La muerte casual del terrorista Anis Amri en la madrugada del pasado viernes 23 en las afueras de Milán y el temor lentamente disipado de que la caída del avión ruso en el Mar Negro se hubiera debido a un atentado contribuyeron durante el fin de semana de Navidad a extender en Europa la sensación de inseguridad que necesitan los terroristas, sus impulsores y los neofascistas que se aprovechan de ellos.

La detención en Túnez el sábado de un sobrino del sospechoso de haber atacado el lunes 19 un mercado de Navidad en pleno centro de Berlín no cierra la investigación y arroja cada vez más preguntas: ¿por qué las autoridades italianas no lo confinaron, cuando salió de la cárcel en 2015? ¿Por qué se suspendió en septiembre pasado la vigilancia de la inteligencia alemana sobre él? ¿Cómo no se registró que estaba en comunicación con una conocida célula terrorista en su país de origen? ¿Cómo pudo mandar a allí dinero sin ser detectado? ¿Cómo transitó por media Europa después del atentado en Berlín, sin que nadie lo detuviera?

Los oportunistas de la derecha y el neonazismo alemán han aprovechado el ataque en la capital y la evidente falta de coordinación entre los servicios de inteligencia dentro y fuera del país, para exigir el endurecimiento de las leyes sobre la recepción de solicitantes de asilo y la expulsión de personas cuya solicitud fue rechazada, pero el endurecimiento de las leyes migratorias no habría evitado el atentado. Ante la sospecha firme de que en la cárcel de Palermo (2011-15) Amri se había incorporado a una célula terrorista, la autoridad italiana debió haberlo retenido y no haberlo expulsado hacia Alemania. En el caso Amri falló la aplicación de la legislación antiterrorista vigente, no se trató de un déficit de legislación migratoria. Con su argumentación demagógica la derecha alemana y los neonazis desvían la atención de las fuerzas de seguridad (donde están infiltrados) para instaurar la detención sin juicio de sospechosos. Si el Estado de Derecho rompe esta barrera, comete suicidio en cuotas.

El caso de Anis Amri es típico para la falta de coordinación, los celos y la competencia entre los servicios de inteligencia dentro y fuera de Alemania. Quien tiene información no la comparte, porque espera sacar ventaja política. Esta constatación vale especialmente para la enorme información sobre la que disponen los servicios de informaciones norteamericanos, presentes en toda Europa y África.

En tanto, la caída del avión ruso que transportaba a ocho tripulantes y 84 pasajeros (militares, periodistas y 64 miembros del coro del Ejército Rojo) fue inicialmente percibida dentro del mismo modelo. El aparato levantó vuelo del aeropuerto de Sochi (sobre la costa oriental del Mar Negro) a las cinco y media de la mañana del domingo y poco después desapareció de los radares. Además, los restos se esparcieron en el mar en un radio de cinco quilómetros, lo que llevó a muchos a conjeturar que se había tratado de un atentado. Hicieron falta varias desmentidas de las autoridades rusas, para que en la opinión pública mundial se instaurara una cierta calma.

Esta vez se trató de un accidente, pero el atentado puede llegar en cualquier momento. Hay quien quiere provocar el caos y deja circular libremente terroristas por Europa y los incita a matar y colocar bombas, para que los neofascistas se sientan justificados para instaurar dictaduras y provocar guerras. Sólo de un costado del Atlántico puede haber tal interés y no es del lado europeo.