La política brasileña está en crisis, tal como la definía Antonio Gramsci, algo viejo que no muere y algo nuevo que no nace. Es que el golpe ejecutado contra Dilma Rousseff por el establishment de poder en 2016 no logró consolidar una hegemonía de largo plazo, y es cuestionado en las calles por organizaciones sindicales y los movimientos sociales y sectores de izquierda, quienes aún no consiguen articular un bloque de poder popular que permita abrir una nueva etapa.
Lo patético del fracaso del bolsonarismo se expresa en la situación del ministro de Salud, Marcelo Queiroga, quien se quedó en EE UU cumpliendo cuarentena por Covid positivo sin poder regresar a Brasil. Acompañó al presidente a la Asamblea de la ONU y fue uno de los cuatro infectados de la delegación, donde Bolsonaro fue el único jefe de Estado del G-20 que no se vacunó, con su obstinado negacionismo.
Mientras Michelle Bolsonaro, su esposa, decidió vacunarse en EE UU y no en su país, recibiendo una lluvia de críticas por la desvalorización a el sistema de salud, la desidia negacionista de la política bolsonarista ante el la pandemia se vio expuesta ante la Comisión Parlamentaria de Investigación en Senadores, que recibió un dossier firmado por 12 médicos que informan sobre el accionar de una prepaga que usaba como conejitos de indias a pacientes, para experimentar la eficacia del Kit-Covid, compuesto por un cóctel de hidroxicloroquina, ivermectina, azitromicina, vitaminas C y D; en momentos en que la OMS había dado una enfática orientación de no usarlo.
Si bien ese accionar menguelliano se intenta justificar poniendo el centro en evitar las consecuencias que podría provocar el aislamiento en la economía, las medidas fracasaron no sólo por el desastre epidemiológico que provocó más de 21 millones de contagios y casi 600 mil muertes, sino también porque no evitaron la debacle socio-económica, que elevó a 14,4% el nivel de desempleo y la inflación está superando el 10,05 %; lo que provoca que un 54% de la población sufre escasez alimentaria y un 9% caiga a nivel de indigencia.
Por eso, este sábado, se manifestaron en conjunto la Central Única de Trabajadores (CUT), la Unión General de Trabajadores (UGT) y la Central de Sindicatos Brasileños (CSB), entre otras; con Movimientos Sociales y Estudiantiles, así como partidos políticos, siendo una de las mayores protestas del año: alcanzando más de 250 ciudades de Brasil y otras del exterior, como Barcelona, París y Buenos Aires. El reclamo se centra en #ForaBolsonaro, intentando que el Congreso active el Impeachment ante los 100 pedidos que existen en la cámara.
Con todo ésto, Bolsonaro resiste a que su gobierno muera, y despliega su artillería de fake news para arengar a través de redes a los núcleos más radicalizados a evitar una vuelta del lulismo. Cada vez más exponiendo como solución un golpe, expresando elogios a la dictadura de Pinochet, sosteniendo que si es necesario pasaría de ser una “dictablanda” a apretar la mano para salvar la nación y luego mirar atrás, y deja abierta la posibilidad de un trágico desenlace para la democracia brasileña ante una derrota frente a Lula. Todas las consultoras muestran el desplome del apoyo electoral a Bolsonaro y el crecimiento de las preferencias al líder petista, con el 44% frente al 22% del ultraderechista. En tanto que el espectro de centro derecha no logra instalar ningún candidato de más de 10 puntos, el gran interrogante es si el establishment aceptará un mandato de Lula o propiciará a cualquier precio la continuidad de JB