Me llamo Jorge González Nieva. Estuve 13 años preso sin condena firme por un delito que no cometí. Después de más de una década de espera, el 8 de octubre la Corte Suprema de Justicia de la Nación me absolvió por unanimidad.
Cuando todo empezó, yo tenía 41 años, era taxista y vivía junto a mi familia en una casita en Merlo, construida con nuestro trabajo. Éramos mi esposa y mis 3 hijas. La más chica tenía siete años. Hoy tengo una nieta de ocho.
Todo se remota al 18 de diciembre de 2005 cuando tuve un altercado en la calle con un funcionario del poder judicial de Morón, una pelea por un accidente de tránsito. Unos meses después, en junio de 2006, íbamos con mi pareja a lo de una amiga y me detuvo un policía, el jefe de calle. Me esposaron, me golpearon y me llevaron a la comisaría sin entender el motivo. Estuve detenido poco más de un mes y me liberaron.
Pero no terminó ahí. El 17 de marzo de 2007 me volvieron a detener y esa fue mi última noche en libertad. Desde entonces me arrebataron mi vida.
Confié en que pasarían horas, o cuanto mucho algunos días para que se dieran cuenta de que se trataba de un error. Nunca imaginé que se transformarían en 5000 días.
De amanecer cada mañana para prepararle el desayuno a mi familia y salir a trabajar, pasé a despertarme en una cárcel -primero fue General Alvear, y después recorrí 17 penales-. Los primeros meses fueron terribles, para mí y para ellas. Tenían que salir un día antes, viajar y llegar a eso de las cinco de la mañana para poder hacer la fila y entrar al penal. Yo prefería que ni vengan por todo lo que implica la requisa y el ambiente carcelario. Tres años después de ir a ver abogados, recorrer pasillos, oficinas y rincones, con mi esposa nos separamos. Ella tenía que seguir con su vida.
La investigación que se siguió en mi contra estuvo llena de irregularidades. Las personas que fueron condenadas por el homicidio y el robo al banco que me endilgaban reconocieron ante la justicia que no me conocían y que no había participado en los hechos. No había ni una sola prueba que me inculpara, pero seguía preso. Por el contrario, el comisario y subordinado, que llevaron adelante la persecución en mi contra, fueron condenados por el armado de causas con fines extorsivos.
Primero la Defensoría General de Casación de la Provincia de Buenos Aires tomó mi defensa. Luego, la Fundación Innocence Project conoció mi caso y ayudó a investigar y reunir elementos que probaban mi inocencia. De su mano demostramos que la justicia tomaba como válido un reconocimiento fotográfico de alguien que dijo que no me reconoció, pero le hicieron firmar lo contrario. Esa persona no sabe leer.
Luego conocí a Amnistía Internacional, que me acompañó y pidió a la Corte que resuelva mi caso sin demora. La organización internacional de derechos humanos lanzó una “Acción Urgente” por la cual, personas de todas partes del mundo escribieron correos a las autoridades judiciales exigiendo justicia por mí. También recibí cartas de apoyo de personas en Alemania, Francia, Suiza, Canadá, España y muchos más, que me daban fuerzas para no bajar los brazos: “no estás solo”, “tenés que ser fuerte”, “estamos pensando en vos” eran algunos de los mensajes. Sentí que no estaba solo.
Siempre creí que todas las personas somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Pero eso no fue cierto para mi durante más de 13 años. Me perdí ver crecer a mis hijas, acompañarlas a su primer día de clases, prepararles una torta para sus cumpleaños y abrazar a mi mamá todos los días. Lo único que pido es que nadie vuelva a pasar por lo que yo tuve que vivir.
El 8 de octubre la Corte Suprema finalmente escuchó mi reclamo y declaró mi inocencia. Lamentablemente hoy no puedo agradecerle a la justicia, sino a mi familia; a mi mamá, quien nunca dudó de mí y fue incondicional; y a mis defensores, Innocence Project y Amnistía Internacional. Ellos confiaron y lograron que todo este tiempo no bajara los brazos. Son mis héroes en esta historia.
Durante estos años, en el garaje de la casa de mi madre quedó mi taxi. Hoy, con mucha ayuda, sueño con ponerlo a punto y poder volver a trabajar y, de a poco, volver a empezar.