Hace algunas semanas, los uruguayos se enteraron de que su presidente, el dirigente del Partido Nacional (Partido Blanco), Luis Lacalle Pou, además de surfista es un refinado amante de las buenas fragancias. Días después también se supo, pero por filtraciones periodísticas, que se había convertido en promotor de la construcción de absurdas obras privadas, en defensor de una política de despidos de periodistas de los medios de comunicación del Estado y, entre otras definiciones, en impulsor de una ley de medios que promueve la concentración de radioemisoras y canales de televisión en muy pocas manos
Aquel día, el 15 de octubre, el Boletín Oficial dijo (sólo el matutino La Diaria lo citó días después), que la Secretaría de la Presidencia había licitado un “servicio de aromatización edilicia, dada una necesidad imperiosa en tal sentido”. El pliego para participar del concurso consta de memoria descriptiva y 26 artículos en los que se precisa que el servicio requerido consiste en el “arrendamiento de 60 aparatos de aromatización digitales con sus respectivas recargas de aromas por un período de dos años (…), renovable automáticamente por otros dos”, justo hasta que venza el mandato de Lacalle. Eso sí, la Presidencia del país hipotéticamente elegido por jaurías de argentinos de buenas chequeras y mejores dientes, establece que el aspirante a aromatizar ese paraíso debe “detallar una amplia variedad de fragancias que den sensación de frescura y potencien la percepción de higiene en los ámbitos oficiales”.
El llamado a licitación tuvo en cuenta todos los detalles. 1) Las fragancias deben contar con sus respectivas fichas de datos de seguridad. 2) El oferente debe presentar “folletería sobre las fragancias, preferentemente en colores”. 3) La Presidencia “podrá pedir muestras específicas de los aparatos de aromatización y las diferentes fragancias, a evaluar no sólo a través de folletos o catálogos”. 4) “El servicio integral de mantenimiento preventivo de los equipos instalados –cambio de pilas, filtros, válvulas de disolución de fragancia– estará a cargo del adjudicatario”. Al final, el llamado también precisa que el pedido de este servicio “tiene como destino varias oficinas, espacios comunes y salones de actos de los edificios de la Presidencia en Montevideo”. En ninguno de los artículos de la convocatoria se establece por qué no están contempladas las oficinas presidenciales en el interior del país.
En la web sólo figura una única empresa uruguaya dedicada al rubro de los buenos olores. Opera bajo el lema “Somos líderes en marketing olfativo”. Ya avisó que tiene 24 fragancias para ofrecer. Entre ellas recomienda el aroma a “Chicle, frutal y dulce, ideal para ambientes llenos de risa y diversión”, el “Jazmín, dulce, misterioso, enigmático y estimulante”, el olorcito a “Lady, etéreo y a la vez penetrante”, y el último, que parece especialmente creado para un surfista, que en este caso es justamente el presidente: “Soul, fragancia acuática y ozónica que trae el recuerdo vivo de las provocativas olas del océano”. La empresa propone dispenser, que arrojan chorros de fragancia cada 7, 15 o 30 minutos, a elección”.
Mucho ajuste y algo más
Al mismo tiempo, en estos tiempos alterados por la pandemia, a Uruguay se le vino encima la necesidad de aprobar ya el presupuesto que tendrá el Estado para moverse en lo que resta del quinquenio. Para el gobierno, todo se arregla con ajuste: salarios, jubilaciones, gasto social, salud, educación pública y pequeñas cosas –hasta las botellitas de agua mineral bebidas en el Congreso– se derrumban bajo la mirada sonriente del gran inquisidor. Caerán 8 de cada 10 contratos de los medios públicos. Son 49 los trabajadores echados ya de las radios y el canal de tv oficial, que ya dejó de transmitir los partidos de la selección de fútbol.
Pero algún gastito siempre se escapa, como el del viernes 13, cuando la fuerza aérea puso en marcha un avión de combate para que Luis Lacalle Pou se diera una escapada a Tacuarembó, hiciera unos cuantos disparos de artillería y volviera pasando primero por Rocha, para aterrizar en una pista improvisada en el km 306 de la Ruta 9, la Interbalnearia. Unos 50 mil dólares para un recreo de seis horas. Ya en Montevideo, Lacalle dio a conocer el texto de una nueva ley de medios que en el olimpo de las comunicaciones será la ambrosía capaz de saciar a Direct TV y el Grupo Clarín.
En medio de tantas urgencias, Lacalle planifica su proyección a los tiempos por venir. Se sumó a la idea de un exitoso estudio de arquitectos y se propuso él mismo como gestor de la construcción de un monstruo de hormigón armado, un disco cóncavo de 40 metros de diámetro a montar por encima de la Isla del Mono, vecina al puertito del Buceo, uno de los puntos más bellos de la rambla montevideana. Se llamará El Recordatorio y será el primer monumento mundial destinado a honrar a las víctimas ecuménicas de la pandemia. Costará 1,3 millones de dólares. La recién electa intendenta de Montevideo, Carolina Cosse, difiere con Lacalle: “¿Esa cosa es urgente?”
Se ignora qué tan importante fue lo que le soplaron a Lacalle al oído, a él que dice y repite cada día que se pasa “arreglando los relajos que me dejaron”. Tampoco se sabe cuáles son los olores que irritan la pituitaria amarilla del presidente blanco. Cinco siglos atrás, en un enclave no precisado, pero presumiblemente en un castillo de Copenhague, los sirvientes del reino hicieron llegar a los oídos de Hamlet, la criatura de William Shakespeare, la percepción de que algo olía mal en Dinamarca. En aquellos tiempos isabelinos del todo puede ser, cuando se hablaba de olor a podrido se hablaba de incestos, orgías, alcobas manchadas, complicidades, asesinatos y otras camándulas propias de los reinos. Tras 500 años, el “algo huele a podrido en Dinamarca” llegó a estos tiempos travestido en corrupción. Quizás algo de esto anidó en la sensibilidad presidencial para que Lacalle ordenara que todo volviera a su lugar con la ayuda de los chorros liberados cada 7, 15 o 30 minutos.