Una vez más nos encontramos en la revisión de las manifestaciones que sucedieron a lo largo del planeta por el 8M, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Una fecha que resulta imposible de ignorar y que para los movimientos feministas es una de las fechas más importantes para visibilizar las desigualdades y luchar por un mundo más igualitario.
Teniendo en cuenta muchos de los titulares que circularon luego del 8M, se entiende que sigue siendo una fecha que trae tensión y resistencia a muchos de los gobiernos en distintas partes del mundo. Estas tensiones se profundizan aún más en la actual situación pandémica.
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El repudio a las pintadas con aerosol en las paredes no es una situación nueva, ni dentro del contexto contemporáneo feminista, ni en general en la historia de las luchas políticas populares. La naturaleza política y artística del graffiti está precisamente centrada en ser un grito de reclamo y existencia ante el poder. Sea en los 80’s desde los barrios marginales de Nueva York, en Latinoamérica durante la misma década manifestando el repudio a las dictaduras, o actualmente acompañando al movimiento feminista con mensajes como “hermana, yo sí te creo”, “aborto legal” o “no estás sola”.
Las pintadas en las paredes resultan escurridizas para las categorías en las que pretenden ser ubicadas, al ser mensajes reivindicativos que renuncian a ser una propuesta que responda a lo estético y lo bello, y por otra parte, también renuncian al orden, al ser precisamente mensajes que pretenden romper con las nociones de “armonía” en el espacio público. La condición principal del graffiti y por lo tanto de estos mensajes es no responder a ningún tipo de regla, no pretende ser una herramienta que negocie de manera amable con el poder, y allí reside la potencia de una técnica que se exacerba con el mensaje que está escrito.
Con estas connotaciones y características propias de las pintadas de la pared, no es sorpresivo que la manera de introducirlas en el discurso público sea bajo etiquetas de violencia y vandalismo, y que sea precisamente en esta noción que se detenga el análisis político que de estas se desprenden, dejando de lado precisamente lo que pide ser gritado.
Por primera vez en la historia, Argentina vivió el 8 de marzo con aborto legal. Esta conquista, que se dio gracias a la insistencia en las calles de los movimientos feministas, fue un motivo indudable de celebración. El aborto legal es una muestra de que las movilizaciones feministas son imprescindibles para pelear por un mundo más justo. Sin embargo, todavía quedan muchos derechos por conquistar y es, en este sentido, que parar internacionalmente cada 8M se hace imprescindible para conseguir lo que nos falta.
Entre estos reclamos, encontramos que la desigualdad de género mantiene indicadores firmes que no podemos ignorar. Las mujeres siguen ganando menos que los varones, con una brecha salarial que aumentó a 3 puntos, sumado a que son ellas quienes cargan mayoritariamente con los trabajos de cuidados que en situación de pandemia, arroja que las mujeres ejercen tres veces más la tareas del hogar que los varones, de acuerdo con el informe de Ecofemidata con los datos del tercer trimestre del 2020 . A estos datos se le suman los 54 femicidios registrados en lo que va del 2021. Los feminismos reclaman y visibilizan hace años, y particularmente en cada Paro Internacional Feminista, que la desigualdad de género y la cultura patriarcal se expresan de distintas maneras teniendo como punta del iceberg la violencia más cruda que son los femicidios.
Otro de los países que hizo eco en toda la región con sus reclamos feministas fue México. El 8M trajo a la agenda política las inminentes tensiones que existen entre el movimiento feminista y el presidente, quien ha manifestado su apoyo al político Félix Salgado Macedonio ante las acusaciones de violación que 5 mujeres han declarado públicamente. México registra un total de 270 feminicidios en el 2020.
En Colombia, donde igualmente se presentaron manifestaciones en diferentes ciudades del país, en su capital Bogotá, se presentó una manifestación acompañada de represión por parte de las fuerzas armadas justificadas por su alcaldesa Claudia Lopez alegando que “esto no es protesta ni reivindicación ni feminismo”. Por lo menos 227 feminicidios se registraron en Colombia en el 2020.
Del otro lado del oceáno también las mujeres se hicieron escuchar. En el Estado Español, las congregaciones en la capital del país fueron prohibidas, siguiendo el reclamo de muchos sectores de la ultra derecha española que, además de no acompañar y negar los reclamos del movimiento feminista, lo culpa de la esparción del COVID en España en el año 2020. España registra un total de 83 feminicidios en el 2020.
Este es tan solo un breve panorama de algunas de las tensiones que se desarrollan en algunos países de habla hispana con el movimiento feminista. Las cifras de feminicidios a nivel mundial siguen siendo alarmantes y la exigencia por el respeto de la vida de las mujeres y comunidad LGBTQ, sigue siendo un grito de urgencia ante una violencia de género acrecentada ante las restricciones propias de la pandemia.
Con todo este contexto, resulta tanto ridículo como predecible que muchos titulares alrededor del mundo sigan alarmando ante las pintadas en la calle y las acompañen con fotografías de la manifestación, donde una vez más, la imagen de una manifestante con una lata de spray en su mano, es la protagonista.
Nos encontramos en un panorama de alarma máximo respecto a los femicidios, sin contar otro tipo de violencias de género que se han agudizado en medio de las restricciones y crisis propias de la pandemia. En Argentina cada 34 horas hay un feminicidio y en la región cada dos horas y media. Mientras sigamos viviendo en una sociedad que califica de violenta una mancha de pintura sobre un muro y que está negada a ver el mensaje que está escrito y entenderlo como un grito que pide que dejen de matarnos, seguiremos pintando las paredes.