Nunca voy a olvidar mis vacaciones de 2006. Fuimos a Bolivia con Ulises, mi pareja, para ser testigos de la asunción como presidente de Evo Morales. Vivimos momentos muy emocionantes. La felicidad del pueblo se palpaba en las calles. Había representaciones de diversos pueblos originarios que daban su apoyo y la gente más humilde festejaba como nunca. Abrazaban a Evo como algo propio. Fue un privilegio sentirse parte de esa enorme fiesta popular, pero también entender que aquel momento mágico se transformó en un proceso que continúa hasta hoy.
Al mismo tiempo ese viaje nos permitió aprender y disfrutar de la geografía y la cultura bolivianas. Podría hablar de muchos lugares y costumbres, pero quedé particularmente alucinada con La Feria de la Alasita. Se hace en La Paz, con muchísimos puestos que venden miniaturas de todo lo que uno pueda imaginar. Hombres, mujeres, comidas, herramientas de trabajo, artículos del hogar. ¡Todo! Los visitantes compran miniaturas de lo que quieren tener en la vida real y esos pequeños objetos son bendecidos por un cura y representantes de otros credos. Nosotros compramos algunas cosas para nosotros y muchas para amigos. Debo confesar que mi valijita con un millón de dólares en miniatura nunca tuvo su correlato en mi cuenta de banco. Pero al director Enrique Bellande, que entonces estaba haciendo el documental Ciudad de María, le regalamos esa cifra exacta en miniatura: al poco tiempo consiguió la financiación y pudo terminarlo.