“No queremos que nos cojan más”, gritó Marta Montero ante una marea de mujeres que inundó el centro porteño reclamando justicia por Lucía Pérez, su hija de 16 años asesinada en Mar del Plata en octubre de 2016, aunque el fallo en primera instancia de la justicia evite condenar a los responsables. “La cogieron hasta morir y la terminaron de violar los jueces”, agregó liberando la bronca contenida desde el acoplado de un camión en Plaza de Mayo y al lado de Matías, su otro hijo de 19, con quien encabezaron la marcha de más de 20 mil personas que se inició frente al Palacio de los Tribunales. Marta apuntó contra los “jueces retrógrados”, pero hizo hincapié en las mafias de políticos y narcotraficantes que “compraron el fallo”. Y les advirtió: “No van a poder con nosotros porque toda esta gente nos apoya”.
Cuando terminó de hablar, la marea se abrió para que suba al escenario Nora Cortiñas, la incansable integrante de Madres de Plaza de Mayo que acompaña las causas justas y que se fundió en un abrazo con Marta. “Basta de femicidios y muertes de jóvenes. No puede ser que no sean libres. Este gobierno no hace más que provocar que estas cosas pasen y por eso decimos: fuera señora Bullrich”, sintetizó mientras los aplausos tapaban su voz. A su lado la observaba Gustavo Melmann, el papá de Natalia, la chica de 15 años violada y asesinada por un grupo de policías de la Bonaerense en Miramar en el año 2001. Emocionado, tomó el micrófono y agradeció a quienes se habían movilizado. “Son las únicas que están queriendo tirar el patriarcado y ese cambio lo tenemos que hacer ya en la justicia”, destacó.
Matías Pérez fue el único varón que llevó la bandera que lideraba la marcha y casi el último en hablar. “Gracias a las pibas que salen a la calle. Gracias por no creer en un fallo sobre la vida privada de una menor de edad”, añadió en alusión a los detalles sobre la vida sexual de su hermana, sobre su “carácter” o su insumisión, que fueron usados para absolver del delito de violación y asesinato a Matías Farías (de 25 años) y a Juan Pablo Offidani (de 43). “La mostraron como una prostituta y falopera. Y si así lo fuera igual no tiene derecho a morir como murió”, bramó levantando los aplausos y provocando por enésima vez en el día el alarido agudo que se transformó en emblema de la sororidad entre mujeres.
Se va a caer
“A esta altura del siglo XXI, que existan sentencias como la de Mar del Plata muestran el atraso que hay de las instituciones estatales. El hecho de que hayan desmantelado la oficina de la mujer para dar formación y cursos a los jueces después de que murió (la jueza de la Corte Suprema) Carmen Argibay permite que pasen cosas así.”, destacaba esa misma tarde en diálogo con Tiempo Nina Brugo, una de las referentes de la Campaña Nacional por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. “No se dan cuenta de la magnitud de lo que pasa en la sociedad. Pero acá hay una cantidad de mujeres que en 48 horas estamos llenando las calles. No nos van a parar acá ni en ninguna parte del país”, explicaba en alusión a la velocidad con que se organizó la manifestación y la masividad que consiguió el movimiento de mujeres mientras sostenía la bandera que pronto iba a encabezar la marcha por el centro porteño.
Entonces eran las cinco de la tarde y la plaza de Tribunales ya empezaba a poblarse. “Somos víctimas de un sistema que nos condena”, decía un cartel. “Si la justicia es patriarcal, la memoria será feminista”, replicaba otro. “Por nuestras muertas, una vida entera de lucha”, provocaba un tercero. Entre ellos, la mayoría hechos con fibrón en pedazos de cartón, había cientos con la cara sonriente de Lucía Pérez. Una sonrisa tan transparente y contagiosa como la de Josefina, la beba de ocho meses que bailaba las canciones que cantaba su madre que la tenía en brazos. “Vine porque viví la violencia machista y aprendí a quererme y a luchar por un amor digno, que es lo que nos merecemos. Y porque creo que no hay mejor manera de enseñar que con el ejemplo. Y para mi hija quiero otra cosa”, explicó Constanza.
A unos metros de la cabecera de la marcha Cristina y Celia se apoyaban sobre la pared. Promedian los 60 años y sostienen dos hojas impresas en blanco y negro con las caras de los acusados y también la del tribunal compuesto por Facundo Gómez Urso, Aldo Carnevale y Pablo Viñas. “Son las caras de las seis personas que la violaron”, explicaron a Tiempo. “La sociedad tiene que conocer sus caras porque no es todo igual. Hay varones que nos están haciendo mucho daño”, añadió Cristina. Celia, que asentía cada palabra de su compañera, también trató de poner en palabras la emoción que tenía por “el trabajo que están haciendo estas jóvenes”. Evidentemente, agregó, “la casta judicial tiene mucho que reflexionar porque nos están haciendo mucho daño”.
La marcha arranca y los nombres de las mujeres asesinadas en los últimos años se repite desde un megáfono. Inmediatamente miles dan el presente por ellas. La sucesión sin repetir impresiona y humedece los ojos de todas las participantes. La necesidad de justicia es asfixiante.
La marcha se detiene en la nueve de julio. Se corta la avenida y las manifestantes se tiran al suelo. Son las muertes denunciadas. Son las vidas que encarnan su lucha. La marcha sigue y los carteles con la foto de Lucía se multiplican. “Justicia”, dicen unos. “Fue femicidio”, dicen otros. Pero las miradas solo pueden posarse en su sonrisa. Una que transmite vida. Aquella que le quitaron y por la que hoy millones luchan.