salida de la profunda crisis que estalló en el 2008 en EEUU y luego se extendió por el mundo. Por eso un proyecto como el que parió la UNASUR, la CELAC y que incluso dinamizó a partir de la política- al Mercosur requiere su demolición y si ésta se lleva puesta a la democracia latinoamericana pues que se la lleve.
Brasil es un país gigante y vale por sí para los intereses monopólicos. Pero si vemos las consecuencias que la contrarreforma -que hoy se carga al gobierno del PT- tiene para el destino inmediato de la región, no podemos dejar de pensar que el golpe en Brasil es mucho mas que el propinado al gigante vecino. Brasil fue la locomotora económica y política de estos tiempos virtuosos de comienzos del siglo XXI, siendo el trípode que conformó con Argentina y Venezuela la base de sustentación de los cambios producidos en toda la región e incluso un faro inevitable en el mundo con un haz luminoso que escribía: otro mundo es posible y por ello el populismo latinoamericano fue demonizado en Europa y EEUU.
El TPP debe ser impuesto y para ello hasta la historia del NO AL ALCA debe ser borrada. La superación de la crisis requiere borrar obstáculos para la libre circulación del capital financiero y de la producción monopolizada y globalizada: obstáculos jurídicos en cada país, barreras aduaneras, protectoras y recaudadoras, barreras políticas en tanto protectoras de lo nacional y popular, barreras ideológicas simbolizadas pero no limitadas al populismo.
Brasil sorprende porque como bien señala Lula en su carta a Cristina Kirchner las transformaciones realizadas por su gobierno y el de Dilma son gigantes y sin precedentes y han beneficiado a decenas y centenas de millones de brasileños y sin embargo, comparativamente han sido muy escasos los hombres y mujeres de ese pueblo que se han movilizado en defensa de Dilma Roussef. La demolición mediática empezó ya hace mucho tiempo por un sistema de medios que es justamente parte (y herramienta) de ese complejo financiero-productivo que sigue creciendo en forma acelerada en el planeta construyendo esta civilización supercomunicada y manipulada, fuente a su vez del más formidable negocio del presente.
Seguramente, allá como acá, se iniciará una etapa de creciente resistencia popular en la medida que se vayan viendo y sintiendo las durezas que les esperan a los trabajadores y el pueblo de Brasil.
Allá como acá. Pero se ha puesto en evidencia la debilidad, fragilidad e impureza de la democracia. Allá como acá. Y como seguramente veremos en el resto de nuestros países de lo que dimos en llamar la Patria Grande. Porque sería ingenuo pensar que ahora no vendrán por más.
Vienen ya, hoy mismo, por Venezuela, y ya comenzaron con Ecuador y han acelerado en Bolivia. Golpe parlamentario en Honduras, golpe parlamentario en Paraguay, elecciones limpias en Argentina que entronizaron a una derecha que se ve recurre a diluir la democracia para gobernar, golpe blando en Brasil. Y así seguirán si es que, aún defendiendo y utilizando la democracia liberal parlamentaria no examinamos seriamente el viejo problema del poder. No para volver atrás a viejos dogmas fracasados pero si para analizar sin prejuicios ni culpas falsas de viejas izquierdas el problema de la consolidación del poder nacional y popular de acuerdo a la experiencia, generalmente dolorosa, que nuestros pueblos vienen realizando. En Brasil se realizaron experiencias de democracia participativa, escasas pero sobre todo insuficientes sin definir una vía de protagonismo efectivo del pueblo. Cristina habla de empoderamiento, término que suena simpático y movilizador en muchos oídos pero que pareciera contradictorio con la necesidad de la organización popular y sobre todo antipartidocrático sin aún canales, caminos y formas de superación.
Y conociendo estas experiencias, sobre todo la nuestra, buceando en movilizaciones que no se agoten en lo preelectoral sino que se proyecten en el ejercicio efectivo del poder y la gestión.
Nuestra mayor experiencia que debemos balancear fue el tratamiento de la Ley de Medios, que parecía abrir una nueva etapa pero que no supimos coronar e institucionalizar.
En Brasil fue la corrupción en vasta escala la que gelatinizó las instituciones democráticas, corrupción que tuvo como principal consecuencia la desnaturalización de su parlamento y sus herramientas jurídicas. La gobernabilidad de Brasil se asentó en pactos oscuros con Partidos que hoy ponen en evidencia su verdadero carácter.